Saltadores de acantilados: un grupo de amigos en busca de adrenalina

27 / 10 / 2016 DPA
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El campeón mundial, Gary Hunt, mira a 28 metros de altura las profundidades galesas. Una impresionante formación rocosa se extiende ante él flanqueada por miles de espectadores y detrás, el infinito Océano Atlántico. 

Hunt ya ha estado numerosas veces en una plataforma así en los lugares más idílicos del planeta, ha repasado el plan para los próximos segundos, ha pensado sobre los riesgos y los ha reprimido rápidamente. 
"Por supuesto el peligro es grande, pero siempre soy positivo", dice la estrella del salto de acantilados. 
Si el británico hubiera tenido en alguna ocasión demasiado miedo y hubiera dado un paso atrás, su fascinante estilo de vida habría acabado y con ello su fama en el pequeño mundo de este deporte de moda y los grandes ingresos que le proporciona. 
Habría terminado con una existencia que parece fascinante e irreal: siempre está viajando a los lugares más bonitos, casi nunca está en su casa de París y gana mucho dinero.
"Estoy en casa tres meses al año, si acaso, porque el resto del tiempo estamos viajando", dice Hunt. "Es la gran ventaja que tiene lo que hacemos". 
Esta vida le permite olvidarse de ese peligro que hace a su deporte tan especial y arriesgado. Desde el salto hasta la zambullida en el agua pasan unos tres segundos, en los que los atletas realizan acrobacias que serán puntuadas por los jurados. Los saltadores son evaluados por el salto, las rotaciones y las vueltas. 
A diferencia del salto de trampolín a menos altura, los atletas deben entrar en el agua perfectamente derechos para no hacerse daño. Un movimiento en falso puede resultar muy peligroso. 
"Es como un pequeño accidente de coche", dice el colombiano Orlando Duque. 
Cada metro de altura aumenta inevitablemente la velocidad y la fuerza de choque, así que, por seguridad, en el agua esperan buceadores de rescate con trajes especiales. 
Hay personas que consideran que los saltadores de acantilados están locos, que son adictos a las alturas en busca de la próxima inyección de adrenalina.
"Nadie, excepto los otros saltadores, puede entender lo que siento cuando me encuentro ahí arriba", dice Duque, que practica el deporte desde hace 20 años y es un ícono del salto de acantilados. Recientemente cumplió 42 años en el marco de la etapa de la Serie Mundial en la costa de Pembrokeshire, en el suroeste de Gales. Puede que sea una buena edad para retirarse, pero Duque ni se lo plantea. 
"No me puedo imaginar cómo podría ser mi vida mejor que ahora", dice el sudamericano. "Visito lugares maravillosos, perseguimos el verano durante todo el año y paso el tiempo con muy buenos amigos". 
Realmente los saltadores de acantilados no se ven como contrincantes, sino como un equipo de actores en su gran teatro de la vida. Tan solo diez hombres y seis mujeres pertenecen al exclusivo grupo de atletas elegidos por la marca de bebidas energéticas Red Bull que participan en la serie mundial. 
Las personas con este excepcional talento escasean, algo que también tiene que ver con la imagen extravagante de su deporte. "En Alemania no hay muchos jóvenes que realicen este deporte, porque el salto de acantilados necesita mucho valor y no es nada trivial, pero sí peligroso", dice Niklas North, saltador alemán. "Un deporte de riesgo no lo practica cualquiera". 
La mayoría de los participantes en el tour lleva ya muchos años en el grupo y todos conocen la historia de los demás, todos comparten el mismo estilo de vida. Los saltadores de acantilados son todo lo contrario a ciudadanos normales, no tienen el típico horario de trabajo y se retiran con 50 años. Son almas libres que no sienten que su hogar está en un lugar concreto, son aventureros en un viaje permanente y que han renunciado a una vida normal. 
Representan el puro intento de ser diferente a la media. Duque, residente en Hawai, viaja todo el año con su mujer, que es su mánager. Cuando el tour de salto de acantilados de medio año termina, siempre hay trabajo en algún otro lugar. Las marcas lo contratan para hacer un salto desde un puente de Fráncfort o una escena en medio de Tokio. 
