Pasionaria, ídolo y dirigente del comunismo

11 / 11 / 2014 Luis Reyes
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Madrid, 12 de noviembre de 1989 · Fallece en Madrid Dolores Ibárruri, Pasionaria, legendaria dirigente comunista, símbolo de resistencia popular en la Guerra Civil.

Su padre era carlista, su madre una beata, su hermano mayor franquista y ella de joven quiso meterse a monja... Aunque la familia era de clase obrera y numerosa, nunca hubo necesidad en la casa; en realidad no había pobreza en su pueblo, Gallarta, porque todos trabajaban en la mina y los mineros estaban bien pagados. No hubo por tanto ningún determinismo en el destino de Dolores Ibárruri, si llegó a ser la mujer más destacada del comunismo mundial fue porque quiso. Porque eso sí, cuando quería una cosa tenía una voluntad de hierro como el que salía de las entrañas de Gallarta, del que ya hablaba Plinio en tiempos de los romanos.

Tan fuerte de carácter era Dolores que, de niña, su madre llegó a creer que estaba endemoniada y la llevó al cura de San Felicísimo en Deusto, para que le hiciera un exorcismo. Es obvio que el cura no logró expulsar el demonio del cuerpo de Dolores, en vista de la categoría del enemigo que tuvo la Iglesia en ella.

Isidora Ibárruri Gómez nació en 1895, un 9 de diciembre (luego una fecha de culto para los comunistas de todo el mundo, el cumpleaños de Stalin). Así consta en el Registro Civil de Abanto y Ciérvana. Sin embargo, cuando bautizaron a la niña le pusieron María de los Dolores, sin duda por la devoción familiar hacia la Dolorosa. El apellido Ibárruri venía de que su padre había sido un expósito, un niño abandonado en las escaleras de la iglesia de Ibárruri. El Gómez de su madre, en cambio, era castellano de pura cepa.

Hasta los 20 años Dolores siguió el ferviente catolicismo que se respiraba en su casa. Era una católica activa, afiliada al Apostolado de la Oración, organización dedicada a promover el culto al Sagrado Corazón de Jesús, que a finales del siglo XIX y principios del XX constituía un frente de lucha internacional contra la creciente secularización de la sociedad, lo que entre otras cosas daría lugar a bodrios arquitectónicos como el Sacré Coeur de París. Cuando se casó, recién cumplidos los 20, lo hizo por la Iglesia, pese a que el novio, Julián Ruiz, era un minero socialista.

De católica a socialista.

La arrolladora personalidad y carisma de Dolores Ibárruri convertiría en personajes secundarios a los hombres con los que tuvo relaciones, pero aunque el marido hiciera mutis por el foro en cuanto ella empezó a sobresalir políticamente, parece lógico pensar que fue el contacto con las ideas socialistas de él lo que la llevó a la izquierda. No obstante, cuando nació su primera hija, Ester, se enfrentó con su marido porque se empeñó en bautizarla. Quizá también le empujó a perder la fe el crudo dramatismo de su vida matrimonial. En casa de su padre Dolores nunca había pasado necesidad, y si no la dejaron estudiar para maestra como quería no fue porque no hubiese dinero –versión oficial comunista– sino porque no les pareció apropiado para una hija de obreros. El matrimonio en cambio siempre anduvo a dos velas, porque la militancia sindicalista de Julián Ruiz le hacía estar frecuentemente de huelga. A esto hay que sumar la reiterada tragedia de su maternidad, pues de siete hijos que tuvo Dolores, cinco murieron en la primera infancia.

Hay una coincidencia de fechas, quizá significativa, entre la muerte de su primera hija con 2 añitos y su primera manifestación política de la que queda huella, un artículo publicado en 1919 en un periódico obrero, El Minero Vizcaíno. Un artículo que la descubre todavía con el prisma católico, pues lo titula “Hipocresía religiosa” y lo firma con el seudónimo de “Pasionaria”. ¿De dónde sale este alias, que en aquellos tiempos sólo podía relacionarse con la Pasión de Cristo? Pues del altar de la Pasión de la iglesia de Gallarta, donde estaba la tumba familiar que tantas veces había visitado y, según costumbre rural vasca, era cuidada y mantenida por las mujeres de la familia. Pese a estas ambigüedades de Dolores Ibárruri, el ambiente obrero, el compromiso del marido que tras la huelga general de 1917 iría a la cárcel casi un año, las necesidades económicas, el eco de la Revolución de Octubre en Rusia y las lecturas en el Centro Obrero la fueron forjando como militante socialista en sus primeros años de matrimonio, y participó junto a su marido en la escisión del PSOE que daría lugar al Partido Comunista de España, del que ambos serían miembros fundadores en 1920. La personalidad de esa joven Pasionaria de gesto firme y figura austera siempre vestida de negro, porque iba pariendo hijos que se morían en la cuna, la convirtieron enseguida en una figura del nuevo partido, que tenía poca gente. Fue desde el principio miembro del Comité Provincial de Vizcaya, y en 1929 la designaron delegada al III Congreso del PCE, que se celebraba en París, aunque fracasó su intento de cruzar clandestinamente la frontera.

Al año siguiente, ante el encarcelamiento de la mitad de los dirigentes del PCE, la eligieron miembro del Comité Central y se consumó la separación matrimonial. “Yo pierdo a mi mujer, pero el partido gana un dirigente”, aceptaría con filosofía Julián Ruiz. Pasionaria se trasladó a Madrid y trabajó en la redacción de Mundo Obrero. Su seudónimo periodístico era ya conocido entre la izquierda, pero la campaña de las elecciones municipales que traerían la República en 1931 la descubrió como oradora, o mejor dicho, como agitadora con la palabra, un arte en el que sería maestra con repercusión mundial.

