Más allá del desastre

15 / 09 / 2016 Nativel Preciado
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La tragedia de Amatrice revela la necesidad de medidas preventivas.

Me encuentro con un cámara recién llegado de Roma y me cuenta que ha vuelto enfermo de Amatrice, la localidad más afectada por el devastador terremoto que azotó el centro de Italia el pasado 24 de agosto. Los equipos de Protección Civil siguen encontrando cuerpos entre los escombros. A día de hoy, la cifra oficial de muertos se eleva a 295. Mi colega fue a rodar imágenes del desastre y terminó participando en el rescate de algunas víctimas. Se le quedaron grabadas escenas que no pudo soportar y tuvo que interrumpir su trabajo. Le han diagnosticado estrés postraumático. Me enseña algunas imágenes impactantes y un mapa en el que la NASA muestra los epicentros de los 358.214 terremotos producidos entre 1963 y 1998, y veo con estupor que Italia y España están en zonas de máximo riesgo. Las placas tectónicas acechan a ambos países: a nosotros, la Africana y la Euroasiática; a ellos, además la Anatólica y también la Indoaustraliana. Es inevitable que se produzcan seísmos, pero no sabemos con qué frecuencia e intensidad, porque dependerán, entre otras cosas, de la profundidad del epicentro. A medida que escribo, soy consciente de que el tema ha perdido actualidad. Durante los primeros días de la catástrofe surgió el debate sobre la prevención, los protocolos a aplicar, la velocidad de la ayuda, los medios disponibles... pero pronto se apagaron las voces y las víctimas se quedaron a solas con su tragedia.

A lo sumo, en el primer aniversario, resurgirán las críticas contra las autoridades que, a buen seguro, serán incapaces de resolver los problemas pendientes.

Los accidentes naturales siempre han existido y existirán porque nuestro planeta está vivo y mantiene activos todos sus elementos: tierra, agua o viento. En la antigüedad el ser humano se instalaba “por necesidad” en zonas por las que bajaban manantiales, laderas en las que el fuego volcánico era elemento de calor y se refugiaba en cuevas aun a riesgo de desprendimientos. Carece de sentido que a estas alturas, con la información acumulada, ocupemos negligentemente zonas de riesgo, ya sea por ignorancia o por intereses espurios.

Es imprescindible escuchar la voz de los expertos en tiempos de calma. Reclaman medidas preventivas que paliarían extraordinariamente la magnitud de los desastres. Primero hay que establecer planes urbanísticos que tengan en cuenta la cartografía geológica con todo el rigor y eviten la ocupación de zonas aún vírgenes. También sería necesario elaborar mapas de vulnerabilidad en poblaciones históricas o urbanas con riesgo sísmico donde por casualidad la tierra no ha asomado todavía su cara más feroz. Y por último, organizar instalaciones antisísmicas con sistemas flexibles capaces de separar la estructura del suelo. Siempre citamos el ejemplo de Japón, pero nunca lo imitamos. Solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. 

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