Las voces que nos conmueven

06 / 02 / 2017 Luis Algorri
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Ha muerto un inmenso actor británico, John Hurt. Pero, ¿saben a quién oíamos aquí cuando hablaba él?.

Izquierda: Ricardo Solans. Derecha:John Hurt

Cuando me enteré de que había muerto, lo primero que pensé fue: “Dios mío. Qué disgusto tiene que tener Ricardo Solans. Habría que llamarle por si necesita algo, debe de encontrarse fatal”. Don Ricardo, desde luego, estaba y está perfectamente, algo veterano ya a los setenta y tantos, pero hecho un sol y trabajando como siempre. El que se ha muerto es John Hurt, uno de los más grandes actores del último medio siglo. Pero, como le pasa a la gran mayoría de los españoles, yo llevo toda la vida admirando nada más que la mitad de su trabajo: los gestos, los movimientos, la expresión corporal.

La otra mitad indispensable, que es su voz, no la oí hasta hace muy poco tiempo, cuando me empeñé en buscarla aunque solo fuese para comparar en qué se parecía la verdadera voz de John Hurt a la del inmenso actor que le lleva doblando al castellano casi desde que yo tengo memoria. Y ese es Ricardo Solans. El resultado de la comparación me salió un poco evangélico: son dos personas distintas y un solo John Hurt verdadero. Y que me perdone (si puede) el fallecido actor británico: tiene una voz impresionante, magnífica, grave, expresiva y llena de matices. Pero yo –será la costumbre de tantos años– prefiero oírle con la voz prodigiosa de Solans, qué quieren que les diga.

La primera vez que vi a John Hurt fue en televisión: interpretaba a Calígula en la serie Yo, Claudio, que rodó la BBC en 1976 y que TVE emitió a finales de esa década. Sobre la memorable novela de Robert Graves se construyó uno de los grandes hitos de la historia de la televisión de calidad: todos vimos esa serie. A Hurt, que hizo uno de los grandes papeles de su vida, lo sacaban flaco, envejecido por un maquillaje de drag queen con resaca matinal y con unos rizos rubios de descarriada que no resultaban fáciles de olvidar. Aquella constelación de actores se convirtió en un duelo entre dos animales escénicos: Derek Jacobi, que encarnaba al emperador Claudio, y Hurt. No sé cómo sería en la versión original; pero, en la doblada, a mí me estremecía Hurt, y eso que la voz no le ayudaba: le pusieron la dicción y el timbre perfectos, pulidos e impecables de otro genio del doblaje, el fallecido Manuel Cano, y nadie pareció reparar en que la voz que sonaba cuando en el cine hablaban Alain Delon, George Peppard, Steve McQueen, Anthony Perkins o el mismísimo Sidney Poitier en la memorable Adivina quién viene a cenar esta noche era demasiado elegante para un desquiciado como aquel Calígula, por más esfuerzos que hiciese el gran Cano, que vaya si los hizo.

Solans era la mitad de Hurt para el público español, y a veces más de la mitad. Cuando al actor británico le dieron un papel muy llamativo, pero breve (y más soso que la comida de un hospital) en Alien, el octavo pasajero, Solans levantó aquella interpretación de Hurt, necesariamente escueta y contenida, y logró que no la olvidásemos nunca. Y no solo por la escena del adorable animalito que le sale de las tripas.

Pero la voz de Solans es milagrosa por otro motivo: porque nunca es la misma. Esto sucede pocas veces. Hay actores de doblaje (sobre todo los más antiguos) que son ellos mismos siempre, y da igual a qué actor o actriz pongan su voz. Pero Solans sabe que no hay que doblar solo a un actor sino también a un personaje, y así resulta casi imposible caer en la cuenta de que la voz que le llevamos oyendo a Robert De Niro desde que este hombre llevaba pantalón corto procede de la misma persona que la de John Hurt: es Solans, aunque el inmenso talento y la profesionalidad de este hombre hagan que nadie se dé cuenta. Y también es Al Pacino, ¿a que no se habían percatado? Y también el gansazo de Stallone, y también Dustin Hoffman, ¿a que resulta difícil de creer?

¿Se parecen en algo la voz de John Hurt en el asombroso papel que hizo en Algo más que colegas con la del mismo actor en Los crímenes de Oxford? No, ¿verdad? ¿Y alguno de ustedes relacionaría cualquiera de esas dos voces con la de Dustin Hoffman en Tootsie, película en la cual el actor original y el doblador tienen que convencer al público de que son mujeres verosímiles, y no parodias o caricaturas de mujeres? ¿Y quién imaginaría que la voz del propio Hoffman en la versión en español de Rainman (un autista que habla casi como un timbre) es la misma que las anteriores? Nadie, ¿verdad? Pues en todos los casos es el inmenso Ricardo Solans. Un actor como la copa de un pino.

Se repite con frecuencia que en España tenemos los mejores actores de doblaje del mundo. Es algo que no admite discusión. Mal pagados, ignorados las más de las veces, porque rara vez saltan a las tablas o a la pantalla con su cara, pero las numerosas escuelas de doblaje que hay en España son una fábrica de genios. Hay casos que sí son populares: Constantino Romero fue siempre Clint Eastwood, por ejemplo. Pero es que tú hablabas con el Constantino el Grande (tuve la suerte de hacer eso muchas veces) y su voz de verdad no se parecía absolutamente en nada a la de Eastwood. Ni a la de Darth Vader, ni a la de Schwarzenegger, ni a la de Donald Sutherland en Novecento. Y ninguna de estas entre sí.

No pretendo entrar en la vieja discusión de si es mejor ver las películas dobladas al castellano o en su idioma original. Ahí, cada uno que haga lo que le parezca. Pero sí quiero dejar claro que el trabajo de los dobladores, al menos de los españoles, no es cambiar una voz por otra: es un esfuerzo creativo de un inmenso valor que no se reconoce tanto como se debe. Y ya, de paso, vaya mi más sentido pésame a Ricardo Solans: la muerte de Hurt le ha dejado sin una inmensa ocasión de seguir haciendo arte.

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