Los demasiados (pocos) libros

23 / 05 / 2010 0:00 Vicente Molina Foix
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Sólo el libro les parece a muchos una delicatessen que convendría hacer más escasa, menos visible.

19/03/10

LOS DEMASIADOS LIBROS fue, hace ya más de diez años, el título de un hermoso ensayo del escritor mexicano Gabriel Zaid que quedó finalista del premio Anagrama y publicó aquí la editorial barcelonesa. La obra trataba de la abrumadora cantidad de los libros, los que se publican y los que quedarán como manuscritos guardados en cajones llenos de polvo, y también sobre lo que rodea al libro y no siempre lo acompaña bien: las presentaciones, las prepublicaciones, los anticipos, el costo de la edición, las reseñas, el olvido injusto de algunos autores y la conversión de otros en figurones ridículos, los lanzamientos espectaculares y las librerías menguantes, la cada vez más extendida práctica de la destrucción de los ejemplares no vendidos de una edición, eso que los americanos llaman to pulp, y no es ninguna ficción.

Siempre digo que hay demasiados pocos libros, aun siendo consciente, por supuesto, de su abundancia y de su -en tantos casos- redundancia. Pero nadie se queja de la inmensa producción mundial de obras plásticas o videográficas, de películas, de canciones; sólo el libro les parece a muchos una delicatessen que convendría hacer más escasa, menos visible. Lo malo es que quizá llegue el día en que ese escamoteo o desaparición del libro vengan impuestos por la industria, por la incultura, o por el e-book, que es, a mi juicio, un apreciable artilugio, algo así como un nuevo aparato clínico para casos de necesidad o urgencia. Mientras tanto, y antes de que caiga sobre nuestras cabezas la hecatombe, observo con esperanza y con convencimiento -por glosar a Ángel González- un saludable fenómeno español dentro del mundo de los libros: la proliferación de pequeñas editoriales independientes que, sin hacer sombra a las grandes casas, están no sólo ampliando el catálogo de los libros que a uno le apetece leer, sino también, más significativamente, explorando autores y literaturas que da casi vergüenza llamar marginales.

No seré exhaustivo, porque ni aun queriendo podría dar un censo completo, dada su cantidad. Pero ahí van unas cuantas: Ediciones del Viento, Barataria, Demipage, Cabaret Voltaire, Neverland Ediciones, Periférica, Sexto Piso, Impedimenta, Errata Naturae, Contraseña, Umbriel, Barril & Barral, Libros del Bronce, Libros del Asteroide, Trama. Se advertirá que estas editoriales, además de poner en circulación obras de calidad, cultivan la imaginación en sus nombres. Y conste que sólo he citado aquí algunas de las que editan narrativa y ensayo; si añadiéramos las pequeñas editoriales de poesía, el número y la hermosa nomenclatura serían inagotablemente encantadores.

Cuando yo empecé a leer con (cierto) entendimiento y a publicar (con gran atrevimiento), en España había pocas editoriales en las que confiar: Seix Barral, Destino, Alianza, Aguilar, Plaza y Janés, un tanto devaluada esta desde la época en que sólo era del señor Janés. En los años siguientes surgieron Alfaguara, Anagrama, Tusquets, Siruela, Acantilado y alguna otra de calidad probada y larga vida, que deseamos asimismo para sus unipersonales directores: Jorge Herralde, Beatriz de Moura, Jacobo Siruela, Jaime Vallcorba. A ellos se suman ahora el valeroso, inquieto, atrevido conjunto de los pequeños editores independientes, responsables de que siga habiendo no demasiados pero sí suficientes libros para los que nos resistimos al apocalipsis del texto de papel.

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