El Va, pensiero contra Berlusconi

14 / 05 / 2011 0:00 Incitatus
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El Teatro dell’Opera de Roma se pone en pie para cantarle al primer ministro la histórica melodía de Verdi, símbolo de la dignidad y la libertad de Italia.

Luego dicen que la ópera es un asunto para seis u ocho frikis medio apolillados y que no le interesa a nadie más. No es cierto y nunca lo fue. La ópera, como en España pasa con el fútbol y los toros, está inventada para mover y conmover masas. El hecho de que ahora mismo las masas prefieran otros estímulos no le quita a la ópera ni un átomo de su poder, cuando las circunstancias son favorables.

Mi hermana Araceli me ha hecho llegar por Internet un vídeo de los que tiran de espaldas. Está grabado hace unas semanas en el Teatro dell’Opera de Roma. Allí, el gran Riccardo Muti dirigía una representación de Nabucco, el primer gran éxito de Giuseppe Verdi. No era una representación cualquiera: se estaban conmemorando los 150 años de la proclamación del reino de Italia, que tuvo lugar en marzo de 1861 (otra cosa fue la unificación definitiva, que aún tardaría). Esto quiere decir que en el palco de honor del teatro estaban el presidente de la República, Giorgio Napolitano; el cardenal Agostino Vallini, que no se sabe bien qué hacía allí pero que adornaba como solo saben hacerlo los cardenales jubilados; y, naturalmente, el primer ministro, o sea Berlusconi. Parece que Su Eminencia no se sintió especialmente incómodo junto al Cavaliere, para quien es evidente que el sexto mandamiento de los cristianos tiene la misma importancia que la mayoría de las leyes italianas: ninguna, porque valen para todos menos para él. Pero allí estaban todos.

Ah, pero es que también estaban los italianos. Y eso vuelve el asunto muy diferente.

Nabucco transcurrió sin mayores contratiempos hasta que, en el tercer acto, el coro cantó el famosísimo Va, pensiero. Ya saben ustedes: el canto de los esclavos hebreos que se acuerdan de la libertad y de la “patria, si bella e perduta” (tan hermosa y perdida).

Ahí reventó el teatro. El público, fuera de sí, empezó a aplaudir, a gritar Evviva Italia! y a pedir un bis, algo rarísimo en los teatros de ópera de hoy. Querían oírlo otra vez. Pero no solo eso.

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El maestro Muti se dio cuenta de que una energía potentísima estaba electrizando a todos los presentes (salvo a uno, quizá). Que el techo del teatro se abría y que por él bajaban en tropel Verdi, Garibaldi, Manzoni, Dante, Leonardo, Mazzini, Toscanini, Caruso, Pavarotti y por ahí seguido hasta Paolo Rossi, todos inflamados de luz.

El maestro Muti echó mano de un micrófono de sala y empezó a hablar sin que le temblase la voz ni un solo segundo: “Estoy muy de acuerdo con eso de ‘viva Italia’... Ya no tengo 30 años, mi vida está hecha. Ya no tengo que decir lo que me mandan que diga... Y siento un profundo dolor, una enorme vergüenza por lo que está sucediendo en Italia. Mientras el coro cantaba hace un momento el O mia patria, si bella e perduta, yo pensaba que si nosotros destruimos la cultura, las ideas sobre las que está cimentada la historia de Italia, nuestra patria será, de verdad, bella e perduta”.

“Cantemos juntos...”

El teatro se vino abajo. Aplausos, bravi e imprecaciones varias hacia quien se está pasando a Italia por el forro de los... arcores. Los del coro, que estaban en el escenario en posición plástica (es decir todos quietos en la actitud marcada por el director de escena), se pusieron en pie y rompieron a aplaudir, vestidos de esclavos como estaban. Muti:

“Con frecuencia se dice que Muti habla de dinero o por dinero... Hoy no. Ya me he callado demasiado. Hoy estamos en nuestra casa. ¿Quieren que cantemos juntos el Va, pensiero?”.

Y sonó. Lentísimo, pero sonó. Fue un momento que vale por una vida. El teatro entero puesto en pie (no se ve en las imágenes ni al cardenal ni al otro, ya saben a quién me refiero) entonó la melodía más desgarradora, más heroica y más italiana de todos los tiempos. Una melodía que se saben de memoria todos los italianos desde antes de echar los primeros dientes, porque esa melodía es Italia. La Italia libre. La Italia digna.

Muti se volvió de espaldas al foso y dirigió, sin batuta, al público. En el escenario, los esclavos y esclavas lloraban como Magdalenas y apenas lograban emitir una nota. Era Italia. Vivía Italia.

Esa melodía se oyó por primera vez en 1842, cuando Nabucco se estrenó en La Scala de Milán y el tercio norte de lo que pronto sería una nación estaba invadida por los austriacos. Fue fulminante. El Va, pensiero se convirtió de la noche a la mañana en un himno revolucionario; pocos entendían aquellos versos tan redichos de Temistocle Solera, pero todos sabían que cantar aquello era cantar a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad de todos. Verdi, un chaval de 31 años, se convirtió en un símbolo, y las paredes de todo el país se cubrieron de pintadas que decían “Viva VERDI”, así, en mayúsculas, porque todos sabían que el apellido del compositor se había convertido en el acrónimo de “Vittorio Emmanuele, Re d’Italia”, o sea: viva la independencia.

Cuando Verdi murió, aquella música partió a Italia por la mitad. El 28 de febrero de 1901, el cortejo fúnebre echó a andar desde el cementerio de Milán hasta la Casa di Riposo en la que él quería descansar junto a su esposa, Giuseppina Streponi. El largo trayecto fue cubierto por una multitud gigantesca, colosal, una multitud como Milán no ha visto en toda su historia. Y todos, desde Arturo Toscanini hasta el último pobre de pedir de la ciudad, acompañaron al féretro cantando una y otra vez, una y otra vez: Va, pensiero, sull’ali dorate...

Ahora, el viejo cascarrabias lo ha vuelto a lograr. Su música se ha convertido, una vez más, en un himno de liberación. En el Teatro dell’Opera de Roma volvió a sonar, como un cañonazo, el Viva Verdi! de hace siglo y medio, y con el mismo sentido: viva la dignidad de Italia, viva la grandeza de la nación. En Italia se pueden pasar por alto muchas cosas, pero cuando suena el Va, pensiero en las voces de la gente, lo mejor es quitarse del medio porque uno puede acabar hecho trizas en una cuneta. El senza vergogna de Berlusconi ha logrado que los italianos le tiren a la cara (algo habrá salpicado también al cardenal Vallini, que estaba al lado) lo mismo que cantaron en la unificación, lo que sonó en las calles cuando terminó la guerra mundial.

Al hombre que usa de sus medios de comunicación para embrutecer a los ciudadanos fingiendo que les entretiene; al hombre que compra sin el menor disimulo votos y voluntades; al hombre que apaña las leyes para que valgan para todos menos para él; al hombre que se toma como algo divertido y machote que le pillen (presuntamente) prostituyendo a menores, cuando es el primer ministro; al hombre que pretende convertir Italia en su finca particular y que dice que los jueces son un cáncer subversivo, le han tirado a la cara el Va, pensiero. Está perdido. Tardará lo que tarde, pero está perdido.

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