Trampa de cine para Ben Barka

10 / 03 / 2015 Luis Reyes
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El opositor marroquí Ben Barka es secuestrado y asesinado por policías franceses y marroquíes.

El rey quería su cabeza, pero Mehdi Ben Barka era una presa difícil de cazar para los servicios secretos marroquíes, siempre moviéndose entre Argelia, Suiza, Egipto o Cuba. Había que atraerle a una trampa, hacerle acudir a una cita a la que no se pudiese resistir. Esa entrevista irrenunciable no sería con una mujer, sino con Georges Franju, el más prestigioso cineasta francés, que quería hacer un documental sobre la situación política en Marruecos. Le esperaron junto al restaurante donde habían quedado, lo secuestraron y nadie volvería a ver a Ben Barka vivo ni muerto.

En el momento de su desaparición Ben Barka era una personalidad internacional, una figura del Movimiento de los No Alineados, un líder del Tercer Mundo que hablaba de tú a tú con Ho Chi Min, Fidel Castro o Mao Tse Tung, como anteriormente había sido un protagonista de la independencia de Marruecos.

Nacido en una modesta familia que no tenía dinero para pagarle el colegio, estudió con becas y se convirtió en el primer marroquí licenciado en Matemáticas. Su brillante inteligencia prometía una carrera académica y científica, pero la agitación nacionalista le prendió y hubo de renunciar al doctorado. A los 24 años Ben Barka fue el más joven firmante del Manifiesto por la Independencia de 1944, que marcaba el inicio de la lucha de emancipación a la vez que era el acta fundacional del Istiqlal, el partido nacionalista que llevó a cabo la resistencia frente al dominio francés.

Los franceses lo encarcelaron dos años y lo desterraron a una perdida aldea de las montañas del Atlas durante tres, que Mehdi Ben Barka aprovechó para estudiar sociología y economía del desarrollo, sentando la base científica de su influencia en el ámbito tercermundista. París lo liberó para que fuese precisamente uno de los plenipotenciarios marroquíes que llegaron al acuerdo de independencia con Francia, y el rey Mohamed V le nombró presidente del Parlamento y profesor de su hijo, el príncipe heredero Hassán.

Quizá la exigencia de las matemáticas del profesor Ben Barka sembraron en el caprichoso príncipe un resentimiento hacia el maestro que explicaría lo que pasó luego. Matemáticas aparte, Ben Barka fracasó en transmitir a Hassán sus valores morales y democráticos. Para Ben Barka la independencia era solo un paso, quería modernizar Marruecos, acabar con el feudalismo y el absolutismo real, crear un Estado social que transformara al país en un lugar más justo, con menos explotación de los pobres. Eso le llevó a enfrentarse tanto con el trono como con los viejos popes del Istiqlal, e inevitablemente Ben Barka capitaneó la escisión del sector más izquierdista y joven de su partido. En 1959 fundó la Unión Nacional de Fuerzas Populares (UNFP), el gran partido de la izquierda marroquí.

Enseguida Mohamed V tomó el puesto que antes había ocupado la potencia colonial francesa y comenzó la persecución política de la izquierda. A los tres meses de fundar la UNFP Ben Barka tuvo que exiliarse en Francia. Volvió a Marruecos en 1962, cuando había subido al trono Hassán II. Si esperaba que el nuevo rey fuese más abierto a las reformas que su padre, pronto sufrió una decepción en propia carne. Un atentado organizado por el jefe de policía de Hassán, el general Oufkir, precipitó su coche por un barranco, aunque Ben Barka se libró con solo unas contusiones. Pero Oufkir ya lo tenía en su lista negra.

Logró escapar a una operación represiva que llevó a miles de militantes de la UNFP a la cárcel y la tortura, y se refugió en Argelia. Al año siguiente fue condenado a muerte en rebeldía por “complot contra el rey”. Mehdi Ben Barka era un proscrito en su país y los servicios secretos comenzaron su cacería.

