Héroes para siempre

18 / 07 / 2012 12:15 Antonio Díaz y Pedro García
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Han pasado 20 años, pero parece que fue ayer. Los Juegos de Barcelona cambiaron nuestras vidas, sobre todo las de aquellos que lograron medalla.

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Llevaba muchos años preparándome. Desde pequeño soñaba con una final olímpica. Y la había repasado decenas de veces en mi cabeza. Todos los tipos de carrera y siempre ganaba yo. Lo que no esperaba era que fuese tan lenta. Los primeros 400 metros fuimos muy despacio. Y los siguientes. Así que me di cuenta de que la cosa se iba a decidir en los últimos 400 o 500 metros. Me coloqué bien y esperé mi oportunidad”. Fermín Cacho (Ágreda, Soria, 1969) nunca olvidará la carrera que le hizo eterno: 8 de agosto, 1.500 metros, tres minutos, cuarenta segundos y doce centésimas. ¿En qué pensaba cuando corría? “Estaba con los cinco sentidos en alerta, mirando las caras de mis rivales, la forma de respirar, y lo único que pensaba era en no ponerme nervioso y atacar en el momento adecuado y con decisión para llegar hasta el final”, recuerda. Los codazos y las miradas cruzadas se suceden al calor de una guerra estratégica en movimiento.

Cacho enfila la recta del estadio olímpico de Barcelona en tercera posición. Apenas un metro por delante, el alemán Herold y el keniata Chesire son el único obstáculo hasta la gloria. Más codazos, mirada de refilón y gesto afilado. Y llega el instante, el momento fugaz en el que se abre la puerta del triunfo. Y Cacho lo ve: “Cuando el alemán atacó al keniata apareció un hueco y me metí, como te digo, sin dudarlo”. Está en primera posición, 220 metros hasta la línea de meta: “Pensaba en tirar y tirar hasta donde llegase”. Un metro, dos metros, tres metros. El soriano está encendido. Su cara emana velocidad. Va a ganar. “En los últimos 100 metros miraba atrás y veía dos, tres metros de ventaja, e interioricé que algo muy raro tenía que pasar para que no ganase”. El oro, el ansiado oro. “Levanté los brazos y entré en solitario”.

El gran salto.

La imagen da la vuelta al mundo y se graba en nuestras retinas. Penúltima jornada de los juegos. Las 65.000 gargantas que acaban de romperse animando a Cacho en el estadio olímpico de Montjuïc estallan en una fiesta, y 40 millones de españoles que contemplan la hazaña saltan de los sillones y se abrazan. Nunca lo olvidaremos. Los Juegos Olímpicos de Barcelona están resultando todo un éxito. Un gran salto adelante que acabaría con veintidós medallas –trece de oro, siete de plata y dos de bronce, lo que supuso el sexto puesto en el medallero-, el calificativo de “mejores olimpiadas de la era moderna” por parte del Comité Olímpico Internacional (COI) y la germinación de una semilla que hoy es un bosque frondoso. Cacho, como Theresa Zabell, Miriam Blasco, Antonio Peñalver, José Manuel Brasa, Miki Oca o José María Vanderploeg –así hasta 22 pioneros- cambiaron para siempre la historia del deporte español. Casillas, Gasol, Nadal, Alonso o Pedrosa les deben todo. De aquellas hazañas, estos laureles.

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