Utopías pendientes

17 / 11 / 2016 Nativel Preciado
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Debemos reflexionar sobre el uso perverso que muchos dan al término “utópico”

Hace 500 años, el político inglés Tomás Moro acuñó la palabra “utopía” para referirse al deseo eterno de la humanidad de construir una sociedad mejor. La obra del sabio humanista, además de seguir vigente desde el siglo XVI, ha dado origen a un sinfín de teorías políticas, sociales, económicas, científicas, culturales y educativas. Bajo el nombre de utopía se ocultaba una comunidad ficticia, situada en un territorio aparentemente  idílico, donde sus habitantes vivían en paz y armonía; un sistema ideal de  gobierno en el que se imagina una sociedad perfecta y justa, donde todo discurre sin conflictos y en calma.

Para conmemorar el quinto centenario de la primera edición de la obra de Tomás Moro (Libro del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía, 1516) se celebrará a mediados de diciembre un congreso internacional en la Universidad Autónoma de Madrid para debatir sobre la utopía de entonces, la utopía de ahora y la utopía futura. Buen momento para reflexionar, entre otras cosas, sobre el uso perverso que muchos han dado a un término saturado de tantas esperanzas como desencantos. Tomás Moro, sin embargo, no incitaba tanto a soñar con un mundo imaginario, imposible de encontrar o construir, como a indagar en las causas de los problemas y buscar los medios reales para mejorar la vida de la comunidad. En el lenguaje político actual, el término utópico se emplea para referirse de un modo peyorativo a las promesas de determinados líderes y a los programas de los partidos supuestamente irrealizables. Y, sin embargo, me gustaría recordar la cantidad de utopías que, aunque inicialmente parecieran fantasiosas e ingenuas, se han hecho realidad. El filósofo José Antonio Marina suele referirse a alguna en muchos de sus libros. En sus orígenes se llamaron utópicos a todos los movimientos de liberación que han luchado contra la esclavitud, el racismo, la discriminación de las mujeres, por la libertad religiosa, la democracia o la seguridad jurídica, en definitiva, la conquista de los derechos humanos. La historia es un tejido de intereses, un camino largo y tortuoso, que no avanza de manera lineal. Los derechos son frágiles y precarios, por eso, a veces, tenemos la sensación de que los hemos perdido. Vivimos un periodo de desaliento y necesitamos, más que nunca, pensar que algún día alcanzaremos la paz global, el equilibrio ecológico o una distribución más equitativa de la riqueza. Dicen que el ser humano es esencialmente utópico, porque siempre sueña con mejorar su entorno, por más que esté rodeado de un mundo injusto y desolador. Imprescindible terminar con las palabras de Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. 

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