Historia de TIEMPO

Secretos y andanzas de 36 años de periodismo

26 / 01 / 2018
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En las páginas de TIEMPO se ha escrito buena parte de la historia reciente de España. Repasamos cómo se han vivido en la redacción estas tres décadas y media de trabajo.

La primera redacción de TIEMPO, dirigida entonces por Julián Lago.

Fue el 17 de mayo de 1982 cuando los españoles pudieron ver en los quioscos la primera portada de TIEMPO, aunque aquella nueva publicación (fondo azul celeste y un retrato dibujado del líder de la oposición socialista, Felipe González, con Pablo Iglesias en segundo término) ya les era familiar a los lectores ávidos de política. Existía desde junio de 1981, en forma de separata, en el corazón de la revista Interviú. El país vivía por aquel entonces los estertores de la Transición. Gobernaba la UCD pero ya no estaba Adolfo Suárez de presidente, había pasado más de un año del 23-F y los ciudadanos se iban acostumbrando a votar: habían sido convocados a las urnas 15 veces entre referendos y elecciones generales, regionales, provinciales o municipales. La política seguía en boca de todos y Antonio Asensio Pizarro se dio cuenta de que aquello era lo que demandaba la gente y encargó al desaparecido Julián Lago (falleció en Paraguay en 2009) que formase una redacción.

El nacimiento fue muy precario. Había poco dinero: apenas tres millones de pesetas de inversión, unos 70.000 euros al cambio de hoy, que daban para un mes de vida. En contrapartida, había mucha ilusión y un nuevo nombre: Tiempo de hoy. “Tienen ustedes ya un nuevo semanario en sus manos. Un semanario independiente. De información general. Que nace sin ningún tipo de hipoteca ideológica. Ni de ningún grupo de presión. Nuestro único compromiso es la defensa a ultranza de la Constitución del 78...”, resumió Lago en su primera Carta del director. Este vallisoletano de apenas 35 años llevaba varios años vinculado al Grupo Zeta. Estaba en el Congreso de los Diputados cuando entró Tejero pegando tiros; era un respetado analista que había ocupado la subdirección de El Periódico de Catalunya, una de las grandes columnas sobre las que se asentaba entonces el grupo de medios de Asensio. Nadie como él para poner en marcha un nuevo semanario cuyo objetivo fue, desde el principio, no solo hacerse sitio en el quiosco sino desbancar de la cumbre a la todopoderosa Cambio 16, en un momento en el que el mercado de los semanarios parecía monopolizado por esta última.

Seis ministros de Calvo-Sotelo

Lago dejó la delegación del Grupo Zeta en Madrid (en la calle del Potosí), que era donde se había estado elaborando la primitiva redacción de TIEMPO, para trasladarse a un menguado piso en el paseo de la Castellana. La revista se lanzó con la hoy inimaginable cifra de 400.000 ejemplares. El primer número puso una sonrisa algo sardónica en la cara del entonces presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo. Junto a las imágenes de González e Iglesias, el titular era: “Si Felipe falta...”. Es decir que, en mayo de 1982, aquellos nuevos periodistas no se preocupaban ya de lo bien o mal que pudiera irle al entonces jefe del Ejecutivo, que llevaba apenas 14 meses en el cargo; lo que les preocupaba era quién podría suceder al que, según todas las encuestas, le iba a desalojar de La Moncloa. Visión de futuro se llama eso, porque aquella primera portada habría tenido sentido también 14 años después, con el fin del felipismo. De todas maneras, y por lo que pudiera caer, Calvo-Sotelo mandó a seis ministros (y si no los mandó él, al menos allí estaban) a la multitudinaria presentación del nuevo semanario.