El secuestro y asesinato del opositor marroquí, lo que se llamó Affaire Ben Barka, fue una operación en la que colaboraron las Policías francesa y marroquí, con un tercer vértice para completar el triángulo de la infamia, los barbouzes, delincuentes comunes integrados en un servicio paralelo para combatir a los terroristas de la OAS con sus propias armas, al estilo de los GAL en España. La Policía francesa secuestraría a Ben Barka, los barbouzes proporcionarían el escondite donde lo retuvieron, y los marroquíes, dirigidos personalmente por su jefe de Policía, Oufkir, lo torturarían hasta la muerte.

El artista.

En medio de ese triángulo, sin pertenecer a ninguno de los tres grupos, hay un artista invitado cuyo importante papel consiste en tenderle la trampa a Ben Barka, un editor de medio pelo llamado George Figon, una personalidad mitómana, oveja negra de una buena familia, que ha pasado tres años en un manicomio y once en la cárcel, pero que mantiene muchas relaciones con intelectuales de izquierda y gente del cine.

Figon se presenta como productor dispuesto a financiar un documental sobre la descolonización llamado ¡Basta! Es capaz de interesar en el proyecto a Georges Franjus, quizá el cineasta más prestigioso de Francia pese a que dirige muy pocas películas, fundador de la influyente Cinemateca Francesa, autor de documentales geniales. Cuando Figon se entrevista en El Cairo y Ginebra con Ben Barka, el nombre de Franjus despierta el entusiasmo del marroquí. Y por si fuera poco, Figon ha fichado como guionista a Marguerite Duras, añadiendo un plus de famosa intelectual de izquierdas.

Mehdi Ben Barka accede a viajar a París para tener una reunión con Franjus. De paso, al día siguiente se entrevistará con el general De Gaulle. Pero esas altas relaciones no van a proteger a Ben Barka de la Policía francesa, cuyo nivel de implicación nunca ha sido fijado, aunque es posible que alcanzase al mismo Gobierno.

Ben Barka aterriza en Orly a las 9 de la mañana, va con el tiempo justo para la cita. Han quedado a comer a las 12.30 en la Brasserie Lipp, todo un clásico de Saint Germain-des-Prés, en la almendra del París intelectual y gauchiste. Ben Barka llega acompañado de unos amigos marroquíes, pero cuando está a punto de entrar en Lipp le abordan dos policías. Son los inspectores Souchon y Voitrot de la brigada antidroga, aunque eso no lo sabe Ben Barka. Cuando le piden que suba a un coche sin distintivos porque hay “una alta personalidad” que quiere verle, piensa que De Gaulle ha adelantado la cita, y naturalmente los acompaña. Y ya nadie volverá a verlo vivo ni muerto, excepto sus verdugos.

El escándalo es mayúsculo, la implicación de la Policía francesa está clara desde el principio, y Ben Barka no se encuentra en ningún centro de detención oficial. ¿Dónde está Ben Barka? claman la prensa, la opinión pública y muchos Gobiernos extranjeros. Los inspectores lo han llevado a un chalet en las afueras de París, propiedad de un antiguo nazi y guarida de una banda de barbouzes, es decir, de gánsteres. Allí se lo entregan inerme al general Oufkir, su viejo enemigo, que lo tortura personalmente. Queriendo o sin querer, termina por matarlo.

De pronto el misterio se desvela. Figon, el mitómano, no puede mantener la boca cerrada, necesita ser el centro de la noticia, reclamar su papel de artista. La prestigiosa revista L’Express publica unas declaraciones suyas con el provocativo título: “Yo he visto matar a Ben Barka”. Luego se retractará, pero el mal ya está hecho y lo pagará (ver recuadro).

40 años después, un antiguo agente marroquí, Ahmed Bujari, confesará que llevaron el cadáver de Ben Barka a Marruecos en avión, y en la cárcel secreta de Dar al-Muqri fue disuelto en ácido en una bañera que él mismo montó. La leyenda dice que Oufkir había separado la cabeza de Ben Barka del cuerpo, y se la había llevado como trofeo al rey Hassán II.

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