Orwell era un optimista

20 / 09 / 2017 Nativel Preciado
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El mundo que predecía el escritor ya ha llegado, lo impensable es que su distopía se quedase corta.

Hubo un tiempo, ya lejano, en que tu privacidad estaba garantizada. Si levantabas alguna sospecha, la Policía podía pincharte el teléfono, pero resultaba fácil descubrirlo porque el método de vigilancia era muy rudimentario y permitía escuchar ruidos extraños o incluso tu propia voz a través de una grabación torpe y chapucera. Por las mismas razones era fácil saber si te habían sometido a algún tipo de seguimiento. El caso es que vivíamos con la sensación de que, salvo en determinadas circunstancias, nuestra privacidad estaba blindada. Podías desenvolverte con soltura en tus comunicaciones e incluso en tus movimientos. Por no haber, ni había fotógrafos intrépidos que dejaran constancia gráfica de tus buenas o malas compañías.

Sabíamos entonces que, a través de la literatura de ciencia ficción, en un futuro más o menos cercano podríamos vivir en una sociedad orwelliana vigilada por el Gran Hermano y reprimida por una Policía del pensamiento. Ese mundo ya llegó, pero lo impensable era que la distopía de George Orwell se quedase corta. Mikko Hypponen, experto en seguridad informática y cazador de hackers, dice que el escritor era demasiado optimista y añade que, por más precauciones que tomemos, desafortunadamente, no existe privacidad ni en nuestro smartphone ni en Internet. Aun así, actuamos con absoluta despreocupación, como si no fuéramos merecedores de ser espiados. Hasta que surge algún problema y nos damos cuenta de que, con o sin fundamento, todos estamos en el punto de mira de un insaciable mirón universal. Empresas, Gobiernos, servicios de inteligencia y voyeurs privados nos someten a un estricto sistema de vigilancia, no se sabe muy bien con qué finalidad, porque, a veces, cometen errores garrafales y se les escapan individuos tan peligrosos como el imán de Ripoll. A partir de la  sentencia que hace unos días dictó el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo se inició el siguiente debate: ¿dónde está la delgada línea que separa la libertad de las empresas para controlar las comunicaciones de sus trabajadores y el debido respeto a la intimidad, la vida privada y la correspondencia previstos en el artículo  8 de la Convención Europea? La empresa argumenta que los empleados solo pueden hacer un uso profesional de los medios informáticos que les facilitan, y los trabajadores, que el control empresarial no puede entrometerse en su privacidad. Algunos denuncian que se exceden en sus atribuciones y controlan, no siempre con buenas intenciones, todos sus movimientos a través de tarjetas de identificación o el rastreo de su correo electrónico o sus perfiles en las redes sociales.

La sentencia de Estrasburgo sienta jurisprudencia en todos los países de la Unión Europea y ha establecido que, para evitar abusos, las empresas tomen determinadas precauciones, porque controlar de manera sistemática e indiscriminada las comunicaciones de sus empleados supone “una vigilancia permanente, contraria a la dignidad humana”, pero si le avisa previamente y hay causas que lo justifiquen, añado yo, pueden hacer los que les venga en gana. Una sugerencia de los expertos: no se fíen de su derecho a la intimidad y sean precavidos con sus correos y sus whatsapps.

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