La defensa intransigente de los principios democráticos y la independencia del poder político, lo ocupase quien lo ocupase, se plasmó con una pluralidad en las opiniones. Y la falta de medios se compensó con imaginación y entusiasmo, así que TIEMPO enseguida empezó a hacerse notar. La primera portada con repercusiones fue una dedicada a la compra de aviones F-18, una operación en la que desvelamos las comisiones que se embolsaban unos y otros, incluido algún pariente lejano de la Familia Real. Quienes consiguieron la información fueron Carlos Yárnoz y Jesús Rivasés, quien ahora deja la revista desde el puesto de director.

Así que cuando se llegó al número 10, Lago quiso celebrar la hazaña de seguir con vida y organizó una cena al aire libre en el restaurante Currito de la Casa de Campo. Eran cuatro jefes, siete plumillas, una fotógrafa, siete entre maquetas, dibujantes y editores, y cinco entre administrativas, secretarias y el chico de los recados. Unos meses antes, en junio de aquel 1982, los calores habían empezado a apretar y la administradora de origen germano no quiso aflojar el cinturón, así que repartió abanicos chinos del todo a cien entre los plumillas, pues no había presupuesto para unos simples ventiladores.

A finales de 1982 ya estaba claro que TIEMPO era un éxito. Parecía increíble, pero Antonio Asensio había hecho su tercer pleno en apenas cinco años tras los éxitos de Interviú y El Periódico de Catalunya. ¿Cuál fue la fórmula del éxito? La revista estuvo atenta a lo que preocupaba entonces a la sociedad. En primer lugar, el largo juicio del 23-F, ante cuya primera sentencia (hubo una militar y otra civil, esta a instancias del Gobierno, que recurrió con energía la primera) se adoptó una actitud muy valiente. También estaban el altísimo paro y el azote de la entonces activísima mafia vasca: ETA había asesinado a 15 personas solo entre la Nochevieja anterior y aquel lunes, 17 de mayo, en que apareció el nuevo semanario; acabaría matando a 41, nueve más que el año anterior y dos menos que el siguiente. Eran los llamados años de plomo.

La primera entrevista con la Reina Sofía

Este semanario demostró, además, una gran atención a la figura del Príncipe, por entonces un adolescente, pero el bombazo llegó con la primera entrevista que la reina Sofía concedió a un medio español. Fueron 60 preguntas que se publicaron el 16 de junio de 1986.

En los años ochenta era corriente enviar a los periodistas a los lugares más conflictivos para que narrasen de primera mano los sucesos que allí ocurrían. Y una de las anécdotas que ha pasado de boca en boca entre los trabajadores de TIEMPO ocurrió en la víspera de Navidad del 84, cuando mandaron a la fotógrafa Queca Campillo y al redactor Luis Reyes a Nigeria, donde habían condenado a muerte a un marino español. En aquel país africano estaba absolutamente prohibida la entrada de periodistas extranjeros y en el pasaporte de ella figuraba: “profesión, periodista”. Queca, que no se quería perder el viaje, raspó la palabra delatora con una cuchilla de afeitar y reescribió “modista”. Pero se notaba muchísimo. Entonces puso el pasaporte abierto sobre la moqueta y lo restregó concienzudamente. Las páginas adquirieron una pátina asquerosa, como de haber rodado por medio mundo. Así pudieron entrar en Nigeria, explicando a los policías que eran amantes fugitivos y que iban allí buscando un sitio donde no les alcanzara la ira del ficticio marido de la fotógrafa.

Fue una época de grandes éxitos informativos, desde el descubrimiento de la mafia policial que asesinó e hizo desaparecer al Nani hasta las relaciones entre el ministro de Economía y Hacienda Miguel Boyer e Isabel Preysler; desde las peripecias de Ruiz-Mateos fugitivo hasta la trama del asesinato del dirigente de HB Santi Brouard, pasando por los estatutos secretos y las tácticas de captación del Opus Dei. Por eso, cuando TIEMPO cumplió su primer año, la fiesta del número 52 fue muy diferente de la del 10. Del Currito se pasó al Ritz, y en vez de una veintena de jóvenes currantes alrededor de una mesa de mantel hubo más de 2.000 invitados, con el entonces príncipe Felipe a la cabeza, entre bandejas de canapés. Pero las fiestas que más gustaban en TIEMPO no eran esas, sino las que se hacían en la propia redacción.

