Cinco siglos del cirujano del poder

19 / 12 / 2013 11:33 Antonio Puente
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Se cumplen 500 años de la redacción de El Príncipe por parte de Nicolás Maquiavelo. Diversos actos rinden tributo estos días al célebre pensador florentino.

Era maquiavelo maquiavélico? ¿Cuál es la vigencia de su legado y, especialmente, de su obra magna, El Príncipe, de cuya redacción acaban de cumplirse 500 años? Ninguno de los nombres propios que han dado pie a un arquetipo, en la historia de la cultura y el pensamiento, han sido objeto de tanta confusión y tergiversación como el politólogo del Renacimiento Nicolás Maquiavelo (1469-1527) y su irredimible etiqueta de maquiavelismo, según los especialistas. Ciertamente, podemos reconocer, por ejemplo, que vivimos un amor platónico, una situación kafkiana, un infierno dantesco o que llevamos una vida franciscana, o hemos adoptado una decisión salomónica, dado un beso de Judas, emprendido un giro copernicano, o cometido un lapsus freudiano, o un acto sádico, o mantenido una actitud masoca (más próxima la abreviatura, por cierto, al austriaco Leopold von Masoch que le da el nombre), etcétera, y todos esos rótulos estarán siempre más cerca del personaje histórico que lo ha propiciado que la aplicación de “maquiavélico” a la compleja –y en ocasiones, contradictoria– obra del escritor y desencantado funcionario florentino.

“Decir que Maquiavelo era ‘maquiavélico’ es tan erróneo como confundir a un cirujano oncólogo con un enfermo de cáncer terminal”, explica gráficamente Carmelo di Gennaro, director del Instituto Italiano de Cultura, de Madrid. “No hay que olvidar que se trata del primer politólogo de la historia. No un filósofo, como lo fueron, por ejemplo, los grandes utopistas, como Tomás Moro o Campanella, sino el fundador de la ciencia política, en el Renacimiento, y acaso por esa brecha de pragmatismo que abre, de política aplicada, su pensamiento ha sido tan tergiversado y manipulado según las eventuales conveniencias de todo signo, a derecha e izquierda”, agrega el director de la institución, que, en colaboración con la Embajada de Italia en España, ha organizado un seminario para celebrar los 500 años de la redacción de El Príncipe, concluida el 10 de diciembre de 1513, la obra más célebre de Maquiavelo, si bien no fue publicada hasta 1531, cuatro años después de su muerte.

Inaugurado en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, las sesiones lectivas se prolongarán hasta el próximo 18 de diciembre, con la participación de una treintena de profesores españoles e italianos, entre las universidades de Salamanca y la Complutense y la Autónoma de Madrid. El acto central es una exposición en la Biblioteca Nacional en torno a la figura y época de Maquiavelo, inaugurada este martes, 10 de diciembre, justo el día en que, cinco siglos atrás, el autor data la carta en que da cuenta del término de su obra, y que incluye la presencia de dos ejemplares de las ediciones príncipes de El Príncipe.

Visión poliédrica.

“Hemos querido proyectar la rica visión poliédrica del personaje, dando muestras también de su valiosa creación como dramaturgo, con una representación de La mandrágora. A menudo se desconoce que Maquiavelo fue, con esa pieza, el gran pionero en Europa del teatro en prosa –explica Di Gennaro–. Pero, obviamente, el análisis central lo ocupa El Príncipe, el protagonista del evento, y cuyos postulados le han propiciado el rótulo peyorativo de maquiavélico. Da la idea distorsionada de que se tratara de un manual de autoayuda para gente artera y malévola; de cómo situarse en el poder y mantenerse en él de forma fraudulenta”.

A su juicio, tanto los teóricos del fascismo como algunos de los más importantes intelectuales de izquierda –“como Antonio Gramsci, por ejemplo, pese a su gran lucidez”, señala– han contribuido a esa distorsión. “En realidad, Maquiavelo es un técnico y un científico de la política, que se limita, con suma asepsia, a reivindicar la necesidad de eludir las pasiones en el ejercicio del poder por el bien de los súbditos y del Estado”, concluye Di Gennaro.