"¿Quién tiene la oportunidad de hacer algo así? No se puede tener una vida mejor. Y lo más especial es que nunca te cansas de ello", afirma Duque. 
Algo que seguramente también tenga que ver con la afluencia de espectadores, quieres consideran el deporte todo un espectáculo. A menudo acuden a los eventos decenas de miles y ninguno paga nada, pues el objetivo no es ganar dinero con las entradas, asegura Red Bull. Puede que incluso sea cierto, ya que el objetivo de la empresa es popularizar el deporte y de esta manera también beneficiarse finalmente con la promoción.
Sin embargo, en la Laguna Azul de Gales no hay espacio para una gran masa de gente y por eso sólo se proporcionaron 2.800 entradas. Los mejores sitios se los han llevado aquellos que han reservado un lugar con acceso al agua. Ahora se encuentran a pocos metros de la zona de zambullida en sus kayaks y disfrutan de unas vistas perfectas. 
Cuando Hunt, líder de la clasificación, llega a tierra sonriente tras su salto, es como si hubiera superado una prueba de valor de su pandilla. Los otros atletas lo felicitan, lo embisten y bromean con él como hacen los mejores amigos. "Todos somos amigos, como una gran familia feliz", dice Hunt. 
Duque cree que el sentimiento de grupo es una consecuencia del deber que les une a todos: el superar los miedos en cada salto. "Sé que todos mis amigos arriesgan la vida, se arriesgan a hacerse daño y tengo un gran respeto por ello", dice. "Nuestro estilo de vida es peligroso, no llevamos ningún sistema de protección encima, solo nuestro bañador". 
"Solo los saltadores de acantilados me entienden. Cuando estás arriba, ya no hay vuelta atrás", cuenta el mexicano Jonathan Paredes, uno de los más jóvenes a sus 27 años. 
Los deportistas viajan solos en el tour, los propios asistentes son la única excepción. "Todos tenemos los mismos miedos y problemas, sin entrenador, eso nos une más. Estamos solos, nos ayudamos y queremos lo mejor para todos", apunta Hunt. 
No importa quién gane, lo más importante es juntarse todos "y pasar tantas buenas tardes como podamos", opina Duque. 
Pero también hay mucho dinero de por medio. Por cada etapa se reparten 35.000 euros (unos 38.000 dólares) entre los hombres y 16.200 entre las mujeres. Y los vencedores generales del Tour se llevan 59.000 euros, en el caso de los hombres, y 17.000 euros, en el de las mujeres. Además, viajan por todo el mundo gratuitamente. 
Los artistas actúan en Texas, en Dubai y en las Azores, saltan ante 40.000 espectadores en la Ópera de Copenhague o ante 75.000 en la ciudad portuaria francesa de La Rochelle. En la ciudad italiana de Polignano a Mare saltan desde la azotea de un edificio construido en el acantilado en el Mar Adriático. Un anciano, el anfitrión, se sienta allí con su madre y a veces da consejos a los saltadores. 
Hunt se ha embolsado mucho dinero en premios, ya está acostumbrado a ganar. Ha vencido en cinco ocasiones en la serie de Red Bull que se inició hace siete años. Aparte de eso, el atleta de 32 años se convirtió hace un año en el campeón del mundo. 
La Federación Internacional de Natación (FINA) aceptó hace pocos años al deporte, que incluso aspira a formar parte del programa olímpico en el futuro. "Me encantaría participar en los Juegos Olímpicos, aunque no sea una persona con ese tipo de objetivos", dice Hunt. 
Pero el campeón del mundo también sufre numerosas heridas. "Después de tantos años sientes cada tontería, las lesiones permanecen, pero es parte de este deporte", explica. Pero no lo aparenta. Hunt tiene ya 32 años, pero su menudo cuerpo le hace parecer un estudiante secundario, algo que puede que tenga que ver también con su positiva actitud. 
"Intento alejarme de las personas negativas y que siempre se quejan, porque eso hace polvo a cualquiera". El atleta no deja lugar a los malos pensamientos y procura rodearse de su otra familia, la de los saltadores de acantilados.

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