El padre del invento fue Ramón Sauló, un confeccionador que había mandado el Grupo Zeta desde Barcelona, cedido hasta que despegara la revista. Sauló ejerció el catalanismo de forma encantadora. Al otro lado de la Castellana había una tienda gastronómica de su tierra, La Garriga, y de vez en cuando Sauló compraba una caja de cava y unos espetecs, y entre página y página preparaba pan amb tumaca para todos.

La mudanza a la calle O’Donnell

Cuando Sauló regresó a Barcelona, fue Reyes quien se empeñó en que no se debía perder esa sana costumbre de que un redactor invitase a sus compañeros porque sí. Como no era catalán sino manchego, se traía de Albacete varios kilos de guarras (unas chistorras de su tierra) y con un camping gas montaba una cocina en la redacción. El olor a fritanga era lo que faltaba en el cuchitril de Castellana y las frituras sobrevivieron a aquella época: cuando a los cinco años hubo mudanza al edificio de la calle O’Donnell, donde todo Zeta se albergaba en siete plantas con aire acondicionado en vez de abanicos, esa cocinilla aún se introdujo durante años de tapadillo. Con la llegada a O’Donnell acabaron por pasar a la historia las últimas máquinas de escribir, los últimos tipómetros y tiras de Letraset: apareció la informática y el semanario se adaptó, como todos los medios escritos de entonces, a las que en aquellos años eran “nuevas tecnologías”.

En el décimo aniversario de TIEMPO ya se veía que aquello prometía. Hubo un gran concierto y se vieron imágenes irrepetibles. En primera fila se sentaron los dos hombres del momento, Mario Conde y Felipe González, y el maestro de ceremonias ya era José Oneto, melómano impenitente e inventor del flequillo egipcíaco (imperturbable ante el paso del tiempo, como las pirámides).

Oneto marcó un nuevo estilo a la revista y su fórmula de beautiful people y escándalos políticos funcionó. Fue a muerte en los casos Guerra, Ibercorp, Filesa, los GAL o Mario Conde. El segundo director de la revista salpicaba estas portadas duras con otras más alegres y festivas con personajes muy populares. Las grandes noticias de aquella década son incontables, pero merece la pena destacar la publicación de las cartas de Rafi Escobedo (el célebre caso Urquijo: un suceso que estremeció al país); los primeros y cochambrosos escándalos que sufrieron los servicios secretos, con las orgías de medio pelo del superagente Juan Alberto Perote; la caída de Mario Conde; la revelación de cómo funcionaba la mafia de las pateras en Marruecos; la cutrez de los casos Roldán y Dioni, y los latigazos de los primeros casos de corrupción política y económica del PSOE. Uno de los momentos más entrañables fue cuando Oneto retó a la entonces ministra Rosa Conde a que iba a descubrir su refugio en vacaciones. Ella creyó que era imposible, hasta que se encontró en Marruecos, en biquini y de frente con los fotógrafos de TIEMPO.

La revista alcanzó una difusión media de 180.000 ejemplares semanales y Oneto dejó la dirección con unas lágrimas que impresionaron a la redacción, si bien no dejó su faceta de articulista hasta el último número de esta revista. En aquel momento, Asensio necesitaba en los informativos de Antena 3 de la misma sabiduría con la que este gaditano había llevado la revista a lo más alto. A Oneto le sucedió Pedro Páramo, quien quería una revista que dejara de lado los temas más frívolos.

Su etapa quedó marcada por una exclusiva: Luis María Anson confesó una gran conspiración judicial, política y periodística para desestabilizar el sistema. El antiguo director de Abc era uno de los conjurados y tras la victoria del PP de José María Aznar, reconoció con toda claridad que sí, que había habido un acuerdo entre varios periodistas (él no lo quería llamar “conspiración”: fue el único) para elevar el “listón de la crítica” en el final del felipismo hasta niveles tan inauditos que se llegó a “poner en peligro la estabilidad del Estado”, como él mismo reconoció. Además dio los nombres y los apellidos, los lugares, las fechas y las circunstancias: todo.

