Letras y muñecas rusas

05 / 09 / 2011 12:41 Sergi Bellver
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En este año de España y Rusia, al lector le llegan el inmenso retablo narrativo del periodo soviético y las promesas literarias del enorme país. Hay más que Tólstoi y Dostoievsky.

El caudal de la literatura rusa es tan vasto como esa geografía excesiva que parece una ficción más de sus novelistas. Decir Rusia es evocar una saga, nombrar un pilar de la literatura universal. Todavía hoy los grandes popes de la narrativa decimonónica rusa bendicen a generaciones de lectores. Inabarcable como el paisaje de la estepa, la obra de Tólstoi, Dostoievski, Gógol, Chéjov, Gorki, Turguénev y demás vástagos literarios del padre Pushkin no conoce fecha de caducidad. Con todo, durante el siglo XX, quizá el más dramático en la historia rusa, la literatura escrita desde y contra el régimen de la URSS ha producido también algunos títulos memorables que ahora llegan a los lectores españoles. La mordaza comunista empujó a demasiados autores al exilio, físico o interior, y en esa brecha los mejores escritores rusos supieron cultivar una narrativa de primer orden. Dejaron el listón muy alto para los nuevos creadores de un país que, tras la caída de la mole soviética, ha sufrido como ningún otro el colapso hacia el capitalismo salvaje. Este 2011 es, además, el Año de España y Rusia, lo que sellaría la evidente explosión de aquella literatura en nuestras librerías. Aunque en este punto toca ser críticos con la gestión oficial del evento, especialmente en lo literario, y darle el mérito sólo al esfuerzo de las editoriales, por no hablar de los molinos de viento contra los que se sigue estrellando la promoción de la literatura española en el extranjero –incluso en Rusia– ante una oportunidad como esta.

La perestroika no trajo necesariamente la bonanza, sino más bien un bache tras el que la generación nacida en los 70 apenas dejó huella literaria. En la vertiginosa Rusia actual la literatura pierde peso frente a los mismos placebos que anestesian la creatividad y el sentido crítico en Occidente, como la televisión, veladamente al servicio del Gobierno ruso, que ya no practica una censura directa pero sí efectiva. Las tiradas son discretas en las editoriales rusas (moscovitas sobre todo, en un sistema todavía centralista) y también allí, como en España, la literatura de consumo prima frente a la creación artística. Tal vez eso motive que pocos autores actuales consigan ser traducidos en otros países. Por fortuna, iniciativas como la de la fundación Projórov, precursora desde el año 2000 del premio literario Debut, permiten que el lector español conozca la narrativa de los rusos más jóvenes (desvinculados de la era soviética y desencantados de Putin pero herederos de la tradición literaria anterior) gracias a la antología El segundo círculo (editorial La otra orilla), que reúne a seis autores entre los que figuran el carismático herrero Alekséi Lukiánov o la prometedora Alisa Ganíeva, quien desde su Daguestán natal explora las huellas que en esta generación han dejado conflictos como la guerra de Chechenia.

La reciente explosión editorial de lo ruso en España se ha apoyado en la revisión de los clásicos (casi siempre aprovechando efemérides, como con Chéjov o Tólstoi); en el rescate de sus coetáneos menos conocidos (con títulos como La señal, de Vsévolod Garshin, en Contraseña) y, en menor medida, aunque importante, en la publicación de buena cantidad de obras escritas durante la etapa soviética. El lector español tiene ahora más a mano las obras de Andréi Bieli, Yevgueni Zamiatin, Vasili Grossman, Isaak Bábel o Vasili Aksiónov. Acantilado, editorial de referencia en narrativa rusa (junto a la joven Nevsky Prospects o la veterana Alba), también ha publicado a autores posteriores, como Alexéi Varlámov. Otros escritores todavía merecen una mejor difusión, como el magnífico Sergéi Dovlátov y el descendiente de españoles Rubén Gallego. Algunos autores españoles, precisamente, miran también a Rusia a la hora de escribir: desde el gran Manuel Chaves Nogales y su peculiar visión del 1917, El maestro Juan Martínez que estaba allí (Libros del Asteroide), a la antología ficticia Cuentos rusos, de Francesc Serés (Mondadori) o a La conjetura de Perelman, la delirante novela del joven Juan Soto Ivars que publicará en otoño Ediciones B.

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