Occidente no lo pilla

13 / 12 / 2017 Nativel Preciado
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Mientras nosotros nos miramos el ombligo, los chinos corren hacia el futuro a velocidad vertiginosa.

Lamento que no hayan tenido más repercusión las recientes declaraciones de Gao Xingjian, premio Nobel de Literatura del año 2000, sobre el excesivo peso que aún tienen las ideologías del siglo XX. El prestigioso humanista chino reflexiona, con su lucidez habitual, sobre la torpeza de los occidentales que se empeñan en vivir atrapados en el tiempo. Somos muchos los que, como Xingjian, consideramos una pesadilla el auge de los populismos y la vigencia del nacionalismo, el imperialismo, el comunismo o el fascismo. Si recordásemos las funestas consecuencias de los regímenes más dogmáticos del pasado siglo, todas esas ideologías ya hubieran caducado. La democracia se está degradando porque los políticos se dedican a manipular a la gente para ganar elecciones y eso les impide emplearse con eficacia en la lucha, por ejemplo, contra la contaminación, el terrorismo o el desempleo, pero el populismo es una termita que se infiltra en el sistema democrático para destruirlo desde dentro. He repetido aquí en múltiples ocasiones ideas similares, de otros tantos autores, sobre la democracia enferma, la democracia sobrevalorada o la democracia secuestrada, como si no tuviera más perspectiva que un simple recuento de votos. Para remediarlo, según el Nobel, necesitamos repensarlo todo y llevar a cabo una especie de renacimiento social (considera que el término revolución está muy desgastado) que tenga en cuenta una nueva motivación en la industria de la tecnología, la ciencia, un nuevo pensamiento con el foco y el interés humanístico.

Leí la referencia sobre Gao Xingjian la semana pasada en El País, en cuyas páginas aparecía también una crónica sobre el fascinante mundo de Shenzhen, la megaciudad tecnológica de China. Escuché pronunciar ese nombre, hace más de 25 años, al asturiano José Cosmen Adelaida, presidente de Alsa, porque había instalado en lo que llamó “un pueblecito de pescadores fronterizo con Hong Kong” un pequeño negocio de taxis que fue su puerta de entrada en aquel continente y en el que ahora continúan sus hijos. Al cabo de tres décadas, aquel pueblecito se ha transformado en el lugar, probablemente, más hipermoderno del mundo. Es deprimente comparar la mutación que se ha producido en China con la escasa evolución de nuestro pequeño mundo, enfrascado en disputas y problemas del pasado. Mientras nosotros nos miramos el ombligo, y discutimos sobre viejos conceptos retóricos, los chinos corren hacia el futuro a velocidad vertiginosa, eso sí, con un sistema imperfecto, defectuoso y contradictorio, capitalista en lo económico y autoritario en lo político. Es difícil entender cómo en un mismo país conviven la censura y el partido único con los mayores avances científicos y tecnológicos, sobre todo, en zonas como Hong Kong, Shanghái o Shenzhen, donde se instalan emprendedores procedentes de Brunei, Egipto, Costa de Marfil, Canadá, Nueva Zelanda y el resto del mundo, sin discriminación de género o nacionalidad. Con razón, uno de los exitosos fundadores de una empresa puntera de Shenzhen dice que el mundo ha cambiado y Occidente no lo pilla; lo mismo que el Nobel chino en el exilio.

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