El Zar desaparece

27 / 05 / 2014 Luis Reyes
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Berlín, 23 de mayo de 1913 · Nicolás II de Rusia, que ha acudido a la boda de la hija del káiser Guillermo II, desaparece sin dejar rastro.

Fue la última gran fiesta familiar de la monarquía europea antes del fin del mundo, nunca más compartirían la alegría los tres primos hermanos, nunca más se volverían a ver Willy, Nicky y Georgie, para el resto de la humanidad, el káiser Guillermo II, el zar Nicolás II y el rey de Inglaterra Jorge V, los tres soberanos más poderosos del mundo... los que llevarían a Europa al holocausto de la Gran Guerra. Solo faltaba un año para la catástrofe, pero en la boda de la hija de Guillermo todos parecían felices y bien avenidos, aunque hubiera sus sobresaltos, como se verá.

Alemania había seguido complacida el romance de la bella princesa Victoria Luisa con el apuesto príncipe Ernesto Augusto –hasta los nombres parecían haber sido inventados por una escritora de novela rosa–. Históricamente príncipes y princesas han sido peones de la política de alianzas entre sus dinastías, pero en la segunda mitad del siglo XIX el avance de las costumbres había llevado a buscar “matrimonios felices” incluso entre la realeza. La reina Victoria de Inglaterra había dicho que quería ver a sus hijos “casados por amor”, e Inglaterra era  quien marcaba el paso del mundo.

Eso no quiere decir que pudieran buscar cónyuge fuera de su círculo, pero como todos lo tenían asumido, bastaba encontrar alguien bien parecido y amable para que los jóvenes vástagos regios se enamorasen y se casaran contentos. Alfonso XII, por citar ejemplos españoles, había vivido un auténtico flechazo con su prima sevillana, María de las Mercedes de Orleans, su primera esposa; y Alfonso XIII se había sentido seducido por la impresionante belleza de Ena de Battemberg y desde que la vio decidió que la inglesa sería la reina de España; Alfonso era feúcho y de aspecto enfermizo, pero la simpatía y el gracejo del español –aparte del hecho de convertirse en reina– fueron suficientes para que Ena subiese muy contenta al altar.

Amor e intereses dinásticos.

La historia de amor de la hija pequeña del káiser era ejemplo de cómo la etiqueta palaciega y el interés político podían empaquetarse con una envoltura sentimental. Ernesto Augusto era nieto del último rey de Hannover, que había perdido su reino por culpa de la expansión de Prusia, que absorbió Hannover tras la guerra de 1866. Eso generó  enemistad entre las dos dinastías, los depuestos Hannover, que se refugiaron con sus parientes ingleses, y los Hohenzollern, que gracias a esas rapiñas pasaron de reyes de Prusia a emperadores de Alemania.

Guillermo II quería reparar la brecha porque le preocupaba lograr el máximo de cohesión en Alemania. Para los Hannover la reconciliación aparecía como la única forma de recuperar algo de lo perdido. Al fin y al cabo aquello era una querella familiar, como cuando se litiga por una herencia, y la mejor forma de resolverlo era una boda. El káiser dio el primer paso cuando el hermano mayor de Ernesto Augusto murió en accidente: le envió su pésame al padre, que era conocido en Inglaterra como duque de Cumberland. El duque, por su parte, aprovechó la mano tendida: envió a su otro hijo, Ernesto Augusto, a darle las gracias personalmente a Guillermo II.

El encuentro tuvo lugar en las afueras de Berlín, en el palacio de Sans Souci, en el delicioso jardín rococó donde Federico el Grande y Voltaire paseaban enfrascados en ilustradas conversaciones. Ernesto Augusto era un joven algo tímido, con buen tipo y un rostro dulce y aniñado que intentaba disimular con un proyecto de bigote. Victoria Luisa, la única hija de Guillermo II, era una delicada belleza rubia de ojos azules a quien llamaban Sissi, porque recordaba a la más célebre beldad de la realeza, la emperatriz Sissi de Austria. Estratégicamente se había planeado un encuentro en el exótico marco del pabellón chino y en petit comité, solo el káiser, su esposa y los dos jóvenes. Victoria Luisa lo encontró guapísimo y fue ella quien inició el acercamiento, mientras que él, impresionado tanto por la imponente presencia del káiser como por el atractivo de la muchacha, era un manojo de nervios que tropezaba y tiraba cosas. Pero sus meteduras de pata les parecieron encantadoras a todos y de allí salió un rápido noviazgo.

