Los delatores cubanos
Tuve el privilegio –muy relativo– de conocer, en algunos países del bloque comunista europeo, a algunos delatores, al servicio de la Seguridad del Estado.
Tuve el privilegio –muy relativo– de conocer, en algunos países del bloque comunista europeo, a algunos delatores, al servicio de la Seguridad del Estado. Solo más adelante, cuando fueron públicamente desenmascarados, me enteré de que aquel señor un poco borrachín empleado en la embajada y aquella atractiva secretaria un poco enigmática de una empresa comercial despachaban informes sobre la gente con la que trataban y las conversaciones que oían. Al enterarme pensé que ya antes me había percatado de que había algo en ellos –una permanente atención prevenida, una reserva o secundarismo del carácter, una frialdad o distancia perceptible incluso en los momentos de cálido compañerismo–, que me había puesto sobre aviso, pero no hice caso a la advertencia de mi intuición y luego al enterarme por las listas publicadas en la prensa mi sorpresa fue grande.
La verdad es que enterarme de aquellas deslealtades no me ofendió: me dio para pensar en ellos, sus motivos, su moralidad, etcétera. En una novela hablé de pasada sobre este asunto. Y por algún sótano abandonado debe de andar aún, si no ha ardido en algún estercolero, una carpeta con un informe sobre mi conducta, ideas y debilidades... que quizá nadie llegó siquiera a leer, pues aquel mundo totalitario ya estaba zozobrando y era el sálvese quien pueda. Todo eso me lo ha recordado un libro que explica estas realidades sociológicas –el espía, el chivato, el delator, el provocador infiltrado, el confidente, el amigo traidor–en circunstancias mucho más graves que las que alcancé a conocer: en la Cuba de la dictadura de los hermanos Castro, que empezó en 1959, sigue en marcha y por consiguiente va camino de cumplir los sesenta años. Tanta duración desde luego que merece las quinientas páginas, con 57 testimonios autobiográficos y ficciones de otros tantos autores (algunos ya previamente publicados en libros y revistas y otros escritos especialmente para la ocasión), que Enrique del Risco ha reunido y editado para Hypermedia bajo el título El compañero que me atiende.
Historias sobre “el miedo que asiste a los cubanos, que nunca sabemos desde dónde, ni desde quién, llegará la vigilancia y la delación. No hay que confiar en nadie, porque cualquiera puede ser el enemigo”, como dice José Ángel Pérez, uno de los 57. Sobre la atmósfera paranoica que impone en una sociedad totalitaria la vigilancia, el espionaje y la delación, algunos documentos impresionantes que recuerdo son el tristísimo dietario de Ludvik Vaculik del año 1979, no traducido al español; las memorias del búlgaro Vesko Branev El hombre vigilado. Y la memoria póstuma de Cabrera Infante Mapa dibujado por un espía. Tres obras magistrales. Ahora a esa tradición se viene a sumar El compañero que me atiende. Si a un libro tan vario y tan interesante hubiera que reprocharle una debilidad sería la contigüidad de testimonios autobiográficos y ficciones literarias. Pero entre estas últimas hay joyas refulgentes, como los relatos de Sánchez Mejías y de Antonio José Ponte, excelentes autores que se evadieron de la isla y ahora viven y escriben en España.