Los mecenas del siglo XXI

23 / 01 / 2014 11:26 Javier Lorenzo
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Los bancos tienen hoy mala prensa, pero también una cara amable: sin las fundaciones bancarias, la cultura en España sería algo casi residual. Así funcionan las más importantes.

La banca tiene un rostro amable. Más allá de los sonrientes anuncios publicitarios, de las ofertas crediticias y de los planes de pensiones; y más allá, por supuesto, de los escándalos que han sacudido el sistema financiero durante los últimos años, existe la notable realidad de las fundaciones bancarias. Estas son unas instituciones sin ánimo de lucro cuyos fondos provienen de su propia gestión, así como de los beneficios que genera la casa matriz, en la que participan como accionistas, y que tienen como uno de sus objetivos apoyar la cultura, la ciencia y el arte en nuestro país. Sin ellas, sin las fundaciones, la vida cultural española sería casi residual, por no decir agonizante, mientras que buen número de actividades, estudios y proyectos no llegarían ni a nacer.

Del mismo modo que hoy no se puede concebir una alternativa política que no tenga en cuenta el medio ambiente, tampoco se concibe que una gran empresa no cuide la RSC o Responsabilidad Social Corporativa. Lo que comúnmente se conoce como Obra Social. Hasta el 28 de diciembre –fecha en la que el BOE publicó la nueva Ley de cajas de ahorros y fundaciones bancarias– había dos grandes modelos, el correspondiente a las cajas y el de la banca privada. El primero se ha visto sujeto a una gran convulsión, fruto de la crisis. Baste decir que en 2008 había 47 cajas de ahorros en España. En estos momentos solo quedan ocho. El segundo, en cambio, aun con recortes, se ha mantenido estable. Por ello, a grandes rasgos, lo que ha hecho la nueva ley es unificar ambos modelos –todas las fundaciones serán en el plazo de un año fundaciones bancarias– al tiempo que impone grandes límites a las cajas, devolviéndolas, como ha declarado la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, “al sistema anterior a los años 80”.

Pero, cuestiones legislativas al margen, lo que importa es la ingente labor que desempeñan estos organismos en la sociedad española. Basta con consultar la página web de cualquiera de las fundaciones existentes para darse cuenta de cuánto abarcan. Desde apoyar grandes museos, como hacen con el del Prado las fundaciones Santander, BBVA y La Caixa, entre otras, hasta ayudas para becas Erasmus (Ibercaja), recuperación de escritores olvidados (Santander y BBVA), subvenciones a artistas jóvenes o consagrados (prácticamente todas), aplicación de nuevos métodos para estudiar matemáticas en los colegios o desarrollo de nuevas aplicaciones informáticas (Bankinter), cursos para formar comisarios de exposiciones o colaboraciones con instituciones culturales extranjeras como el Louvre (La Caixa), creación de premios a la ciencia (premios Frontera del conocimiento del BBVA, dotados con 400.000 euros)... Por no hablar de exposiciones, conferencias, recitales y conciertos que alcanzan o se ocupan de todas las épocas, corrientes y autores.

No son los únicos.

En definitiva, la lista es interminable y esto permite calificar las fundaciones como los mecenas del siglo XXI. El título parece que no les disgusta y lo aceptan de buen grado aunque, en su mayor parte, recuerdan con modestia que no son los únicos agentes que promueven la creación artística y sustentan la cultura. Borja Baselga, director de la Fundación Santander, es quizá el único que asume con entusiasmo esa condición: “Claro que somos mecenas, y hay que decirlo bien alto, sin que eso suponga un menoscabo, como pasaba antes o venía pasando en nuestro país; no así en otros lugares como EEUU, Francia o el Reino Unido, donde al mecenazgo se le reconoce, como está haciendo ahora el Museo del Prado. En la situación actual se necesitan mecenas que patrocinen proyectos a los que no llega ya la financiación pública, y debemos estar orgullosos de que existan instituciones como las nuestras que propicien una salida a todos estos proyectos, que de otra manera dejarían de existir”.

