La noche para investigar

06 / 10 / 2016 Nativel Preciado
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Es imprescindible la comprensión recíproca entre la ciencia y las humanidades.

Hace más de una década que 250 ciudades europeas dedican un día intensivo a la ciencia con el propósito de acercar la figura del investigador a los ciudadanos. La Noche europea de los investigadores se celebra el 30 de septiembre, entre otras cosas, para fomentar en los niños nuevas vocaciones a través de un reclamo atractivo que consiste en convertir en héroes a los científicos. Héroe es aquel que lucha contra el cáncer o el cambio climático, el que trata de evitar el hambre o la sequía, el que se las ingenia para contrarrestar discapacidades, el que sueña con hacer posible la vida humana en el espacio. Y heroína, sin duda, fue Marie Curie, a cuyos logros dedican este año una programación especial (“Science is wonder-ful”) la Comisión y el Parlamento Europeos. Lejos queda la idea de que el investigador científico era una especie de anacoreta o inventor chiflado. Hoy se entiende que su labor genera avances sociales, mejora el medio ambiente, la salud y, en general, la calidad del vida, pero se necesitan muchas noches, inversión económica y esfuerzo didáctico para potenciar la verdadera importancia de la ciencia o, para mayor precisión, de las actividades ligadas a la investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) a las que se van añadiendo nuevos conceptos como la “E” de educación y la “e” de emprendimiento, cuyo nivel se mide en términos de porcentajes del PIB que dedica cada país. Esko Tapani Aho, ex primer ministro finlandés, define provocativamente “investigación” como la inversión de dinero para obtener conocimiento, mientras que “innovación” sería invertir conocimiento para obtener dinero. Nuestro país, lamentablemente, está lejos de Estocolmo, Londres, Pekín, Silicon Valley y Boston, capitales de la innovación, por el escaso presupuesto que dedica a financiar proyectos que acerquen a los ciudadanos la investigación. España, sin embargo, sigue dando prioridad a las ciencias sociales y económicas sobre los distintos planes de I+D+i, cuando sería imprescindible la colaboración de ambas culturas.

Hace más de medio siglo que Charles Percy Snow, científico y novelista inglés, durante su famosa conferencia en Cambridge, bautizó como “la tercera cultura” al resultado de la comprensión recíproca entre la ciencia y las humanidades. Allí defendió la idea de que se comprenderían mejor los problemas del mundo si los artistas e intelectuales, además de dedicarse a la creación de su propia obra, se interesasen por cosas tales como la física de partículas o el control genético y, a su vez, los científicos estuvieran al corriente de los recientes avances culturales. Me alegra saber que el objetivo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas es transformar sus investigaciones en bienestar social, económico y cultural. Y me alegra aún más que la Noche europea de los investigadores reserve espacios para educación, música, teatro, poesía y otras manifestaciones artísticas.  

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