Buscando una respuesta

06 / 10 / 2016 Ignacio Vidal-Folch
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¡Gracias!

El silencio del gobierno ante la diada es lo que más ha molestado a sus promotores

En el último número de la Revista de Occidente viene una larga entrevista de Alfonso Armada a Slobodan Minic, autor del libro Bienvenido a Sarajevo, hermano. Antes de emigrar a España e instalarse con su familia en La Escala, provincia de Gerona, Minic fue un carismático locutor de radio bosnio que procuró sostener la moral de los vecinos durante mil días de asedio de Sarajevo. El libro trata de aquellas experiencias. Dice Minic en esa entrevista que está escribiendo otro. Y dice también cosas alarmantes que ya he oído decir en público a Tamara Djermanovic, de nacionalidad serbia, profesora en una universidad de Barcelona y autora, entre otros libros, de una Crónica de mi país que ya no existe. Como ella, como otros exyugoslavos con los que he tenido ocasión de hablar, Minic advierte de que las guerras yugoslavas eran inimaginables –salvo para las élites intelectuales y políticas que las prepararon–, una posibilidad inverosímil y ajena por completo al “espíritu” y a los valores de la gente común. Pero se libraron.

La horrible experiencia vacunó a estos testigos contra cualquier tentación nacionalista, y –no sé si por el comprensible exceso de recelo y temor del gato escaldado del refrán, que hasta del agua fría huye– subrayan que determinadas actitudes, discursos, conceptos, dinámicas políticas a las que asisten en Cataluña las vieron, si no idénticas muy parecidas, caldeando el ambiente en la Yugoslavia prebélica.

Pienso en los días siguientes a las manifestaciones del pasado 11 de septiembre en Cataluña. Se percibía entre sus promotores una sensación de incomodidad no porque fueran menos nutridas que en precedentes convocatorias, sino por el silencio con que reaccionaron a ellas los grandes partidos estatales y el Gobierno de la nación. ¡Cómo! ¿Sobre este “acontecimiento” de evidencia indiscutible el enemigo –sí, el enemigo, es esta la terminología que se usa– no tiene nada que decir? ¿Ni siquiera para descalificarlo? ¡La única respuesta es el silencio!

La incomodidad fue extrema, hasta el punto de que un jefe de la CUP llamado Quim Arrufat verbalizó el deseo (o sueño húmedo, ya manifestado antes repetidamente, de forma más o menos explícita o velada, por varios tribunos del prusés) de conseguir que el Estado reprima de una vez con violencia, para así provocar, si no algún muerto, que es el deseo inconsciente e inconfesable de esos arrufats, un escándalo: el escándalo de un conflicto hasta ahora invisible por incomparecencia del adversario y despreciado por la comunidad internacional.

Mientras esto siga siendo así, el “acontecimiento” no se habrá producido de verdad o no habrá servido para nada y queda desvalorizado, a nivel de kermesse folclórica; que es lo que parece; su misma insignificancia desesperante incita a sus gestores a organizar otro desafío susceptible de obtener, este sí, “una respuesta”. No veo yo peligro verdadero y grave pero nunca deben despreciarse las posibilidades entrópicas de los tarados cuando tienen poder.  

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