Es indudable que las fundaciones aportan prestigio a los bancos, pero más allá de este rédito de imagen, poco beneficio económico obtienen de ellas, ni siquiera fiscal, pues la desgravación que el mecenazgo tiene en España es de un 25%, mientras que en Francia es del 65%, y en Estados Unidos, del 75%. Además, el incremento del IVA al 21% ha lastrado aún más el apoyo a nuevos proyectos. No obstante, como señala María Teresa Fernández-Fortún, directora de la Obra Social y Cultural de la Fundación Ibercaja, también ha habido un pequeño cambio respecto al ciudadano: “Lo que ha desaparecido es la cultura gratis, y eso no es malo. Que el público pague un coste razonable –un precio social– por acceder a la cultura hace que esta se aprecie más. Y con lo recaudado por esas actividades se invierte en nuevos proyectos”.

Hay que buscar, además, nuevas fórmulas para paliar los recortes que la mayoría de las entidades financieras han tenido que acometer. Aunque hay una excepción: La Caixa. Su obra cultural no solo tiene el presupuesto más alto de todas las entidades españolas –alrededor de 500 millones de euros–, sino que no lo ha rebajado durante estos duros años. La explicación la ofrece Elisa Durán, directora de su fundación: “No se puede entender La Caixa sin la obra social. Lo que queremos es acercar la cultura a la ciudadanía. Salvar el distanciamiento que hay entre el público y la obra de arte. Dar acceso a todos los niveles y que la experiencia sea muy pedagógica. Con cualquier tipo de arte. Nos movemos por la complementariedad y la diversidad. El eje es el público, porque pretendemos que lo entienda. El público forma una pirámide. Arriba se sitúa el público más selecto y especializado. En la base hay un público mucho más grande. En el centro, público ocasional. En todo caso, para fidelizarlo, tiene que entender lo que ve”. O como dice, Fernández Fortún, de Ibercaja, “la cultura forma, la cultura crea empleo, la cultura es emprendedora”.

Independencia y objetividad.

En todo caso, las fundaciones se suelen regir por razones de excelencia y tienen un alto grado de autonomía a la hora de decidir qué proyectos acometen. Eso sostiene Rafael Pardo, director de la Fundación BBVA: “Nosotros preservamos de manera rigurosa la independencia y la objetividad de la fundación, que opera ateniéndose a los criterios y el lenguaje de los investigadores científicos y los creadores artísticos”. No hay, pues, actos caprichosos ni sumisión a las modas. Al contrario, recalca: “Buscamos que los proyectos tengan sentido y aporten algo importante a la sociedad, no que aporten brillo o cosmética. Por ejemplo, preferimos un buen proyecto que tenga poco brillo a uno deslumbrante, pero de poco o ningún valor. Esto es una convicción profunda y un criterio operativo. Esa convicción es, también, la que nos ha llevado a hacer un esfuerzo muy importante para mantener nuestros principales programas en tiempos tan complejos y difíciles”.

Una fundación que, en cambio, ha pretendido aunar acción cultural y negocio es Bankinter. Y lo ha hecho a través de la ciencia y la innovación. Sergio Martínez-Cava, director de esta fundación, destaca que no son una obra social. “Nacimos hace diez años con la misión de promover la riqueza en España a través de la innovación y el emprendimiento. Es un banco centrado en la tecnología. La innovación le funciona bien al banco y decidió llevarlo adelante”. La experiencia en capital riesgo es lo que impulsa a su fundación a vincularse con empresas de reciente creación y a asumir la financiación de proyectos tecnológicos y de ideas de negocio que puedan ser aplicables a corto y medio plazo. Algunos de los proyectos que han emprendido se están desarrollando ahora en Estados Unidos y son destacados por Microsoft. Por otro lado, han creado el Foro de las Tendencias Futuras. “Nos rodeamos de las mentes más brillantes del mundo –premios Nobel, Príncipe de Asturias– y les pedimos que propongan temas de gran calado. Escogemos dos y luego reunimos a 30 expertos para hablar de ellos. Desde nanología a innovación social”. Actualmente su think tank está considerado el 25º del mundo y el primero de España.

Borja Baselga, de la Fundación Santander –que cuenta con un presupuesto de siete millones de euros–, también cree que se puede conseguir un equilibrio que beneficie a todas las partes. “En los proyectos que acometemos tienen que salir ganando tanto las personas como las empresas, porque si solo ganaran las personas sería caridad y si lo hiciera solo la empresa, marketing. Quizá está ahí el equilibrio entre pragmatismo e idealismo, y que esto lleve a las dos partes a un win to win que beneficie a la sociedad”. Lo que no quita para que en un futuro próximo se vuelquen en la recuperación de patrimonio natural: un bosque atlántico, unas albuferas en Santander o el paraje del águila imperial en el centro de España.

