Capitalismo emocional

02 / 08 / 2017 Nativel Preciado
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Al poder le conviene controlar los estados de ánimo y lo hace a través de mensajes subliminales.

Ya dijo Pascal Bruckner que hemos pasado de la felicidad como derecho a la felicidad como imperativo. Añadiría que en esta época estival nos sentimos aún más obligados a ser felices. Autores muy diversos se han rebelado contra la imposición de esa exigencia casi enfermiza de buscar la felicidad a toda costa. Barbara Ehrenreich escribió con gran acierto sobre la tiranía del pensamiento positivo, del que aún seguimos arrastrando múltiples secuelas. Una de las más molestas es creernos culpables en caso de no alcanzar ese objetivo. Muchas personas se asfixian ante la imposibilidad de compartir momentos concretos de tristeza o decaimiento, a no ser que tengan medios para pagar la consulta de un profesional.

La otra tarde me contó un taxista la angustia que le producía no poder hablar con nadie sobre los detalles de su traumático divorcio. Su madre le rogaba que no le amargase la vida con esas historias y los amigos le esquivaban cada vez que intentaba referirse al dolor que le causaba la actitud de su ex y la penosa separación de su hijo de 2 años. En el centro de salud le dijeron que no tenía derecho ni a psicólogo ni a psiquiatra, y le prescribieron un ansiolítico para que se calmase un poco y pudiera dormir. Después de desahogarse conmigo y pedirme las correspondientes disculpas, el pobre hombre me confesó que se sentía culpable por un doble motivo: divorciarse y, además, estar tan triste.

La gente de su entorno le decía que ya estaba bien, que resultaba ridículo, pues ya iba siendo hora de que superase la tristeza. Me pregunto cuál es el origen de esta servidumbre y encuentro la respuesta en un libro muy aclamado de William Davis, La industria de la felicidad, donde explica quién se beneficia de nuestra euforia permanente. Sostiene que la búsqueda de la felicidad ha sido aprovechada por Gobiernos, partidos y grandes empresas para manipular a la sociedad en vez de satisfacer sus necesidades. La consigna de lo que el autor llama capitalismo emocional podría ser: “Sé positivo y olvídate de tus problemas”. Porque el objetivo de los poderosos no es, como proclaman, solucionar los problemas de la gente y atender sus necesidades sociales, sino fomentar el consumismo, la obediencia social y dar prioridad a la competición por delante de la cooperación. Les conviene controlar los estados de ánimo y lo hacen por medio de múltiples mensajes subliminales, sobre todo, a través de las redes sociales; siempre será mejor para el poder tratar con personas contentas y supuestamente satisfechas, que enfrentarse con una masa de indignados. Todo nos anima a olvidar el malestar y disfrutar del momento, porque es el mejor camino para volvernos conformistas y no protestar. A través de un minucioso recorrido histórico que inicia a mediados del siglo XVIII, Davis afirma que el fomento de la industria de la felicidad es un objetivo irrenunciable para satisfacer las necesidades productivas del sistema capitalista. Sospecho que el camino es infinito, porque como decía Gaston Bachelard, lo superfluo domina sobre lo necesario, al igual que lo gastronómico sobre lo alimenticio. Y es que los humanos somos más creación del deseo que de la necesidad.

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