Duques, duquesas y consortes

22 / 09 / 2011 15:47 Luis Reyes
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Ha habido 18 duques de Alba. En tres ocasiones el titular del ducado ha sido una mujer, pero son cinco los duques consortes debido a las tres bodas de Cayetana.

Si el tercer matrimonio de la duquesa de Alba ha causado sensación, aún más sorpresa provocó el anterior, pues fue con el cura Aguirre, un conocido intelectual jesuita, filósofo de la Escuela de Francfort y melómano, compañero de estudios de Benedicto XVI y opositor al franquismo, que había colgado los hábitos y se convirtió en segundo marido de Cayetana. Jesús Aguirre cayó en la vanidad de firmar sus sesudos artículos “duque de Alba”; al fin y al cabo, como estudioso de su nuevo linaje, sabía que el origen del ducado de Alba fue religioso.

Juan II de Castilla otorgó el señorío de Alba de Tormes en 1429 a Gutierre Álvarez de Toledo, arzobispo de Toledo. A su muerte le sucedió su sobrino Fernando, y el señorío se convirtió en condado. Su hijo, García Álvarez de Toledo, fue elevado por Enrique IV en 1472 a la categoría de duque, la más alta de la nobleza.

Desde entonces el ducado de Alba de Tormes ha formado parte de la Historia de España. El III duque de Alba, don Fernando Álvarez de Toledo, sería uno de los personajes más importantes de los reinados de Carlos V y Felipe II, el primer general de Europa, instrumento imprescindible en las guerras de ambos monarcas. El llamado Gran Duque de Alba acudió a liberar Viena del asedio de los turcos, humilló al papa Pablo IV entrando vencedor en Roma, luchó contra los protestantes en Alemania, contra los moros en Orán, contra los franceses y se convirtió en el coco de los Países Bajos cuando fue a aplastar la rebelión por el método de la mano dura, ganándose el derecho a víctima favorita de la Leyenda Negra.

Al final de su vida cayó en desgracia por un matrimonio no autorizado. Permitió que su hijo se casara contra el parecer de Felipe II y ambos fueron a prisión. Sin embargo, el rey recurrió a él para conquistar Portugal, pese a que ya era un anciano que falleció al final de la campaña en Lisboa, su última conquista.

Ningún otro duque brillaría tanto como el tercero, pero a lo largo de generaciones los titulares del ducado desempeñaron cargos importantísimos al servicio de la corona. Hasta el siglo XVIII se mantuvo la sucesión por línea masculina y el apellido Álvarez de Toledo, pero a la muerte del X duque, en 1739, le heredó su hija María Teresa. Así apareció en la Historia el primer duque consorte.

Cambios de apellido.

María Teresa no encontró un marido de su mismo rango ni en lo nobiliario ni en lo económico –se consideraba “la más rica heredera de Europa”-. Manuel María José de Silva Mendoza y Cerda era solamente conde, pero sus apellidos acreditaban su antigua y nobilísima estirpe. A partir de él cambiaría el primer apellido de los duques, aunque como la Casa de Alba tiene sus propias leyes, el nombre de Álvarez de Toledo se ha mantenido a voluntad.

La falta de herederos varones hizo de nuevo titular del ducado en 1778 a una mujer, María del Pilar Cayetana de Silva Álvarez de Toledo, la famosa duquesa Cayetana de Goya. De nuevo hubo un duque consorte, aunque este de categoría similar a su esposa, y muy superior en méritos. Curiosamente su primer apellido era el viejo de la familia, pues se llamaba José María Álvarez de Toledo. Era XV duque de Medina Sidonia, título aún más antiguo que el de Alba, sin embargo en las capitulaciones matrimoniales tuvo que aceptar anteponer el título de Alba al suyo.

Estirpe aparte, el nuevo duque consorte era un ejemplo de aristócrata ilustrado, miembro activo de instituciones que representaban el progreso en su tiempo, como la Academia de Bellas Artes, la Sociedad Económica de Amigos del País de Sevilla o la Vascongada. Tenía fama de ser el mejor caballista de España y además era un exquisito intérprete de viola, un melómano que mantenía correspondencia con Haydn, a quien encargaba obras, y entre cuyos instrumentos había un stradivarius. El retrato más elegante que hizo Goya, que está en el Prado, lo representa en traje de equitación, con espuelas y una partitura de Haydn en las manos.