Hasta aquí, la actividad de las fundaciones contadas por sus representantes. Pero ¿qué opinan de la actual situación aquellos que en buena medida dependen de ellas? Juan Barja es director del Círculo de Bellas Artes de Madrid y asegura que no puede hablar contra la banca: “Si va bien, bendita sea. Pondrá más dinero”. El Círculo mantiene relaciones con el Santander –que les patrocina PhotoEspaña– y Caja Duero, pero Barja recuerda que había muchas más cajas que colaboraban, ya que, antes de la nueva ley, tenían la obligación de invertir en su obra social el 33% de sus beneficios. “Con unos pocos hacíamos un mucho. Por desgracia, ese tejido enorme ha desaparecido. ¿Quién sustituye ahora esa obra social?”.

No siempre sale bien.

El ejemplo más triste, a su entender, es el de la Fundación Caja Madrid. Esta fundación, que aún mantiene el nombre de la antigua entidad, está ahora mismo desligada por completo de Bankia y su futuro es incierto. “La situación es desoladora. La Casa Encendida, por ejemplo, tenía la mejor programación de Madrid y una de las mejores de España, pero ahora no saben durante cuánto tiempo podrán sostenerla. Sencillamente, los han dejado en la calle”. Barja también menciona que, al ser instituciones que están relacionadas con un banco, no siempre se arriesgan con las nuevas tendencias, pero esa acusación de conservadurismo no es compartida por los representantes de las fundaciones. Fernandez-Fortún, por ejemplo, recuerda que, además de tener desde hace siete años unos premios nacionales de Pintura Joven, Ibercaja patrocinó a Lara Almarcegui, una artista aragonesa que sacudió los cimientos de la Bienal de Venecia del año pasado con sus obras de escombros y demoliciones. Y el mismo Barja admite que, por ejemplo, el BBVA está haciendo una labor impresionante –y prácticamente en solitario– con la música contemporánea.

El Museo Picasso de Málaga tiene fama de ser uno de los mejor gestionados de España. Cada año recibe alrededor de 400.000 visitantes, y mantiene todas sus actividades a pesar de que el año pasado CajaSur les comunicó que se veía en la obligación de retirarles la totalidad de la subvención: 900.000 euros. Su director, José Lebrero, no se amilanó por ello y, además de recortar los gastos sin que ello afectara a la programación, decidió actuar con “imaginación y cintura” para conseguir fondos. “En un nuevo escenario, los mismos beneficiarios de las ayudas deberíamos investigar la creación de alianzas. Lo que queremos hacer no es tanto buscar un banco que nos apoye, sino que también él tenga contrapartidas. Son más horas de hablar, de preguntar... Quienes gestionamos centros culturales debemos tener más sensibilidad hacia estas entidades, que quieren ganar dinero, y ahí hay que buscar el punto de encuentro”.

Lebrero lamenta la escasa afición de los españoles para trabajar en equipo –“me remito a las estadísticas”, dice–, así como muestra su rechazo a la subida del IVA, que ha incrementado notablemente las facturas de los proveedores. “La situación está mucho peor que hace cuatro años, sin duda, pero no quiero ser negativo ni cenizo, todo lo contrario. La cultura es un derecho de la ciudadanía. Tiene que ver con algo que va más allá del consumo. Es una forma de ver el mundo. Y así seguirá siendo”. Aunque es evidente que para una institución de sus características, dejar de percibir casi un millón de euros al año tiene que doler.

Las fundaciones bancarias rellenan huecos y hacen apuestas que el Estado no puede asumir. Forman parte esencial de nuestro paisaje y desarrollo cultural en todos los órdenes, de modo que la próxima vez que esté usted solazándose con un cuadro o con un concierto, o quizá a punto de tomarse una medicina o de usar una nueva aplicación en su teléfono móvil, piense que ese momento de placer o esa necesidad cubierta existen gracias a ese logotipo que aparece en el faldón del folleto que le entregan. Un logotipo que le vincula de nuevo, pero esta vez para bien, con los “malditos” bancos.

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