Aquella entrevista, publicada en el número 825 (salió el 23 de febrero de 1998: vaya fecha), fue la más vendida en la historia de TIEMPO y provocó una crisis personal muy seria entre los aludidos... y una escena muy difícil de olvidar, porque a los pocos días, a eso de la una del mediodía, numerosos camareros ataviados con librea y entorchados dorados invadieron la redacción y sirvieron ceremoniosamente a los atónitos periodistas viandas exquisitas, vino excelente y cava. Fue la forma de celebrar un éxito de ventas tan clamoroso.

A Páramo le tomó el relevo Agustín Valladolid, quien quiso dar otro impulso a la revista. Lo primero que notaron los periodistas fue su estilo black and black: la redacción la tomó un equipo de diseñadores de diseño que siempre iban vestidos de negro y que trataron de modernizar el aspecto de la publicación. Aquellos tiempos los marcaba la irrupción del móvil y ellos lo resumieron con una portada del caballero del Greco llevando un celular en pecho. Casi todos los periodistas empezaron a tener teléfono móvil y conexión a Internet, tanto en la redacción como en casa, y constataron que las noticias salían antes en la pantalla del ordenador que en el periódico, la televisión, el teletipo o incluso la radio. Estaba claro que la Red iba a darle la vuelta a muchas antiguallas.

Valladolid dejó la dirección en manos de Jesús Rivasés, el actual director, quien apostó por recobrar la esencia de TIEMPO: ser una revista de prestigio, con influencia en el mundo político, pero sin descuidar lo social. Este aragonés era un viejo conocido de la redacción, con fama de ser el último redactor en salir del edificio, así que desde el inicio se propuso que todos hiciesen lo mismo. Él fue el último director elegido por Antonio Asensio. Un tumor, contra el que nada se pudo hacer, se llevó al fundador del Grupo Zeta el 20 de abril de 2001, dejando el timón del grupo de comunicación en manos de su hijo, Antonio Asensio Mosbah.

Aparece Eva Sannum

Rivasés fue quien hubo de llevar la revista por los primeros pasos del nuevo milenio, que vivieron la segunda victoria de Aznar, esta vez por mayoría absoluta, y la conmoción mundial que supusieron los atentados del 11-S, seguidos de la irrupción de Al Qaeda como enemigo de todo ser humano que no compartiese su fanatismo político-religioso. El mundo empezaba a parecerse a lo que hoy está terminando de ser y la receta de Rivasés para contarlo fue la que debía ser: reforzar las señas de identidad de la revista, su independencia y su rigor. Él mismo lo dijo en la celebración del número 1.000, que Asensio padre no pudo ver por muy poco: “Buenos reportajes, temas de investigación, descubrimiento de los protagonistas de la actualidad, ir más allá de la noticia y servicio a los lectores”. Y añadió, contundente: “¡Y exclusivas!”.

Vaya si las hubo. Después de una temporada de dificultades, TIEMPO volvió a triplicar en venta de ejemplares a su inmediato competidor. Razones había: ningún medio logró tener mejor y más rápida información sobre algo que interesaba a todo el mundo, como la famosa novia noruega del Príncipe de Asturias, Eva Sannum; nadie había publicado los textos esenciales del célebre libro perdido del profeta del nacionalismo vasco, Sabino Arana, en el que se decían hilarantes atrocidades sobre España y sobre los españoles; y, por supuesto, ningún otro medio informó con tal abundancia y rigor sobre lo que tramaba Al Qaeda en Europa... y en España. Los nombres de algunos de los que serían principales criminales del 11-M aparecieron en esta revista por primera vez. Y bastante antes de aquella fecha horrible.

