Despertar del ‘shock’

07 / 07 / 2016 Nativel Preciado
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Desde el resultado del referéndum británico, los habituales fantasmas que recorren Europa se han multiplicado por diez. 

Desde el resultado del referéndum británico, los habituales fantasmas que recorren Europa se han multiplicado por diez. Me pedía González Pons, portavoz del PP en el Parlamento Europeo, que no mezclase el Brexit con los males que viene arrastrando la Unión Europea desde hace mucho tiempo, pero es inevitable establecer una relación, porque cada nuevo desastre amplifica los problemas. Populistas, xenófobos, ultranacionalistas y eurófobos de toda condición están esperando cualquier oportunidad para afianzar sus posiciones y ganar adeptos para su causa. Por eso, frente a la calma y la prudencia que reclaman algunos, quienes no lo dan todo por perdido reclaman firmeza y decisión contra los defensores del Brexit. Lo peor sería que obtuviesen ventajas de una negociación lenta o vacilante, y no solo ellos sino los que están al acecho, pendientes de colarse por cualquier resquicio que les permita convocar consultas similares para romper la maltrecha UE.

La rabia racista es el efecto más inmediato e indeseable que ha provocado el Brexit. A las pocas horas de conocer el resultado se producían en el Reino Unido sucesos dignos del Ku Klux Klan: cartas amenazantes en los buzones, insultos y amenazas a ciudadanos de otras nacionalidades, manifestaciones de la extrema derecha contra los inmigrantes. En Twitter se denunciaban escenas xenófobas como el intento de quitar el turbante a un ciudadano indio o los carteles que llenaron las calles de una pequeña localidad, cercana a la capital, con una penosa inscripción: “¡Dejad la UE. No más parásitos polacos!”. Se han desatado los bajos instintos contra la inmigración, algo inconcebible para los británicos y, en especial, para los londinenses tan acostumbrados a la multiculturalidad que han elegido este mismo año como alcalde al laborista Sadiq Khan, ciudadano británico de origen pakistaní.

A pesar de que la UE nunca estuvo peor, todavía hay esperanzas de recuperación y lo único bueno del portazo británico es que ha provocado un shock de tal magnitud que ha despertado del letargo a los dirigentes europeos. Muchos no eran conscientes de que la UE corría un serio riesgo geopolítico, económico y financiero, sin olvidar las malas consecuencias derivadas de la incapacidad para gestionar el problema de los refugiados y el peligroso ascenso de los partidos populistas xenófobos o abiertamente racistas. Quizá se haga bueno el refrán de no hay mal que por bien no venga y los burócratas de Bruselas sean capaces de renunciar a sus privilegios para, como ha dicho Alexis Tsipras, hacer del proyecto europeo algo atractivo para sus ciudadanos y tomar iniciativas de emergencia “para reemplazar la austeridad por el crecimiento, la división por la convergencia, el desempleo por empleo decente y las interminables reuniones a puerta cerrada por transparencia y democracia”. Ojalá algún día aquel sueño de varias generaciones se haga realidad.  

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