Un buen vino

11 / 05 / 2017 Nativel Preciado
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El mejor vino no es necesariamente el más caro, sino el que más te guste.

Recién llegada de Tomelloso, donde he participado en un debate sobre la cultura del vino, he descubierto que el mejor no es necesariamente el más caro, sino el que más te guste, cualquiera que sea su precio, su origen o su fama. Yo que era adicta al blanco, también allí he comprobado una vez más que sobre gustos no hay colores y me acabo de convertir al tinto. Otro de mis hallazgos ha sido que no es necesario cambiar de copa o lavarla cuando cambias de vino. En su lugar, los expertos me han enseñado que se puede envinar la copa, es decir, agregar unas gotas del vino que vas a tomar para que el nuevo aroma no perjudique su sabor. Sin ser experta, eso de envinar me resulta un término novedoso, aunque es una costumbre que he practicado toda la vida. Siempre dejo un poso de vino al acabar la copa porque me gusta repetir de la misma botella, igual que repito y quemo las canciones, los libros, las películas y la comida. Quizá soy de ideas fijas. Me ocurre lo mismo cuando llego a casa con un libro nuevo y veo la estantería en la que reposan todos los ejemplares que he releído; los que certifican mis tiempos emocionales y dan fe de mis vivencias. Y es que todos tienen su sabor, su olor y su textura. Son pura sinestesia, porque me hacen ver sus sonidos y oír sus colores. He llegado a sentir un sabor dulce al tocar la superficie de alguna portada. Antes de llegar a esa estantería repleta, mi bodega literaria, al nuevo libro le hago partícipe de un ritual instintivo, involuntario, obligándole a descansar a ratos en la mesita de noche, trasladarse por el salón, detenerse en la cocina esperando un café o acompañar un momento de relax con un buen vino. Este instante placentero, de maridaje entre literatura y vino, debe de ser lo que el filósofo alemán Helmut Pape denomina Vinosophia. Debo aclarar, sin embargo, que este intelectual ha tenido una trayectoria muy extravagante, que va desde la semiótica y la ontología a la comercialización de vinos, a raíz del éxito que le proporcionó un Corbières, de la región francesa del Languedoc, en un simposio organizado en la Académie du Midi. Pape bautiza a sus vinos con nombre de filósofos como Kant o Leipzig o términos tan presuntuosos como Creatividad, Resistencia y Claridad o Pluralismo: el vino de los pragmáticos.

Para el extravagante viaje emprendido por Pape no hacen falta alforjas; yo me quedo con mi cita en Tomelloso y la natural sensibilidad con que la etiqueta describía el tinto que me gustó: intenso color picota, en nariz huele a fruta negra y roja con matices florales, también posee toques torrefactos, en boca es suave y sedoso de buena tonicidad y su final es largo y ligeramente especiado. En definitiva, seguro que si el profesor Pape lo prueba no tendrá más remedio que denominarlo Made in Spain, y punto. 

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