Un imperio cae, otro imperio nace

06 / 09 / 2016 Luis Reyes
  • Valoración
  • Actualmente 5 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 5 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

Sedán, 2 de septiembre de 1870: el Ejército francés capitula; Napoleón III, prisionero de Guillermo de Prusia.

 

“Señor, hermano mío, no habiendo podido morir en medio de mis tropas, no me queda más que poner mi espada en las manos de Vuestra Majestad”. En la segunda mitad del siglo XIX, en el campo de batalla, aún se conservaban estas cortesías propias del Antiguo Régimen. De soberano a soberano, el emperador de los franceses apelaba a la caballerosidad en su mensaje de rendición al rey de Prusia, en el que ponía a salvo su honor asegurando que habría querido morir con sus soldados.

Morir... Esa era la única salida que le quedaba a los 100.000 franceses encajonados en Sedán bajo el bombardeo de la artillería alemana. Una serie de errores estratégicos había llevado al Ejército de Napoleón III a la trampa de Sedán, una especie de embudo rodeado de alturas, desde donde los cañones prusianos los machacaban desde el día anterior. El bombardeo había ido empujando a los franceses hacia el centro del triángulo, a la plaza de Verdun, donde se apelotonaba lo que ya no era un Ejército, sino una masa de 100.000 hombres asustados y sin espíritu de lucha ni disciplina.

Tras 20 horas sufriendo el castigo de la artillería alemana, Napoleón III decidió ponerle fin de la única forma que podía, capitulando. A las 7 de la mañana del 2 de septiembre envió a su ayudante de campo, el general Reille, con la carta para Guillermo I de Prusia, porque por última vez en los anales, dos reyes se enfrentaban en el campo de batalla.

Esa escueta nota suponía la despedida de la Historia de Charles Louis Napoleón Bonaparte, sobrino del emperador Napoleón, que había querido emular a su tío adoptando el nombre de Napoleón III y emprendiendo muchas campañas militares, pero que al final sería llamado con desdén Napoleón el Pequeño, para marcar las diferencias con el Gran Corso. No solo perdía la guerra, también la corona que había ceñido durante casi veinte años, porque en París proclamaron la República en cuanto se conoció que el emperador Napoleón III estaba prisionero del enemigo. Bismark lo tuvo cautivo en jaula dorada, en el castillo de Wilhelmshöhe, hasta que se firmó la paz. Luego se fue a Londres a un exilio no tan dorado, porque no tenía dinero. Y allí moriría un par de años después.

Bismarck

 Solamente un mes antes del desastre de Sedán, Napoleón III se había puesto al frente de sus lucidas tropas. Iba aparentemente tan confiado en el triunfo que llevó a la campaña a su único hijo y heredero, un niño de 14 años. Sin embargo, cualquier observador objetivo sabía que la coalición alemana superaba con mucho las fuerzas del II Imperio francés. Napoleón III había querido la guerra. Pretendía que se olvidara, con una nueva campaña victoriosa, el fracaso político y militar de la aventura de México, donde Napoleón III había sostenido al archiduque Maximiliano de Austria, que terminó fusilado (ver Historias de la Historia, “Fusilamiento de un emperador”, en el número de 1.512 de TIEMPO). Además pensaba que una guerra contra el vecino alemán cohesionaría a Francia, donde la oposición al régimen imperial y el descontento social eran crecientes.

También por parte prusiana se buscaba una guerra por razones de política interior, pero a diferencia de la alegría con que Napoleón III se lanzó a la aventura, el primer ministro de Prusia, Bismarck, al que por algo llamaban el canciller de Hierro, tenía perfectamente diseñados sus objetivos y contaba con fuerzas para lograrlos. Bismarck, un auténtico estadista, afrontó un desafío histórico: unir los Estados del antiguo Imperio Germánico bajo el liderazgo de Prusia. Prusia era una potencia emergente en Europa, y si lograba la unificación se convertiría en la primera potencia europea... y luego del mundo, como intentaría en las dos guerras mundiales. Bismarck, de acuerdo con su férreo apodo, veía la guerra como el mejor instrumento para lograr sus designios, y la pautó perfectamente.Una primera contienda contra un enemigo débil que sirviera de sparring, la Guerra de los Ducados contra Dinamarca, a la que arrebató Schleswig y Holstein. Luego una guerra inter-alemana, en la que vapuleó a todas las monarquías germánicas, encabezadas por Austria y Baviera, para demostrar quién mandaba en Alemania. Y el tercer envite, una guerra exterior contra un enemigo histórico, Francia, que sirviera para cohesionar a todos los alemanes en la victoriosa empresa (Austria quedaba fuera del convite porque su Imperio era un mosaico de etnias no alemanas).

Fin del Imperio francés

Contaba para sus planes con una superioridad industrial, demográfica y militar suficiente para vencer al Ejército francés, que tenía mucho panache, bellos uniformes y señeras tradiciones, pero cuyo número, organización, armamento y mandos no se podían comparar con los prusianos.

Desde que comenzaron los enfrentamientos el 2 de agosto de 1870, esa superioridad germánica se hizo evidente. De tropiezo en tropiezo, los arrogantes regimientos imperiales fueron perdiendo su brillo hasta hundirse en el fango de Sedán. Por cierto, la derrota en Sedán supuso el inmediato final del II Imperio, pero no de la guerra. El nuevo régimen republicano fue capaz de poner en pie otro Ejército que se enfrentara a los alemanes, y París aguantó el asedio prusiano, aunque la Resistencia francesa duró solamente cinco meses. El Gobierno de Defensa Nacional formado en París, cuya población sitiada se moría de hambre, firmó el armisticio el 28 de enero de 1871.

Diez días antes, Bismarck había sumado otra humillación a la de Sedán. Como colofón de la desastrosa Guerra Franco-prusiana, proclamó a Guillermo de Prusia emperador de Alemania en el palacio de Versalles, el teatro de las grandezas de Luís XIV.

Un imperio había caído, otro imperio levantaba el vuelo. 

Grupo Zeta Nexica