Gerhard Richter, el "Picasso del siglo XXI" cumple 85 años

08 / 02 / 2017 Christoph Driessen (DPA)
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¿Es "el pintor más importante de Europa", como lo calificó el diario estadounidense "The New York Times"? ¿O es el "Picasso del siglo XXI", como lo alabó el británico "The Guardian"?

Gerhard Richter - Epa

Él mismo constituye el mayor contraste para todos estos superlativos. Es modesto. Pequeño, delgado y gris. Alguien de quien pasas de largo. Barba corta, gafas grandes. De una timidez encantadora con todos aquellos a quienes no conoce desde hace mucho tiempo y muy bien. Nunca se ha acostumbrado a ser el centro de atención; tampoco ahora, cuando el jueves cumpla 85 años.

Richter carece de los atributos que normalmente van unidos a un artista. Al contrario que otros compatriotas, él no provoca a la manera del pintor Sigmar Polke, que irrita y responde a sus coleccionistas. Tampoco sobresale como el pintor, escultor y escritor Markus Lüpertz, con su enorme brillante y el bastón con una calavera, ni se pasa de rosca como el pintor neoexpresionista Jörg Immendorff, que compareció incluso ante la justicia por su consumo de cocaína.

No, Gerhard Richter ejemplifica las cualidades alemanas como el orden, la dedicación y la disciplina. En su entorno personal es silencioso, educado y reservado. Todo lo demás le resultaría incómodo.

Su atelier se encuentra en el barrio residencial de Hahnwald, en el sur de Colonia (oeste de Alemania). Detrás de éste está su casa, donde vive con su tercera esposa Sabine Moritz, una antigua alumna, y su último hijo Theodor, de 11 años. En su barrio residen otras personalidades como el famoso presentador alemán Stefan Raab y circulan Porsche o Jaguar.

El propio Richter figura como uno de los alemanes más ricos, algo que él niega con vehemencia. Pero aunque no se beneficie directamente de los precios récord registrados en las subastas de sus cuadros, ya que se trata de cuadros antiguos que ya han pasado por diversas manos, su fortuna es considerable.

Para conseguirla Richter ha trabajado duro toda su vida, y lo sigue haciendo hoy en día. Todos los días va a su taller a trabajar. Nacido en 1932 en Dresde, huyó al oeste en 1961. Estudió y fue profesor en la Academia de Bellas Artes de Düsseldorf, próxima a Colonia. Ésa es a grandes rasgos su biografía. No obstante, sus raíces del este siguen presentes, algo que se nota sobre todo cuando habla con su acento de Sajonia.

Gerhard Richter es un pintor sin palabras. Se le ha calificado como la esfinge o el gran taciturno, porque no explica sus obras y mucho menos a sí mismo. Es complicado tener una conversación con él. Y cuando habla, puede ser que después reflexione sobre lo dicho y decida que no quiere que se publique ninguna de sus declaraciones.

Esto ha contribuido en parte a que se convierta ya en vida en uno de los mayores exponentes de la historia de arte. A comienzos de su carrera, en la década de los 60, muchos hablaban del final de la pintura, ya que en relación a las obras realistas, la pintura no tenía nada que hacer contra la fotografía.

También lo que impresionistas y expresionistas habían hecho, ver el mundo a través de sus propias lentes o exponer la propia vida interior en el lienzo, parecía agotado. Por eso, muchos historiadores del arte ven actualmente en Richter al artista que más contribuyó a que la pintura tuviera un nuevo significado.

Richter retomó todos los géneros conocidos: paisajes, piezas marinas, retratos, desnudos, naturalezas muertas y temas históricos. Sólo que de una manera diferente. Por ejemplo, a través del efecto del difuminado. La famosa "Ema auf der Treppe" (Ema en la escalera) refleja la imagen de una mujer desnuda contemplada a través de un velo protector.

Para la obra de Richter más admirada no hay que pagar entrada. Se trata de la vidriera de 19 metros de altura que puede verse en la parte sur de la catedral de Colonia. Richter tiene simpatía por la iglesia, pero no cree en Dios. El pedido inicial era hacer una representación de martirios cristianos del siglo XX, pero al final no cumplió con este encargo. En su lugar, realizó una vidriera abstracta y juntó 11.263 cuadrados de colores, ordenados de manera aleatoria.

El cardenal Joachim Meisner encontró el resultado demasiado arbitrario. Si se quiere se puede ver la estructura de colores como una demostración del poder del azar. No obstante, muchos visitantes lo ven de otra manera. Incluso los ateos pueden tener una experiencia espiritual en la catedral cuando en un día nublado se cuela un rayo de sol: de repente, esa gran ventana de cerca de cien metros cuadrados se ilumina. Y no sólo los cuadrados de cristal, sino que la luz llega hasta las columnas y bancos y sumerge todo el interior de la catedral en fantásticos colores.

Incluso el propio artista, siempre asolado por las dudas, se mostró satisfecho con su obra. Poco antes de la inauguración le preguntaron cómo se siente al estar delante de su vidriera de colores, a lo que respondió sin vacilación: "Es un sentimiento maravilloso".

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