Cuando ser famoso se convierte en un problema

19 / 02 / 2010 0:00 POR NEAL GABLER (Newsweek)
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El golfista Tiger Woods padece estos días la peor cara de la fama: ver cómo su vida privada es objeto de programas y revistas en medio mundo. La vida de los famosos se ha convertido en el nuevo entretenimiento del siglo XXI.

A estas alturas, es probable que hayan oído o visto a Jaimee Grubbs explicar que su relación era emocional, a Mindy Lawton describiendo su atracción por la lencería de color rojo o a Jamie Jungers desvelando quién pagó su liposucción. Han estado en todos los programas y revistas del corazón últimamente. Pero, ¿quiénes son Jaimee Grubbs, Mindy Lawton y Jamie Jungers? Son tres de las presuntas amantes de Tiger Woods; mujeres que no han demostrado ni talento ni logros destacables que justifiquen que sus vidas privadas hayan sido objeto de nuestra atención. Tres mujeres que personifican al famoso moderno.

Y no se trata de un cumplido. Fama se ha convertido en una palabra deslucida, para la cual solíamos utilizar la definición dada por el historiador norteamericano Daniel Boorstin en The Image (1961), un sondeo en el que relataba aquello que era devoción para los estadounidenses. “El famoso –proclamó Boorstin– es una persona conocida por su fama”. Boorstin lo escribió en una época de gran flujo cultural, en plena expansión de los medios de comunicación de masas y en el resplandor de lo que él consideró como basura: una sociedad más cautivada por representaciones de la realidad que por la realidad en sí misma. Acuñó el término pseudoevento para describir falsificaciones de la realidad como conferencias de prensa, posados fotográficos y preestrenos de películas que sólo existían para promocionarse a sí mismas. Dijo que las personas famosas eran pseudoeventos: fachadas vacías iluminadas por la publicidad. Y así ha sido desde entonces.

Una nueva forma de arte

Aquí va una perspectiva menos anticuada de lo que es actualmente un famoso, una que podría explicar por qué Michael Jackson, Britney Spears, Paris Hilton o el ahora nuevo y revisado Tiger Woods están tan presentes en el imaginario colectivo. En estos casos, las celebridades no son personajes molestos y sin interés sacados a la luz por los medios. La fama es una nueva forma de arte que compite –y a veces sustituye- a las formas de entretenimiento tradicionales: cine, literatura, teatro y televisión (o el torneo de golf de turno). Y esto funciona de una forma circular, cumpliendo muchas de las funciones que las viejas disciplinas artísticas cumplían en sus buenos tiempos: distraernos, mostrarnos la realidad de la condición humana y crear un fondo de experiencia común para que podamos formar una comunidad nacional. La fama es el nuevo arte del siglo XXI.

Para ser honesto, cuando hace diez años escribí el libro Life the Movie no pude abstenerme de trivializar la fama. No llamé pseudoevento a nadie, pero sí describí a los famosos como “entretenimientos humanos”, personas que existen no para ser publicitadas, sino para proporcionarnos entretenimiento. La vida de Michael Jackson, por ejemplo, fue una larga y fascinante telenovela que incluyó sus éxitos pero también sus disputas familiares, su comportamiento errático, sus extraños matrimonios, sus cirugías plásticas, sus problemas con la ley, sus presuntos abusos con las drogas y una misteriosa muerte. Igual que sucede con las vidas de Britney, Oprah o Brad y Angelina. Nos proporcionan entretenimiento.

Lo que no supe apreciar entonces es que ese entretenimiento humano no es un simple carnaval personificado. En realidad, la fama es más que un inmenso espectáculo televisivo lleno de personajes dispares. Sus protagonistas actúan en la vida real, y no frente a las cámaras o subidos a un escenario. La fama es narrativa, a pesar de que en muchas ocasiones, comprensiblemente, confundamos la interacción de los protagonistas con el relato en sí mismo. Por eso alguien afamado, como la reina Isabel de Inglaterra, no es necesariamente una celebridad y sí lo era Diana de Gales. La primera tiene un nombre reconocido, la segunda es parte de la narrativa.

Vidas irresistibles

Una persona famosa es una celebridad mientras vive una historia interesante, o al menos hasta que los medios la consideran interesante. En realidad, incluso las personas que no se dedican a entretener o las que normalmente no centran la atención de los focos pueden ser agraciadas con la fama si viven una vida lo suficientemente irresistible. Por eso hasta las amantes de Tiger Woods han recibido el trato de celebridad. En muchas ocasiones la magnitud de la fama se mide por la novedad y la excitación de la narrativa, sirvan de ejemplo Michael Jackson o Britney Spears. Cuando la historia del personaje en cuestión pierde argumento, la narración se vuelve más tenue y el famoso desaparece eventualmente. Igual que sucede con las películas, series o libros que aburren a la audiencia.

