Bienvenido míster Doughboy

04 / 04 / 2017 Luis Reyes
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Washington, 6 de abril de 1917. El Congreso de Estados Unidos declara la guerra a Alemania.

Los doughboys protagonizarían muchas películas, como el clásico de Buster Keaton

Los submarinos comenzaron sus ataques a mediados de marzo, como letales bandadas de tiburones. Hasta entonces los torpedos alemanes habían hundido algún buque norteamericano esporádicamente, pero ahora se trataba de una agresión sistemática contra todo barco con bandera de Estados Unidos que surcase el Atlántico. Alemania quería bloquear a Inglaterra para rendirla por hambre, y había proclamado en febrero del 17 la “guerra submarina total”. No reconocía neutrales, todos eran enemigos en el Atlántico.

Estados Unidos no quería entrar en la que llamaban “Guerra Europea”. El presidente Wilson era un pacifista y en 1915 se aguantó la indignación cuando los alemanes hundieron el trasatlántico inglés Lusitania, matando a 128 pasajeros americanos. Pero en marzo del 17 los torpedos se lanzaban expresa y repetidamente contra objetivos americanos, de modo que el 2 de abril Wilson convocó al Senado y a la Cámara de Representantes a una sesión conjunta, pues según la Constitución de Estados Unidos declarar la guerra es una prerrogativa del legislativo. En su siglo y medio de historia la República norteamericana había practicado el aislacionismo y costó cuatro días de debates que el Congreso declarase el “estado de guerra entre los Estados Unidos y el Gobierno Imperial Alemán”. Seis senadores votaron en contra y ocho se abstuvieron, pero el 6 de abril Wilson fue autorizado a firmar la declaración de hostilidades. Había comenzado la auténtica Guerra Mundial.

Estados Unidos no estaba preparado para un conflicto de esas monstruosas dimensiones. Los Estados europeos se habían prevenido durante años para la Gran Guerra y movilizaron millones de combatientes antes de entrar en hostilidades, pero Estados Unidos estaba en otro planeta. No existía el servicio militar obligatorio y en 1914 su Ejército no llegaba a los 100.000 hombres. Dada la conflictiva situación, el presidente Wilson incrementó casi un 50% los efectivos, hasta los 140.000 soldados, pero esa cifra equivalía a las bajas de una sola batalla de la Gran Guerra.

Washington tuvo que introducir el servicio militar obligatorio, pero además había que producir armamento y equipo para millones de hombres –se movilizarían cuatro millones–, encuadrarlos, organizarlos, darles instrucción militar y por último, pero no lo menos importante, trasladarlos al otro lado del Atlántico... una tarea gigantesca. La llegada de la ayuda americana iba para largo y los aliados comenzaron a impacientarse, porque Alemania firmó la paz con los bolcheviques a finales de 1917 y podía concentrar todas sus fuerzas en el frente occidental.

En junio del 17 llegaron los primeros soldados americanos, solamente 14.000, un contingente irrisorio para la máquina de devorar hombres que era la Gran Guerra. Les llamaron doughboys (literalmente “chicos de masa”) porque con ellos vinieron unas misioneras del Ejército de Salvación que amasarían millones de doughnuts (donuts) para los muchachos. Los americanos venían en plan señorito, y no solo porque se trajeran sus caprichos. El jefe de la fuerza expedicionaria, el general Pershing, tenía muchas ínfulas, no solo exigía que no se mandara a sus hombres al frente hasta que no hubieran completado su instrucción militar en Francia, lo que era razonable, también exigía tener un mando operativo, que sus tropas no se utilizasen como mero complemento de los Ejércitos francés o inglés para tapar huecos o cubrir bajas.

Los mandos franco-británicos estaban francamente irritados con Pershing, pero no les quedó más remedio que aguantarse. Francia e Inglaterra se hallaban exhaustas después de cuatro años de guerra, la savia nueva americana era vital. Por fin en octubre la Fuerza Expedicionaria Americana (AEF) fue capaz de alinear una división de infantería completa, la Primera o Big Red One, pues su emblema era el Gran Uno Rojo, que tuvo su bautismo de fuego defendiendo las trincheras de Nancy. Una vez puesta en marcha, la maquinaria estadounidense sería implacable, al año tenía un millón de hombres en Francia, y alcanzaría más de dos millones, aunque los últimos no llegasen a tiempo de entrar en combate antes de que terminara la guerra.

El 21 de marzo de 1918 Alemania inició una ofensiva que estuvo a punto de darle la victoria. Hindenburg y su jefe de Estado Mayor, Ludendorff, decidieron jugárselo todo a una carta, porque su nación estaba agotada. Trayendo las tropas del frente ruso tenían más potencia que los franco-británicos y emprendieron la brutal Kaiserschlacht (Batalla del Káiser).

El punto final

A las 4 de la mañana 10.000 cañones comenzaron un bombardeo que en cinco horas lanzó 1.160.000 proyectiles sobre las líneas aliadas. Lograron romperlas y avanzaron más de lo que había logrado nadie desde 1914, aunque al final volverían a ser detenidos en el Marne. En mayo del 18, cuando la Kaiserschlacht ya flojeaba, el mando aliado decidió probar si la jactancia de Pershing tenía algún fundamento, y ordenaron a los americanos que, por primera vez, se lanzaran a la ofensiva. Tenían que conquistar un saliente de las líneas alemanas, un objetivo más bien banal. Con apoyo de artillería, tanques y aviones franceses, la Big Red One ejecutó un vigoroso ataque y ocupó el saliente, aunque los doughboys sufrieron un elevado número de bajas, más de 300 muertos y 1.300 heridos. Ese alto precio sería una constante en las acciones norteamericanas, la prepotencia y la falta de experiencia de Pershing le hacían despreciar la prudencia con que se movían los franco-británicos.

En la batalla de Saint-Mihiel, septiembre del 18, Pershing se puso al frente no de la Primera División, sino del Primer Ejército norteamericano, más de medio millón de hombres, y tras ganar el combate le encomendaron la ofensiva Meuse-Argonne, el momento decisivo de la Gran Guerra, el que le pondría punto final. Pershing tenía a sus órdenes más de un millón de hombres, no solo americanos, sino también franceses, su ego alcanzó plena satisfacción, pero lo cierto es que el ardor de los doughboys se impuso en un momento en que los soldados europeos de los dos bandos estaban desfondados. La ofensiva de Pershing duró hasta noviembre de 1918, cuando los alemanes solicitaron el armisticio.

Un cuarto de millón de doughboys resultaron heridos y 160.000 se quedarían enterrados en Europa. Aunque un tercio de ellos murieron de gripe, los chicos de masa eran de masa dura.

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