El día después

27 / 09 / 2017 Nativel Preciado
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En el Parlamento Europeo, consideran que la sobreactuación judicial no acabará con el conflicto.

Después de pasar tres días en el Parlamento Europeo y mantener una veintena de destacados encuentros políticos, puedo asegurar que allí se despacha la cuestión catalana con  desagrado y celeridad, como si fuera la gota que colma el vaso de la paciencia de los dirigentes europeos. “Tenemos serios problemas de finanzas, defensa y seguridad, la amenaza yihadista, la pesadumbre de la inmigración, el engorro del brexit, las trabas de Polonia y Hungría, el cerco de Putin por el Este y de Trump por el oeste… así que no es buen momento para que vengan los independentistas catalanes a tocarnos las narices”, frase textual (evidentemente “off  the record”) de uno de los 28 comisarios de la UE. Como el lenguaje diplomático es bien distinto, las dos partes en conflicto intentan aprovechar cualquier punto de inflexión en la voz de un declarante o, como sucedió la semana pasada con Juncker, se saca una frase de contexto para arrimar el ascua a sus respectivas sardinas.

El presidente de la Comisión Europea salió tocado de su escaño, con la espalda dolorida después de tres horas de debate, y cuando le enfocaron las cámaras televisivas dijo una frase equivoca, cogida al vuelo por el líder de ERC, Oriol Junqueras, que utilizó a su conveniencia. A preguntas de una periodista, Juncker vino a decir que la institución no interviene en los debates internos de un país, pero que se respetaría la decisión de Cataluña si algún día dijera a la independencia. Era solo una hipótesis, pero la frase fue manipulada hasta el punto de que los concernidos la interpretaron como un apoyo a cualquiera que fuese la decisión que tomaran los catalanes en el referéndum. Luego tuvo que aclarar que se refería a en caso de que se celebrara un referéndum reconocido por la legislación española. Pero el equívoco se expandió por la redes sociales y el 14 de septiembre el nombre de Juncker fue uno de los más citados en el buscador de Google desde España. Unos despachos más arriba, Antonio Tajani, presidente de Parlamento, insistía, con cierto tedio, en que una Cataluña independiente quedaría fuera de la UE, tendría que empezar de cero y pedir negociar un acuerdo comercial y el acceso al mercado interior. Y entonces, a la hora de sumar votos, habría que contar también con el de España. “¿Quién se imagina votando a favor a países como Francia o Bélgica, que tienen en su interior conatos independentistas?”, me comentaba un mandatario francés. Todos defienden la integridad territorial de España frente al desafío independentista, porque puede sentar un pésimo precedente.

Los independentistas necesitan apoyo interior y reconocimiento exterior, saben que tienen las leyes en contra, pero cuentan con el sentir general favorable al sagaz eufemismo del derecho a decidir. A medida que avanza el calendario y se agravan las tensiones, en medios periodísticos internacionales y en el propio Parlamento Europeo, consideran que la sobreactuación judicial no acabará con el conflicto y reclaman diálogo entre el Gobierno español y el de la Generalitat para encontrar una salida dentro de la legalidad. Y si no queda tiempo para el 1 de octubre, deben ir pensando en el día después.

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