Esos años de la República la consagrarían como figura del comunismo. Fue varias veces encarcelada, no tanto por enfrentarse al capitalismo, sino al socialismo, implicada en el asesinato de miembros del PSOE, en la lucha implacable que los minoritarios comunistas libraban para desplazar a los socialistas en la dirección del movimiento obrero.

En 1933 visitó por primera vez Moscú, la meca de todos los revolucionarios, donde asistió al pleno de la Internacional Comunista –de la que sería una activa dirigente– y al Congreso del PCUS. Allí llamó favorablemente la atención de Stalin, lo que significaba una carrera asegurada en la dirigencia comunista. Se bandeó bien en las luchas internas del PCE, apoyando la toma del poder por parte de José Díaz, del que 10 años después se convertiría en sucesora.

La Guerra Civil.

La victoria electoral del Frente Popular a principios de 1936 la llevaría de la cárcel al Congreso, pues obtuvo un acta de diputada por Asturias. Desde su escaño pronunció discursos que tuvieron gran impacto, y algunos historiadores le achacan una frase que sería la sentencia de muerte para Calvo Sotelo, el jefe de la oposición monárquica. “Este es tu último discurso”, dice Madariaga que amenazó Pasionaria a Calvo Sotelo después de una intervención de este, asesinado dos días después por los policías que le detuvieron. Sin embargo esta frase no está recogida en el Diario de sesiones. No hay duda en cambio de que lanzó el más famoso grito de combate de la Guerra Civil, “¡No pasarán!”.

Durante la contienda fue una constante animadora del espíritu de resistencia de los republicanos, algo así como Winston Churchill para los ingleses con sus discursos, aunque sin su nivel intelectual, y también actuó en el exterior procurando ayudas para la República. Mandó al combate a su único hijo varón, Rubén, que con 17 años luchó en la batalla del Ebro, sin embargo se la acusa de impedir que fuese al frente su amante Francisco Antón, un joven comunista 15 años menor que Dolores. Estas relaciones causaron considerable escándalo en el PCE, que era bastante puritano, pese a lo cual ella conseguiría situar al amante en la cúpula del partido. Pasionaria no solamente libró a Antón del peligro en la Guerra Civil, también logró que Stalin le pidiese a Hitler el favor de liberar a su novio, que en 1940 estaba en un campo de internamiento francés. Como eran los tiempos del pacto germano-soviético, Antón fue remitido por los nazis a la URSS, a reunirse con su Dolores.

Abandonó España un mes antes del final de la guerra, saliendo de Monóvar en un avión Dragon Rapide, curiosamente el mismo modelo que había llevado a Franco a Marruecos en los primeros momentos del alzamiento. Dolores Ibárruri se instaló en Moscú, donde siempre gozaría del favor de Stalin, cuyas consignas obedecía tan religiosamente como cuando le rezaba al Sagrado Corazón. Para reforzar sus lazos con el jefe del comunismo mundial, su hija Amaya se casó con el hijo adoptivo de Stalin, Artiom Serguéiev.

El exilio.

Los años de la Segunda Guerra Mundial le trajeron triunfos públicos y penas privadas, porque se hizo con la secretaría general del PCE tras el suicidio de José Díaz, pero su hijo Rubén, oficial del Ejército Rojo, murió luchando en la batalla de Stalingrado y se produjo la ruptura con su amante Francisco Antón, que se buscó una mujer joven. Parece que Dolores no se lo perdonaría, y Antón terminaría purgado, obligado a realizar una de aquellas autocríticas en que se confesaban los más horribles crímenes aunque fueran mentira, y seguramente habría sido fusilado como “agente del enemigo” de no haber muerto Stalin en el proceso.

Después de la Segunda Guerra Mundial Pasionaria residió en Moscú y en Francia, a veces clandestinamente, y viajó por los países del Este. La muerte de Stalin la privó de su principal apoyo, y desde que Khruschev inició la desestanilización en el XX Congreso del PCUS, en 1956, sería Santiago Carrillo quien de verdad mandase en el Partido Comunista de España. En 1960 se procedió al relevo formal en un congreso del PCE en Praga, Carrillo fue elegido secretario general y a Pasionaria le dejaron el puesto honorífico de presidenta. Su figura, sin embargo, había entrado en la leyenda para la izquierda mundial. Regresó a España tras la legalización del PCE por Adolfo Suárez en el histórico Sábado Santo de 1977, y en las primeras elecciones de la democracia volvió a ser elegida diputada por Asturias, como en 1936. Como era la más vieja de los electos presidió la primera mesa de las Cortes democráticas. En 1984 publicó la segunda parte de sus Memorias titulada Me faltaba España, donde hacía un estremecedor resumen de su vida: “Pensé en ser religiosa y abandoné la fe. Quise ser maestra de niños y fui propagandista revolucionaria. Soñé en la felicidad y la vida me golpeó con dureza, en lo más íntimo, en lo más entrañable. Creí en
 la victoria y sufrí con mi pueblo terribles derrotas”.

Le faltó escribir una última pena: “Creí en el comunismo como una verdad absoluta y vi derrumbarse el Muro de Berlín”, pues murió tres días después de este acontecimiento histórico.

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