La llegada del leonés Jesús Maraña (otro veterano del Grupo Zeta) a la dirección del semanario siguió en pocos meses a la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero en las elecciones del 14 de marzo de 2004. Le tocó un momento complicado, porque fue cuando se desató, con una virulencia nunca vista en España desde los tiempos de la República, el fenómeno de la prensa combatiente, la prensa de partido o de trinchera que no toleraba ni matices, ni maneras diferentes de ver las cosas, ni neutralidades. Tanto Maraña como su número dos, Manuel Rico, se afanaron por llevar a la portada casos de investigación que hoy siguen en el candelero informativo. Por ejemplo, el primer reportaje sobre las corruptelas del madrileño Canal de Isabel II apareció en TIEMPO para inquietud y sudores fríos de Esperanza Aguirre y su por entonces mano derecha, Ignacio González.

La partida de Maraña y Rico para poner en marcha el diario Público provocó el regreso de Rivasés a la dirección de la revista y el desembarco de Álvaro Nieto como subdirector, al que pronto se le añadió la coletilla de “alférez” por su pulcra organización de la revista. Con ellos al frente, TIEMPO informó con detalle del millón de euros que ganaba Jaime de Marichalar al año en los consejos de administración en los que estaba, una cifra llamativa pero que, al menos, era totalmente legal a diferencia de los tejemanejes de su entonces cuñado, Iñaki Urdangarin, con el Instituto Nóos. Aquella exclusiva fue obra de Javier Otero, azote de corruptos y con un punto de obsesión por los Franco, a los que desnudó con sus propiedades y la fortuna que el dictador amasó en vida. De sus descubrimientos han salido luego varios libros. Y si no que se lo pregunten al historiador Ángel Viñas.

Los lectores también pudieron deleitarse con los diarios perdidos de Niceto Alcalá Zamora, el día que se cumplían los 75 años del advenimiento de la II República, de la que fue el primer presidente; así como el patrimonio oculto de Francisco Correa, cabecilla de la trama Gürtel; la realidad, con nombres y apellidos, de la masonería española de la que nuestro compañero Luis Algorri es todo un experto; o el reportaje con la reina Letizia en los jardines de La Zarzuela por su 40 cumpleaños en compañía de otras famosas españolas de su edad. Aquel texto de Celia G. Lorente es de los pocos en los que la Reina ha explicado su día a día con franqueza y espontaneidad.

Hay muchas otras noticias de relumbrón que exceden el espacio de esta breve memoria histórica y en la que estuvieron redactores que ya dejaron la revista –Fernando Rueda, Antonio Casado, Consuelo Font, Marisa Perales, Silvia Gamo o José María Vals, por ejemplo– o los que han estado hasta el final –Clara Pinar, Luis Calvo y Antonio Rodríguez–. En el último año merecen una lectura sosegada dos números en concreto: el de los telegramas de la embajada española en Washington, en los que se hacía un análisis de los primeros compases de Donald Trump en la Casa Blanca, y la portada con los gustos de la princesa Leonor, entre los que causó furor mediático y cibernético su predilección por las películas de Kurosawa, una información que fue trending topic mundial.

Amenazados por ETA

Con todo, en la vida diaria de TIEMPO también ha habido mucha tensión y momentos duros. Hubo compañeros que estuvieron amenazados por ETA. Para ellos fue muy difícil sobrellevar esa situación y no había sueldo que lo compensase. Y en toda redacción de noticias, como en cualquier familia, hay gritos de vez en cuando. Por ejemplo, antes se fumaba –y se bebía– en el puesto de trabajo a gusto del consumidor, lo que conllevó algunas discusiones entre compañeros.

