Un festival de imágenes

11 / 06 / 2015 Javier Memba
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Nueva York es la ciudad más fotografiada del mundo y cabe apuntar que, por extensión, Estados Unidos es el país que inspira a un mayor número de fotógrafos en todo el planeta. 

Nos vemos acá. Fotografía latinoamericana” es el lema, y bajo él se aborda la fotografía de más allá de Río Grande que protagoniza el festival madrileño. Los organizadores dicen que se hace “con la intención de mostrar una visión de la fotografía del continente desde dentro”.

Entre las miradas de 395 fotógrafos destacan la del guatemalteco Luis González Palma o el brasileño Miguel Río Branco. Tampoco faltan clásicos como el cubano Alberto Korda, autor en 1960 de la instantánea de Ernesto Che Guevara que dio lugar a uno de los iconos del siglo XX. Cuesta creer que el Korda presente en el Museo Cerralbo sea un delicadísimo cultivador del retrato femenino. Pero lo cierto es que Korda, antes de 1959, cuando se convirtió en la primera cámara del diario Revolución, cultivó la fotografía publicitaria y se hizo notar con su atención a la belleza femenina. Con los nuevos usos impuestos por los barbudos, supo adaptarse a las circunstancias y cambió a las modelos por guerrilleras. A esas fotos que dedicó a unas y a otras muestra un especial interés su exposición madrileña: Retrato femenino. Como el resto de las exposiciones del festival, se podrá visitar hasta el próximo 30 de agosto.

Tres clásicos de la fotografía mexicana. En lo que a México se refiere, hay que destacar a Lola Álvarez Bravo. Aunque solo estuvo casada diez años con el mítico Manuel Álvarez Bravo, cuando se separaron, Dolores Martínez Anda –ese era su nombre de soltera– decidió conservar el apellido de su marido, todo un clásico de la fotografía universal. Fue él quien en los años 20 la inició en la fotografía. Pero Lola brilló con luz propia cuando retrató a Frida Kahlo. Figura clave del renacimiento artístico posrevolucionario de su país junto a Tina Modotti, Diego Rivera y la propia Kahlo, en medio siglo de actividad profesional Lola Álvarez Bravo tuvo tiempo de hacer de todo. Las fotos exhibidas en la sala Picasso del Círculo de Bellas Artes, integrantes de la colección de la Fundación Televisa, pertenecen a la faceta más atenta a la vida cotidiana de los mexicanos. Tina Modotti, cuya primera exposición individual madrileña la ha llevado a la Fundación Loewe, es uno de los mejores ejemplos de los fotógrafos a los que, sin ser latinoamericanos de nacimiento, dada la maestría con la que fotografiaron el continente, también se presta atención. En 1923, cuando llegó a México, la acompañaba su marido y maestro, Edward Weston, uno de los grandes de la fotografía estadounidense. Pero a diferencia de él, todo un pictorialista –pictorialista es la fotografía que quiere ser pintura–, a Modotti le interesaba la fotografía antropológica. El Gobierno del país azteca no tardó en confiarle las reproducciones de los murales de Rivera, Orozco y Siqueiros, que pretendían reivindicar la herencia precolombina de la nación en una de las primeras manifestaciones de indigenismo del continente. Puesta a ello, fue tomando una mayor conciencia social. Hasta el punto de abandonar la fotografía –le regaló la cámara a Manuel Álvarez Bravo– para dedicarse a la militancia comunista. Manuel Carrillo completa el paquete de los clásicos de la fotografía antropológica mexicana. Esta presente en el Museo Lázaro Galdiano con sus obras pertenecientes a la colección Bank of America Merrill Lynch, reunidas bajo el lema Mi querido México. La vocación de Carrillo no fue temprana. Tras trabajar durante media vida en las oficinas mexicanas del Ferrocarril Central de Illinois –una de esas empresas gringas contra las que se alza el espíritu latinoamericano– cogió por primera vez una cámara con 49 años. A Carrillo no le hizo falta codearse con Diego Rivera ni con Frida Kahlo –ni con León Trotski, el exiliado ruso que gravitó en todo ese renacimiento artístico posrevolucionario– para ser un constructor de lo indígena de primerísimo orden.

Por sus caminos. El peruano Martín Chambi se presenta en la galería Tiempos Modernos. Su obra es admirada entre los aficionados españoles como la de otro clásico de la fotografía antropológica latinoamericana.

“He leído que en Chile se piensa que los indios no tienen cultura, que son incivilizados, que son intelectual y artísticamente inferiores en comparación a los blancos y los europeos”, solía lamentarse Chambi. “Más elocuente que mi opinión, en todo caso, son los testimonios gráficos. Siento que soy un representante de mi raza, mi gente habla a través de mis fotografías”.

La del brasileño Mario Cravo Neto en el Real Jardín Botánico, además de la primera retrospectiva europea de este polifacético artista, constituye una de las propuestas más singulares de este PhotoEspaña 2015. No faltan en Mitos y ritos, que se ha dado en llamar la muestra, esos intereses antropológicos o etnográficos que, en líneas generales, suponen la principal inquietud de los fotógrafos reunidos en esta edición. Pero en Cravo Neto se reducen a unas imágenes urbanas de Salvador de Bahía. Por lo demás, a raíz de un accidente que limitó su movilidad, comenzó a fotografiar en su estudio a las personas que le eran más cercanas. Estos retratos son los que le confieren cierta singularidad en el conjunto del festival.

Julio Zadik era guatemalteco. Aunque ya había expuesto su obra individualmente, a finales de los años 40 participó, junto con Lola Álvarez Bravo y Chambi, en las primeras muestras de fotografía latinoamericana que se inauguraron en Estados Unidos. En algunos aspectos, fue entonces cuando la fotografía de autor latinoamericana cobró carta de identidad. Pero Zadik apenas tuvo que ver con las inquietudes comunes a sus colegas. Como vienen a demostrar algunas de sus vistas, también expuestas en el Jardín Botánico bajo el lema Un legado de luz, su mirada fue viajera. A mediados los años 60 dejó de participar en exposiciones. Pero no abandonó la fotografía. Tras su muerte en 2002, su obra volvió a llamar la atención de la crítica, que le reconoció como uno de los precursores de la fotografía latinoamericana moderna.

Mucho más ecléctico, aunque también toca tangencialmente la fotografía contemporánea, es el concepto que inspira Latin Fire. Otras fotografías de un continente 1958-2010, abierta en el Centro Cibeles. Se trata ni más ni menos que de una selección de 180 vistas de la colección Anna Gamazo de Abelló. Reconocida como “uno de los acervos de fotografía latinoamericana más importantes de Europa” en ella hay instantáneas de 60 autores. Cuentan en la nómina algunos tan prestigiosos como Pedro Meyer, quien retrata una boda en el Coyoacán de 1983. 

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