Amor de verdad y por todas partes

17 / 06 / 2014 Ignacio Vidal-Folch
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Con Picasso frente a Velázquez Rafael Llano se suma a la larga lista de víctimas del hechizo del pintor.

 “Otro loco de Picasso”, pensé al conocer al autor de Picasso frente a Velázquez (Mishkin Ediciones). El otro día Rafael Argullol y yo apadrinamos a este autor y a su libro en Barcelona.

El autor, Rafael Llano, viene a sumarse a una larga lista de picassianos. A algunos les da amparo la editorial Elba. Ahí se ha publicado el Picasso de David Sylvester; y Vida con Picasso de Françoise Gilot, que al margen de las indiscreciones y cotilleos miserables lleva un caudal de riquísimos comentarios del pintor sobre su trabajo y sobre el de otros artistas; y La verdad sobre Jacqueline y Pablo Picasso de Pepita Dupont, detestada y judicialmente perseguida por los herederos del pintor.

A todas estas víctimas del hechizo picassiano se suma ahora este profesor de periodismo en la Complutense, Rafael Llano; un académico singular pues tiene pasiones obsesivas, amores fanáticos por figuras destacadas de la historia de la cultura a las que dedica trabajos exhaustivos, largos y fértiles. Lo hizo con Andrei Tarkovski, el gran y pictórico cinasta ruso, y ahora lo ha hecho con Picasso: en concreto, con sus variaciones sobre esa obra maestra de la pintura que es Las Meninas de Velázquez: los cuarenta y cinco óleos que Picasso pintó a los 70 años y luego donó en bloque al museo de Barcelona, y que constituyen su columna vertebral.

Picasso, obviamente, adoraba Las Meninas de Velázquez, y el recuerdo de ese lienzo (que no podría ver nunca más, pues moriría en el exilio, negándose a regresar a España mientras viviese Franco) se multiplicaba con el recuerdo del ballet de Diaghilev sobre Las Meninas, en donde la bailarina que luego sería su esposa, Olga Koklova, representó el papel de la menina Isabel de Velasco. Picasso asistió a muchos ensayos y representaciones de aquel ballet, y precisamente con un pequeño retrato de Isabel-Olga despidiéndose con un gesto lleno de gracia concluye su serie. Despidiéndose, digo, porque la bailarina había fallecido poco antes.

A Las Meninas de Picasso le ha dedicado Rafael Llano este homenaje, lleno de información y detalles técnicos sobre la factura material de las imágenes, sobre forma y color, masa y espacio; su libro supera ampliamente el que en su día el poeta Palau i Fabre dedicó a la misma serie, que era un registro poco más que descriptivo.

Pero por interesantes que sean las investigaciones de Llano, tienen un defecto: el autor es una persona racional. En cambio Palau estaba completamente loco por Picasso. Tan loco como para declarar que dejó de escribir su obra personal porque lo que él quería expresar en verso lo expresaba mejor, y en pintura, Picasso. A cantar las excelencias del malagueño dedicó una docena de libros. Ni Sylvester ni Gilot ni Dupont ni nadie podrá competir con Palau en fanatismo, cristalizado en Querido Picasso (Ediciones Destino), el dietario de esa devoción larga, extática y, como suele pasar con estas pasiones tan arrebatadas, con final triste. Para mí es una de las historias de amor más fascinantes de la historia de la literatura.

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