Hasta tal punto el legado de El Príncipe, y la propia horma de maquiavélico, han sido objeto de manipulación, que la más divulgada sentencia que se le atribuye, “el fin justifica los medios”, “no aparece por ninguna parte, ni en ese libro ni en ningún otro escrito de Maquiavelo”, subraya el eurodiputado y catedrático de Derecho Constitucional Juan Fernando López Aguilar, doctor por la Universidad de Bolonia.

“Al autor de El Príncipe hay que leerlo en su contexto histórico, como un hombre del Renacimiento, que propugna la creación del Estado-nación en una Italia fragmentada, y que, además de ser un republicano convencido, escribe ese breviario desde el máximo desencanto –agrega–. Él no pretende establecer ahí ninguna normativa ni, mucho menos aún, una preceptiva de modelos de conducta, sino que se limita a describir arquetipos sobre la obtención del poder y su mantenimiento, a través de figuras emblemáticas de la época, como César Borgia o Fernando el Católico –argumenta López Aguilar–. Ni siquiera los justifica, sino que describe su modelo de autoridad como un dique de contención frente a quienes se disputan arbitrariamente el poder sin escrúpulos”.

A su juicio, han sido los grandes absolutistas más recientes, como Napoleón, Mussolini o Stalin, quienes jibarizaron la cabeza del florentino para componer un “maquiavelismo” a su medida. No obstante, sí considera que –“como ocurre con todos los clásicos, que nunca mueren, pero siempre envejecen”– algunas ideas de El Príncipe han resistido mejor el paso del tiempo. “Su pasaje más imperecedero es cuando se plantea el dilema de si, para preservar el poder, es preferible ‘ser temido’ a ‘ser querido’, y lo resuelve de un modo afirmativo. La historia muestra que, en efecto, para el mantenimiento del poder, es mejor ser temido”, señala el exministro de Justicia.

“La gran enseñanza de Maquiavelo es mostrarnos que, en política, lo importante es el éxito de la acción y no su adecuación a unos principios determinados”, afirma Fernando Vallespín, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, que participó en la mesa de inauguración del seminario. “El Príncipe es un perfecto manual de las técnicas del poder y nada tiene que ver con imperativos de moralidad”, define, mientras destaca su enseñanza, no obstante, de que en esa exclusión de la moralidad radica, justamente, la ética política. “Maquiavelo nos previene de que la maldad del hombre es inextricable, con ilustraciones contundentes, como, cuando afirma, por ejemplo, que ‘un hombre olvida antes la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio’, y nos alerta de que, incluso en las condiciones republicanas más idóneas, hoy diríamos democráticas, la reconciliación es siempre provisional e inestable”, subraya Vallespín.

Lo cierto es que el propio Machiavelli no lo puso nada fácil para la digestión de su legado. Como el doctor Jekyll y mister Hyde, muchos de los postulados en pro del robustecimiento y blindaje de la autoridad de El Príncipe entran en contradicción con su defensa a ultranza de los valores republicanos en su otro gran tratado, los Discursos de Tito Livio.

Persecución final.

En apenas 58 años pasó por todo tipo de vicisitudes; desde el joven y flamante funcionario, emisario florentino para redactar informes in situ, en las principales cortes europeas (la Francia de Luis XII, la Alemania de Maximiliano...) al confinamiento final en el campo, cuando escribe sus ocho libros, hastiado de la vida pública y malviviendo de trabajos agrarios.

El hombre que cantó a los Médicis fue primero encarcelado, acusado de conspirar contra ellos, y luego repudiado por haberlos enaltecido. Para colmo, en una célebre carta (fechada en mayo de 1521, cuatro años antes de su muerte), Nicolás Maquiavelo se expresa de este zorruno modo: “De un tiempo a esta parte, yo no digo nunca lo que creo ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras que es difícil revocarla”.

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