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Pobres animales

03 / 09 / 2015 Nativel Preciado
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¿Qué clase de alimaña somete a la tortura de una muerte lenta a un animal?

Cada vez que firmo una petición de change.org, avaaz.org o de cualquier otra organización dedicada específicamente a la defensa de los animales me disparan insultos en las redes sociales. Solo respondo a los que se limitan a recriminar mi actitud, porque no entienden que me conmueva tanto la muerte de un león a manos de un cazador furtivo, cuando estamos rodeados de tragedias inconmensurables que afectan a millones de seres humanos. Claro que me duele el terrible drama de los inmigrantes sirios, afganos e iraquíes que han llegado los últimos días a Grecia huyendo de la muerte. Contemplo horrorizada las imágenes de los más vulnerables, mujeres y niños, que duermen a la intemperie rodeados de alambres y cordones policiales. Me espantan esos muros que se están levantando en las fronteras de Europa para impedir su paso hacia un destino al que, por desgracia, nunca llegarán. Entiendo que muchas personas, erróneamente convencidas de su superioridad, antepongan el sufrimiento de sus congéneres al de los otros animales, pero no veo necesario dedicar toda la solidaridad a una sola causa en detrimento de todas las demás. El hecho de que muchas personas sufran desgracias infinitas, no impide que nos ocupemos de las necesidades de los animales que lo pasan mal por culpa de la crueldad de las malas bestias que también existen en la especie humana. Es útil identificar al individuo que dejó en el pueblo almeriense de Adra a un perro mestizo, Naif, con una puñalada en el cuello y atado por las patas a un poste. ¿Qué clase de alimaña es capaz de someter a la tortura de una muerte dolorosa y lenta a un animal inofensivo? O ese hombre de Cobeña, oportunamente detenido y condenado por un delito de maltrato animal con ensañamiento, que mató a palos y golpes contra la pared a siete podencos recién nacidos de su perra de caza. O el otro vecino de Madrigalejo que metió en una bolsa de plástico a ocho cachorros de mastín vivos y los tiró a un contenedor como si fueran patatas podridas. Son solo tres ejemplos de perversión y crueldad gratuita que, paradójicamente, muchos consideran inhumana. Aunque la penalización es demasiado leve, las denuncias sirven, al menos, para disuadir y poner en evidencia a estos tipos sin escrúpulos. Por eso he firmado este verano un buen número de peticiones en defensa de animales domésticos y salvajes. Para que trasladen a un lugar adecuado a la pareja de osos pardos de los Pirineos recluidos en instalaciones indignas en el pueblo de Artíes. Para que impidan que los circos tengan animales sometidos a malos tratos. Para que las aerolíneas prohíban transportar trofeos de caza y así impedir que los malos cazadores acaben con la vida de especies protegidas, como el dentista Walter Palmer, que mató a Cecil, el león más famoso de una reserva de Zimbabue. Sin olvidarme de denunciar el Torneo del Toro de la Vega de las fiestas de Tordesillas, donde el próximo 15 de septiembre, si las autoridades no lo impiden, habrá otro deplorable espectáculo de maltrato animal. Pero los toros merecen capítulo aparte. 

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