Una fiesta familiar.

Antes de un año se celebró la boda en Berlín. Guillermo II decidió hacer una fiesta estrictamente familiar, aunque solo la parentela próxima suponía una cumbre de los tres soberanos más poderosos, el alemán, el ruso y el británico, que eran primos. Guillermo esperaba aprovechar esta circunstancia para aumentar su influencia internacional, ya en otras ocasiones había manejado a su antojo a Nicolás II que, pese a ser un autócrata, era un pobre hombre de buenísimas intenciones y cortas luces, al que Guillermo seducía con sus halagos y aparentes buenos consejos.

Sin embargo esta vez los Gobiernos inglés y ruso advirtieron seriamente a sus monarcas que no se dejaran envolver en las maniobras del káiser. Nicolás buscó de forma instintiva el amparo de su primo Jorge. Sus madres eran hermanas, y ambos se parecían tanto que cuando iban de vacaciones a Balmoral, el castillo escocés de la reina Victoria, les llamaban los Gemelos, y desde que llegaron a Berlín ambos empezaron a reunirse a solas, rehuyendo a Guillermo. No es que conspirasen contra Alemania, más bien eran como dos niños muy unidos que le hacen el vacío a un tercero, y Guillermo reaccionó infantilmente con un ataque de celos, persiguiéndolos, imponiéndoles su compañía, interrumpiendo sus conversaciones intentando meter baza.

Amenaza terrorista.

El berrinche del káiser con sus esquivos primos fue sin embargo un asunto menor comparado con el que tuvo la víspera de boda. El jefe de policía de Berlín, Traugott von Jagow, se presentó ante él sin solicitar audiencia, lo que ya le enfadó, pues el káiser era muy exigente en las cuestiones protocolarias. Pero el estallido de su cólera ocurrió cuando Von Jagow le dijo que el zar había desaparecido.

El asunto era inconcebible, Berlín había sido blindada por la policía para la reunión de testas coronadas, y el estilo de vida de aquellos monarcas les hacía estar siempre acompañados por su séquito, sin embargo Nicolás II se había evaporado. Para empeorar las cosas, Von Jagow le enseñó al káiser un informe que había recibido de la policía rusa. La Okhrana, la tristemente célebre policía secreta zarista, que tenía muy infiltrados los grupos terroristas, había descubierto un plan para asesinar al zar mediante 25 francotiradores dirigido por un tal Slavek, que ahora estaba en Berlín.

Si el zar moría en un atentado en la capital alemana el descrédito sería enorme para Guillermo II, que además temía que los rusos le hicieran a él responsable y eso desencadenara un conflicto. El jefe de policía pagó la indignación y el miedo que sentía el káiser, recibiendo una bronca monumental. Puso a todos sus agentes a buscar al zar perdido, pero todo fue infructuoso. Al cabo de unas horas, sin embargo, Nicolás II reapareció muy satisfecho, el príncipe Enrique de Prusia, hermano del káiser, le había invitado a dar un paseo en un flamante automóvil nuevo, y se lo habían pasado muy bien.

Finalmente todo volvió a su cauce y siguió la fiesta. Esa noche celebraron el tradicional baile de las antorchas, en el Salón Blanco del palacio imperial. La boda fue espectacular, Sissi estaba resplandeciente con la Diadema del Káiser, como se ve en la foto, a Ernesto Augusto lo nombraron soberano de Brunswick y fueron felices y comieron perdices... durante 14 meses, los que faltaban para el estallido de la Gran Guerra.

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