El descontento

28 / 07 / 2016 Nativel Preciado
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Cuando no hay vías de escape el descontento se acumula y acaba explotando.

La otra tarde me perdí en la carretera que va desde Granada a Antequera, por lo mal que está señalizada la estación de Santa Ana, donde para el AVE procedente de Málaga. Solo hay un letrero imperceptible donde indica que debes hacer un giro brusco para tomar el camino de la estación que, para mayor dificultad, queda en sentido contrario. Es la única solución para coger el AVE desde Granada, una de las ciudades con más atractivo turístico-cultural del mundo. No hay más que ver los folletos turísticos que incluyen playas con clima subtropical, cimas nevadas donde practicar deportes de invierno, el legado de poetas y músicos ilustres y, por supuesto, el complejo palaciego de la época andalusí, La Alhambra, el monumento más visitado de España. La propaganda no dice una palabra de la pésima comunicación de la ciudad andaluza a la que el Ministerio de Fomento se comprometió a llevar la alta velocidad en 2015. A estas alturas no queda rastro del compromiso. No quisiera perderme en las promesas incumplidas del Gobierno de turno, porque mi queja va por otro camino. A varios viajeros les sucedió lo mismo que a mí, se perdieron y cogieron el tren en el último momento. Ya en ruta nos pusimos de acuerdo para denunciar ante Fomento la desastrosa señalización. La protesta inicial quedó diluida entre varios malestares añadidos. Un viajero de 80 años se quedó un buen rato encerrado en el aseo porque se bloqueó el sistema electrónico de apertura de la puerta. A la altura de Córdoba, el aire acondicionado dejó de funcionar. Los afectados, evidentemente, nos quejamos y pedimos explicaciones al personal. La única respuesta para ambos casos es que se trataba de una avería irreparable en este momento y nos indicaron los trámites (por cierto, nada fáciles) que deberíamos hacer para la reclamación al llegar a la estación Madrid Puerta de Atocha.

Todo esto sucedió el 18 de julio, a más de 40 grados al sol. Llegamos a nuestro destino sudorosos, agotados, arrastrando el equipaje por la terminal, y sin la menor gana de iniciar el largo camino de la protesta. Nos sometimos como corderos a la siguiente tortura de esperar el turno para coger el taxi, sin añadir más problemas a los ya acumulados, y algunos nos hicimos la vaga promesa de presentar la reclamación más adelante. Me limito a reseñarlo en estas líneas por si, casualmente, las leyera algún directivo de Adif o Renfe o Fomento o quien corresponda, y tuviera a bien, al menos, señalizar un poco mejor las indicaciones de la carretera. Lo cuento como síntoma de desánimo, escepticismo y decaimiento generalizado que nos invade. Confiamos poco en un sistema que pone todo tipo de obstáculos para escuchar el malestar colectivo y atender sus reivindicaciones. Y aunque nos gusta tener la fiesta en paz, cuando no hay vías de escape, el descontento se va acumulando hasta que el día mas inesperado explota y entonces nadie se lo explica.

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