En el microcosmos de la redacción, los plumillas, dicen, son los peores por creerse los más importantes. Pero no es cierto. La fotografía es parte fundamental en este oficio y aquí se captaron imágenes históricas. Queca Campillo fue la gran fotógrafa de la Transición y por sus objetivos pasaron asiduamente Juan Carlos I o Felipe González. Además, fue una persona que trajo grandes exclusivas a la redacción, así que tenía su vena periodística. Junto a ella destacaron Paco Junquera, Antonio Tiedra (que amenizaba las cenas del cierre con historias increíbles, tan interesantes como las competiciones de chistes entre Carlos Barbieri y Paco Núñez) o su compañero de fatigas, Pedro Corro. En los últimos años recogieron el testigo Paco Llata y Gema Merino, una de las trotamundos de la revista al haber pasado por archivo y documentación, edición y, por último, fotografía.

Luego está la sección que diseña las páginas, donde la consigna de cada periodista es seducir al diseñador de turno. Por allí pasaron José Luis Marián, Juan Yunquera, Ugo Sánchez o Luis Romeo. Con el devenir de los años esta tarea recayó en Alejandra C. Irazábal –toda una directora de arte– y Elena Castell, quienes por arte de birlibirloque podían hacer que entrase todo el texto o, por contra, condenarte a reducir tu reportaje hasta dejarlo en la mínima expresión. Los maquetadores también pasan sus fatigas, como cuando se les perdió una foto de portada, que era de Aznar, y no la encontraron hasta seis meses más tarde: se había caído detrás del radiador.

Edición es el último escollo con el que se pelea el redactor. Luis Tabernero fue el primer capo y detrás de él llegaron Luis Uribarri, María Robledano, María Cirujano o Pablo Diez del Corral, quienes siempre supieron que eso del duendecillo de la imprenta, que desliza errores incomprensibles, no solía ser cierto. Los editores son los que hacen buenos a más de un periodista estrella que se suele olvidar de que las tildes existen. Pero a ellos también se les pasan algunas erratas. Un día, recuerdan los veteranos, resucitaron a Escrivá de Balaguer en un pie de foto.

Deslices los tienen todos, sobre todo cuando trabajas a cien por hora y encima le llaman a uno por teléfono. Así sucedió con la llamada de un tal Juan Carlos que fue rebotando hasta llegar al departamento de suscripciones. Por fin, el señor dijo: “Soy Juan Carlos de Borbón”. Y Charo le respondió: “Sí, y yo soy doña Sofía”. Pero era el rey Juan Carlos. Y es que por una redacción pasa mucha gente, aunque las que de verdad han mandado, como en los ministerios, han sido las secretarias. Y Ana Cano fue la que atendió las últimas llamadas. Una digna heredera de las inolvidables Margarita Vidal, Merche Cano, Alicia Gil o Luisa Fernanda Contreras. Llega el momento de despedirse y dar las gracias a nuestros lectores por habernos permitido 36 años de periodismo. ¡Hasta siempre!

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Antonio Asensio Pizarro (derecha) junto a Enrique Tierno Galván, alcalde de Madrid, durante la fiesta de presentación del primer número de la revista, que tuvo lugar en el hotel Meliá Castilla de la capital

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Esta imagen es de 1987, cuando Antonio Asensio Pizarro (centro) anuncia a la redacción la sustitución de Lago (derecha) por Oneto

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La segunda redacción: la que dirigió Oneto

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Antonio Asensio Mosbah (centro) presidió la gala del 25 aniversario de la revista. A su derecha, Francisco Matosas, por entonces presidente del Grupo Zeta

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 La tercera redacción, la que dirigió Pedro Páramo entre 1996 y 1999

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Imagen de la redacción en 2002, con Jesús Rivasés de director

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 La redacción, durante la fiesta que se celebró en 2007 por los 25 años

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 Foto conmemorativa de los 30 años de TIEMPO

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La redacción de TIEMPO con los Reyes, Antonio Asensio Mosbah, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, y la ministra de Sanidad, Dolors Montserrat, el 12 de diciembre de 2016, durante la visita de los monarcas a la redacción

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 Consejo de Redacción de la revista en 2017

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 Última portada: 26 de diciembre de 2017

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