Era amigo del mejor cerebro político de España, Jovellanos, y se implicó en la oposición al valido de Carlos IV, el omnipotente Godoy. Si hubiera triunfado la conspiración de Malaspina, el duque consorte se habría convertido en primer ministro, pero como fracasó fue confinado en sus tierras de Andalucía, donde murió en 1798 dejando a Cayetana viuda, sin hijos, y con la enemistad jurada de Godoy.

La duquesa Cayetana moriría seis años después, a los 40. Su figura está rodeada de leyendas, desde sus presuntos amores con Goya hasta el rumor de que había muerto envenenada. Godoy aprovechó su caída en desgracia para rapiñar grandes cuadros de la colección ducal.

La sucedió un sobrino lejano, Carlos Miguel Stuart Fitz-James, VII duque de Berwick, con el que llegó el entronque con la Casa Real de Estuardo. El ducado de Berwick había sido creado por el rey de Inglaterra Jacobo II para su bastardo favorito, James Fitz James (literalmente hijo de James, que es “Jacobo” en inglés). El duque de Berwick fue el principal general de Felipe V en la Guerra de Sucesión, lo que le valió los ducados de Liria y Xerica y la Grandeza de España.

Se estaba produciendo una acumulación de títulos, que es una de las características de la Casa de Alba: el XIV duque ostentaba ya diez Grandezas de España. Además restauró el patrimonio artístico familiar damnificado por Godoy, otro signo de identidad de la Casa de Alba desde el siglo XVI. Aprovechó sus viajes por Europa para comprar cuadros de grandes maestros como Fra Angelico o Rembrandt.

El perfil ilustrado volvió a darse en el último titular masculino del ducado, el XVII duque de Alba, Jacobo Fitz James Stuart y Falcó (1878-1953), historiador, director de la Real Academia de la Historia y ministro de Instrucción y Bellas Artes, además de medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Amberes. Su cargo más importante fue, no obstante, el de embajador de España en Londres en los delicadísimos años de la II Guerra Mundial. Su única hija, Cayetana, por cierto, tenía de compañera de juegos a la que luego sería reina Isabel II de Inglaterra.

La falta de hijos varones hizo que por tercera vez en la historia de la Casa de Alba el ducado recayese en una mujer, y que por tercera vez hubiera un duque consorte, y un cuarto... y un quinto.

Las bodas de Cayetana.

La primera boda de Cayetana fue muy convencional, siguiendo el consejo de su padre se casó con Luis Martínez de Irujo, hijo –aunque no sucesor- del duque de Sotomayor, un chico serio que tenía la carrera de ingeniero. Aunque nadie podía igualar en rango a la novia, que acumulaba 18 Grandezas de España, su familia pertenecía a la alta nobleza. La boda, en Sevilla en 1947, fue el acontecimiento de la época, la de los años del hambre. El duque consorte fue un personaje tan discreto que podría parecer gris, sobre todo por la exuberancia de la personalidad de Cayetana, amiga de flamencos, toreros y artistas. Se murió discretamente en 1972 en Houston, donde se trataba de un cáncer, a los 52 años. El último vástago del matrimonio, la única niña, solamente tenía 4 años cuando Cayetana enviudó.

En 1978 abandonó la viudedad con el pretendiente al que nos referíamos al principio, Jesús Aguirre. El cura Aguirre, tras una etapa de intensa vida cultural como director de la editorial Taurus, era en ese momento director general de Música en el Gobierno de Adolfo Suárez, y la duquesa acudió a su despacho para una gestión oficial. La capacidad de seducción del exjesuita funcionó rotundamente: a los cuatro meses se casaron en la capilla del palacio de Liria.

El segundo marido de Cayetana se dedicó a estudiar el patrimonio histórico y artístico de la Casa de Alba, una orgía de placer para una persona de su nivel cultural, pues incluye desde el Diario de Colón hasta retratos de Tiziano, Velázquez y Goya. Tuvo 12 años para disfrutarlo, antes de enfermar gravemente y morir enseguida a principios de 2001.

Un mundo diferente al del resto de los mortales se abre ahora para el tercer consorte.

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