La buena estrella del primer Káiser

08 / 06 / 2017 Luis Reyes
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Guillermo I de Alemania sufre un atentado, el segundo en tres semanas. Era el pan de cada día de los reyes de la época: prácticamente todos fueron blanco de regicidas.

Guillermo I El primer káiser retratado con pickelhaube, el típico casco de pincho prusiano que le salvó la vida

Ser rey se convirtió en una profesión de riesgo durante el XIX y el primer tercio del XX. Desde que la Revolución Francesa desacralizó a los monarcas haciéndoles subir al cadalso, más de treinta miembros de la realeza fueron asesinados en Europa y prácticamente todos los soberanos sufrieron algún atentado. De Portugal a Grecia había una cacería de reyes por anarquistas, nihilistas, marxistas y nacionalistas. Seis atentados, hasta que lo mataron, le hicieron al zar más liberal que ha tenido Rusia, Alejandro II.

Había reyes con una suerte milagrosa, como Alfonso XIII, que sufrió cinco atentados sin resultar herido. En el extremo opuesto del infortunio encontramos a Sissy: la emperatriz de Austria llevaba años viviendo de incógnito, casi en la clandestinidad, sin dejarse fotografiar; casi nadie conocía su cara, pero casualmente se cruzó en Suiza con un anarquista italiano que sí la reconoció, y así, al paso, le clavó un estilete. Nadie se dio cuenta del atentado, ni siquiera Sissy, pero al poco se derrumbó muerta.

Guillermo I, rey de Prusia y luego primer emperador de Alemania tenía siete vidas como los gatos, pues fue herido varias veces  y sobrevivió. Su sino debía estar bajo una buena estrella, pues sin ser destinado al trono, que solo alcanzó a la edad de jubilación (64 años), tuvo un prolongado reinado en el que Prusia pasó de nación de segunda fila a primera potencia de Europa, con la economía más fuerte y un alto grado de cultura y bienestar. La Historia sin embargo le recuerda poco, obscurecido por la gigantesca figura de su canciller, Bismark, fundador de la Alemania contemporánea. Pero no habría existido Bismark sin Guillermo I, pues en Prusia nombraba al primer ministro no una mayoría parlamentaria, sino la voluntad del soberano, lo que da a Guillermo I algún mérito en la obra del canciller de Hierro.

Guillermo era el segundón de Federico Guillermo III y según la antigua costumbre nobiliaria se hizo militar. Luchó contra Napoleón y ganó la Cruz de Hierro en el campo de batalla. Cuando tenía 43 años, al subir al trono su hermano mayor que no tenía hijos, se convirtió en príncipe heredero. Era un conservador moderado y creía necesario un sistema constitucional, para lo que buscó asesoramiento de personalidades liberales alemanas y británicas, sin embargo estuvo al mando de las tropas que aplastaron la Revolución de 1848-1849,  lo que le hizo impopular. Lo apodaron Kartätschenprinz, el príncipe Metralla.

En 1857 tomó las riendas del Estado como regente, por la incapacidad mental de su hermano, nombró a un Gobierno liberal que introdujo reformas e hizo el gesto de jurar la Constitución. Era un personaje complejo, pues a la vez que daba estas muestras de liberalismo mantenía un militarismo visceral y un patriotismo extremo, su principal afán era organizar un gran ejército como instrumento de la grandeza alemana. Para estos propósitos, al subir al trono nombraría canciller a Bismarck, que se mantuvo al frente del Gobierno las siguientes tres décadas, aunque Guillermo I discrepaba en muchos aspectos de su primer ministro y ejercía de contrapeso del conservadurismo del canciller de Hierro.

Superviviente

En su prolongada vida pública –murió reinando con 91 años– Guillermo I sufrió varios atentados. Ya antes de la regencia sufrió uno en Maguncia del que escapó felizmente, pero el primero como rey fue al poco de subir al trono, estando de veraneo en el famoso balneario de Baden-Baden. Iba paseando a pie por un parque cuando un joven se le acercó por detrás y, a tres pasos, le descerrajó dos tiros de pistola en la nuca.

Inexplicablemente solo sufrió una herida superficial. El terrorista, por fortuna, no era un pistolero profesional, sino un estudiante de la Universidad de Leipzig, Oskar Becker, fanático nacionalista alemán, que consideraba que Guillermo no sería capaz de lograr la unidad de Alemania. El tribunal consideró que se trataba de un desequilibrado y solo le condenó a veinte años de prisión, pero a los cinco años Guillermo lo perdonó, con la condición de destierro perpetuo. Becker terminaría sus días en Egipto.

La clemencia de Guillermo no apaciguó a otros regicidas. En mayo de 1878, siendo ya emperador de Alemania y octogenario, paseaba un bonito día de primavera en coche descubierto con su hija Luisa, cuando un hombre se acercó al carruaje y disparó dos veces un revólver, fallando los tiros. Los viandantes se echaron sobre él y mató a uno de ellos. Era un obrero llamado Emil Max Hödel, antiguo militante socialdemócrata que se había pasado a la “propaganda por el hecho” anarquista, es decir, al terrorismo. La muerte del ciudadano que intentó detenerlo le costó la pena capital y fue ejecutado, aunque Guillermo I estuvo a punto de no verlo.

Tres semanas justas después del atentado de Hödel, paseaba de nuevo en coche descubierto por Unter der Linden, la famosa avenida berlinesa, cuando desde un balcón le dispararon con escopeta. Esta vez los disparos sí le alcanzaron, pero el amor al ejército que profesaba de toda la vida hacía que Guillermo I vistiera casi siempre de uniforme, incluido el pickelhaube, el característico casco de pincho prusiano, le protegió la cabeza, aunque quedo herido grave.

El autor de los disparos era nada menos que un doctor en Filosofía llamado Nobiling, que se saltó la tapa de los sesos cuando fueron a detenerlo. No se mató sin embargo, y llegó a decir que estaba al frente de una gran conspiración. La Policía sin embargo no le creyó. Había muchas botellas de cerveza vacías en su habitación, y pensaron que era un chalado que entre vapores alcohólicos había decidido pasar a la Historia como regicida. Quisieron llevarlo a un manicomio para que los psiquiatras lo evaluasen, pero falleció antes.

Pese a su avanzada edad Guillermo se recuperó de las heridas y estuvo sentado en el trono hasta los 91 años, aunque los terroristas no le darían cuartel. Su último intento lo protagonizó August Reindorf, al que llamaban el padre de la Anarquía. Preparó una mina de dinamita para volar el puente por donde iba a pasar Guillermo I con sus hijos. Pero la estrella del primer káiser hizo que lloviese, el explosivo se humedeció y la trampa infernal no funcionó. El padre de la Anarquía fue ejecutado.­

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