Nueva Zelanda como en los tiempos de Cook: viaje a la isla Kapiti
En 1770, el descubridor inglés James Cook fue el primer europeo que puso pie en la isla Kapiti, ante las costas de Nueva Zelanda.
Con una superficie de diez kilómetros de largo por dos de ancho, Kapiti se sitúa frente a la Isla Norte del país, a poca distancia de Wellington. La parte que da al mar abierto está poblada por afilados acantilados, mientras que en el otro extremo crece una exuberante selva.
En sus orígenes, Nueva Zelanda albergaba una colección única de plantas y animales, entre los que no existía ningún mamífero. En su lugar, además de insectos e iguanas, multitud de aves corredoras poblaban las dos islas principales y numerosas islas pequeñas.
El país permaneció totalmente aislado durante 80 millones de años. Según el biólogo estadounidense Jared Diamond, la flora y fauna de este archipiélago era "lo más próximo a la vida en otro planeta".
Sin embargo, la llegada de los colonos europeos supuso también la introducción de numerosos animales. Por eso, antes de que la isla Kapiti pudiera volver a ser el paraíso para las aves que es hoy en día, fueron necesarios numerosos esfuerzos.
"Kapiti ha vivido toda la diversidad de actividades humanas", afirma el maorí Manaaki Barrett, uno de los escasos habitantes de la isla. Su pueblo lleva allí casi 200 años. "A principios del siglo XIX, hubo enfrentamientos entre distintas tribus maoríes por controlarla", cuenta.
Cuando las distintas culturas de las que se compone Nueva Zelanda "se pusieron de acuerdo sobre su uso común", comenzaron a desarrollarse el comercio y la artesanía. Además de los maoríes, también poblaron Kapiti colonos occidentales.
Sin embargo, aquel desarrollo económico causó graves daños a las aves. A finales del XIX, gran parte de los bosques habían sido talados y la isla estaba saturada de animales salvajes no autóctonos. Después, fue declarada área natural protegida y, con el tiempo, la conciencia sobre la protección ambiental creció de manera paralela al orgullo nacional.
En las décadas siguientes, cabras, corzos, ovejas, vacas, cerdos, gatos y perros fueron erradicados de Kapiti. En 1986 se sacrificó el último de 22.500 trichosurus, un marsupial que antaño se había criado para obtener su piel. En 1996, las autoridades ambientales rociaron la isla con raticidas y declararon finalmente Kapiti libre de mamíferos.
Desde entonces, la avifauna se ha ido regenerando. El kiwi moteado menor, una de las cinco especies de esta ave corredora, es uno de los más destacados supervivientes: mientras que en las dos principales islas del archipiélago ha desaparecido, en Kapiti se desarrolla bien. De los aproximadamente 1.700 ejemplares que quedan, unos 1.200 viven en Kapiti.
La isla es además uno de los pocos lugares del mundo donde los turistas tienen la oportunidad de observar las actividades nocturnas de las aves en su hábitat natural. La familia Barrett ofrece alojamiento modesto en su casa y, además, hay recorridos turísticos durante el día.
Nueva Zelanda tiene actualmente el mayor número de especies amenazadas entre su fauna. Según un estudio publicado en mayo, el 80 por ciento de aves autóctonas está amenazada y, muchas de ellas, en riesgo de extinción. Las autoridades se han propuesto como reto acabar con todos los depredadores de aves del país antes de 2050, siguiendo el ejemplo de Kapiti.
"Nueva Zelanda ha logrado cosas que antaño parecían impensables, como expulsar a todos los mamíferos de más de un centenar de islas", señala el guarda forestal Lee Barry.
Aunque no hay registros de las aves que poblaban Kapiti antes de que llegaran los europeos, "es incuestionable que el canto de éstas es hoy en día único en el mundo", añade. Por eso, Kapiti ofrece actualmente la mejor oportunidad de conocer Nueva Zelanda como era en los tiempos de Cook.
El maorí Manaaki Barrett es uno de los escasos habitantes de la isla