“La hermana carismática y pobre” de la Feria del Libro

25 / 05 / 2017 Antonio Puente
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Mientras que en la narrativa prevalecen las novedades, en poesía hay cierto predominio de algunos clásicos. 

Derek Walcott

Y aquí Paz (Octavio) y después Gloria (Fuertes). Ese podría ser el lema más socorrido de la suerte que corre la poesía –“la hermana pobre y carismática de la literatura”, según la define un editor especializado– en este florido mayo de las ferias librescas, y hasta libérrimas; toda vez que la disparidad y mezcolanza de orientaciones estéticas, junto a una clara atomización posgeneracional, parecen haber dado al traste con las encarnizadas polarizaciones de décadas y hasta lustros atrás. “Mantener alzada el hacha de guerra es algo que solo le interesa ya a ciertos epígonos”, prosigue, mientras da a entender que, en poesía, hoy la regla es la excepción. 

Un inalcanzable ideal

En consolatoria traducción de A la inmensa minoría de Juan Ramón Jiménez, el argentino Raúl Gustavo Aguirre le concede al género esta honra tautológica: “La poesía no se vende porque la poesía no se vende”. Y en estos tiempos de transposcrisis se vuelve, incluso, un inalcanzable ideal la respuesta que ofreció Vicente Aleixandre cuando, con motivo de la concesión del premio Nobel, le preguntaron si la poesía le daba para comer: “No; apenas me alcanza para merendar”.

A diferencia de lo que ocurre en la narrativa, donde prevalece lo novedoso y presencial, en poesía hay un cierto predominio ferial de algunos clásicos o, al menos, de muy renombrados autores, en su mayoría difuntos.

Los de siempre

Edición tras edición, se conserva como long-seller cierta poesía pronta, sentimental o civil, desde Neruda y Benedetti a Ángel González, este año rubricada por la guitarra del nobelizado Bob Dylan y los versos para niños de Gloria Fuertes en su centenario. Pero, frente al tour organizado, hay también, por fortuna, propuestas para un alpinismo exigente. Por defunción reciente (“ser nuevo socio en el club de los poetas muertos tiene tirón”, agrega la misma fuente), este año se harán visibles las reediciones del también premio Nobel Derek Walcott; y relucirán, asimismo, la poesía completa de Rimbaud (1.500 páginas, en Atalanta) o la de Gerardo Diego y Manuel Padorno, ambas en Pre-Textos. La palma se la suelen llevar las múltiples reediciones de Kavafis o los sonetos de Shakespeare. Pero en las últimas citas feriales prevalece un curioso reservado a una nómina de poetas difuntas, muy seguido tanto por lectoras como por lectores, con nombres propios como Alejandra Pizarnik, Sylvia Plath, Emily Dickinson, Marina Tsvietáieva...

Ciertamente, se vende muy poca poesía, y eso que se vende mucho más en los días de feria que el resto del año, reconoce el mismo editor. “Porque, de todos modos, ¿de qué cantidades estamos hablando? ¿Unas cuantas decenas de ejemplares? Un poeta que supere la venta de un centenar de libros ya puede darse con un canto en los dientes”, sostiene.

Sus palabras animan a entonar que ojalá que llueva café en la feria, a tenor de la ironía que solía emplear Juan Gelman, remedando a Haine: que “ojalá se valoraran, al menos, las hojas de los libros de poesía para hacer cucuruchos de envolver café”. Una ocurrencia que el poeta argentino solía acompañar de otra de sus perlas, cada vez que le preguntaban si creía en la poesía comprometida: “Creo más en la poesía casada o rejuntada”. En fin, si como señalara el gran Carlos Edmundo de Ory, “escribir poesía es poner un huevo negro en el nido del no-decir”, ¿qué corral puede acogerlo? En cuanto a los poetas vivos, siempre me acuerdo, en estas feriales citas, de lo que se automedicara el lúcido y resuelto Francisco Pino: “Me negaron el pan y la sal, pero comí de lo otro...”. 

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