Rompo una lanza
El Partido Animalista es la fuerza que más ha crecido en estas elecciones.
Acabo de recibir un correo del Partido Animalista Contra el Maltrato Animal (Pacma) dándome las gracias por haberlos apoyado durante once años en una intensa campaña de presión social, política y legal que ha impedido torturar hasta la muerte a otro toro en Tordesillas. Porque perseguir y alancear a un animal es una fiesta sangrienta, un espectáculo patético, una tradición salvaje donde se practica, desde hace siglos, la tortura sin paliativos. Soy escéptica cuando firmo peticiones de apoyo a cualquier causa insostenible y, sin embargo, me alegro al comprobar que un simple gesto puede ser de gran utilidad. Lo ha sido en este caso y lo será en muchos más. La fe de los que movilizan a centenares, miles o millones de personas para evitar el sufrimiento de los animales mueve montañas. Cada vez somos más los que consideramos que defender sus derechos no es solo una cuestión de emociones o afectos, sino de principios, porque respetar a los seres vivos forma parte de la conservación del ecosistema.
Muchos de los animalistas me reprochan que no sea vegana y todavía consuma alimentos de origen animal. Entiendo el argumento, porque no deja de ser una contradicción retirar la mirada de los documentales que muestran el sádico exterminio de gallinas en unas granjas avícolas copiadas de los campos de concentración, y luego consumir huevos a destajo. Puedo llegar a comprender la necesidad de sacrificar animales para el consumo humano o incluso la experimentación, pero condeno que se les apliquen descargas en las patas para que no se muevan, que se arrojen pollos vivos a una trituradora. Es inevitable empatizar más con los de tu misma especie, pero ese sentimiento tan humano no impide desentendernos del resto de los animales del planeta. Debemos exigir leyes que garanticen anestesia, analgesia y asepsia para reducir al máximo el dolor o la intensidad del sufrimiento de cualquier ser vivo.