El grado de popularidad del famoso no es lo importante, porque estamos en un mundo en el que hay muchas narraciones y formas de entretenimiento diferentes. Llegados a este punto, Boorstin puede darnos una respuesta. Una de sus reivindicaciones en The Image es que la democratización de la cultura ha marginado a otras formas de arte más antiguas que ya no eran capaces de satisfacer al gran público como lo hacen las nuevas. Cita como ejemplo las películas, que en un momento determinado sustituyeron a la novela psicológica porque pudieron concentrar la acción de una manera que los libros no eran capaces de hacerlo. Aquello hizo perder significancia y liderazgo a la novela en lo que a entretenimiento se refiere.

Algo similar parece haber ocurrido en la competición entre la fama y otras formas de arte. Muchas de las películas, novelas, obras de teatro y programas de televisión han tenido éxito porque han sabido proporcionarnos similitudes entre lo que estamos viendo o leyendo y la vida real o nuestras fantasías. Otras lo han hecho porque han sido capaces de mantener la intriga y dejar al público deseoso de conocer qué va a pasar después. Son los pilares básicos del entretenimiento.

Con esos ingredientes, el famoseo cuenta con una tremenda ventaja sobre sus más tradicionales competidores (que además son ficticios). La crónica rosa no necesita dar la sensación de realidad, porque es real. Cuenta relatos que ocurren en el transcurso de la vida. Por eso, al margen del drama inherente de los romances y las rupturas, el sexo juega un papel muy importante en las historias de los famosos (también lo tiene la violencia). Existe una fricción casi voyeurística por conocer prácticamente todo de las vidas de los famosos, porque a diferencia de los actores en las películas, las celebridades no actúan, simplemente se limitan a vivir sus vidas. Nos identificamos con ellos o nos sentimos indirectamente atraídos por sus historias. Sus personajes mueren o pasan de moda, pero siempre llegan otros que nos hacen permanecer enganchados a la crónica rosa.

Historias en continua evolución

Además, la fama posee el suspense que otras disciplinas artísticas sólo pueden fabricar. Las historias de famosos no tienen un capítulo final. No sabemos si Brad y Angelina seguirán juntos, si tendrán más hijos o si se volverán a engañar. Quién sabe, puede que decidan ingresar juntos en un monasterio. Tampoco sabemos cuántas nuevas amantes de Tiger Woods saltarán a la palestra. Ni siquiera sabemos la verdad sobre la muerte de Michael Jackson. Siempre estamos a la espera del siguiente episodio.

Como en todo arte que se precie, las historias de famosos nos proporcionan lecciones sobre la vida. Pero también sirven para estimular nuestra imaginación. Lo mejor es que, como en la mayoría de las películas, novelas u obras de teatro, alrededor del mundo del corazón hay mentiras, profundas verdades y leyendas. Como sucedió en los casos de Jackson, Marilyn o la familia Kennedy, las historias del famoseo pueden pasar de realidad a metáfora, de entretenimiento a una forma de arte, o de chismorreo a una novela épica.

Muchos de los famosos han entendido bien el arte y han sido lo suficientemente sofisticados como para encontrar la manera de conducir su propia fama, con diferentes fines y en diferentes momentos. Nunca llegaremos a saber si las excentricidades de Michael Jackson eran parte de su personalidad o una manera de mantener el interés del público en su historia. De lo que podemos estar seguros es de que su vuelta a los escenarios era un intento por abrir un nuevo capítulo: El regreso de Michael. Tampoco sabremos con certeza si el comportamiento de Lindsay Lohan es una forma de mantenerse en el candelero en una época en la que no tiene películas en las que trabajar. Ni si los abruptos cambios en la carrera de Madonna se han producido para manipular su fama en beneficio propio. Lo que sí conocemos son los efectos.

El mundo de los famosos no sólo ha triunfado por encima de otras formas tradicionales de arte. Además ha subordinado a los medios de comunicación en general. La presencia de los famosos en la vida del ciudadano medio ha necesitado de revistas, periódicos, programas de televisión y, quizá de una manera más apremiante, de Internet. Los medios han prestado gustosos un servicio que ha generado una importante cantidad de ingresos. Como resultado, los contenidos de los medios se han llenado de relatos de famosos que han sido pregonados de manera constante por todos y que actualmente tienen la misma importancia (o incluso más) que la que tuvieron el cine o la televisión en generaciones anteriores.

Y así, hoy, estamos enganchados por lo ocurrido a Tiger Woods. Pero cuando desaparezca de la primera plana, que lo hará, llegará otra historia. Y después otra, y otra... y así, hasta el infinito. Por eso el famoseo funciona. Es como el deshojar de una margarita que nos entretiene, nos une y en ocasiones nos enseña lecciones de vida.

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