Bandera azul

09 / 08 / 2017 Nativel Preciado
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El mar es el 71% de la superficie de la Tierra, es una aberración utilizarlo como si fuera un inmenso cubo de basura.

Llevo unos días disfrutando de una playa con bandera azul y, sin embargo, cada vez que me baño en el mar tropiezo con algún plástico. Imagino que si esto sucede en un lugar vigilado y supuestamente limpio, cómo estará el resto del Mediterráneo. Aunque no hace falta imaginar, porque se sabe a ciencia cierta que la salud del mar se encuentra en estado crítico. Hasta los más incrédulos saben que los desechos de plástico inundan los océanos (es probable que en 2050 haya en ellos más plástico que peces) pero meten la cabeza debajo del ala cuando les informan de sus letales consecuencias, por ejemplo, que unos cien mil mamíferos marinos han muerto al tragarlos. El agua cubre tres cuartas partes de la Tierra, aporta casi la mitad del oxígeno que respiramos y absorbe un cuarto del dióxido de carbono (CO2) que producimos. Ensuciar el océano supone una amenaza global.

Puede que los escépticos o los negacionistas militantes, como el tozudo e ignorante Donald Trump, no se sientan amenazados por la extinción de ciertas especies, el deterioro de los arrecifes de coral en las Maldivas o la subida del nivel del mar, aunque empiece a tragarse algunas islas del Pacífico. No saben que en el agua hay, además, pesticidas, herbicidas, fertilizantes, detergentes, petróleo y residuos orgánicos que pueden entrar en la cadena alimentaria humana.

Tampoco entienden que el agua esté relacionada, no solo con la contaminación, sino con las guerras, las migraciones y la pobreza. Quizá les afecte cuando se intoxiquen al comer peces contaminados por el abuso de fertilizantes, restos de fósforo y nitrógeno o comprueben en sus propias ciudades costeras cómo aumenta el nivel del mar. En las próximas décadas un 40% de la población padecerá escasez de agua. Si consultan la web de Greenpeace verán que, lamentablemente, todos estos desastres ya están sucediendo.

En la primera Conferencia de los Océanos, organizada por Naciones Unidas el pasado junio, se han recogido numerosas iniciativas medioambientales, tales como reducir el uso del plástico, no arrojar las redes de pesca abandonadas o acabar con la contaminación acústica que desorienta a determinadas especies. En dicho encuentro se ha propuesto también firmar acuerdos internacionales con el objetivo de proteger la biosfera que afecta a todos.

Hay que tomar conciencia de que el mar supone el 71% de la superficie del planeta y que es una aberración utilizarlo como si fuera un inmenso cubo de basura. Solo tres ejemplos del mal uso cotidiano: el plástico tarda 500 años en desintegrarse; una pila alcalina mal desechada puede contaminar hasta 175.000 litros de agua; y un litro de aceite usado, cuando se arroja por el desagüe, contamina cien mil litros de agua y forma una película viscosa que asfixia a los peces. Sé que se necesitan cambios a nivel global para resolver los problemas más graves, sin embargo, si cada uno de nosotros respetáramos las normas más elementales, podríamos evitar daños irreversibles. Soy de las que sigue creyendo que gota a gota se hace un mar. Para quienes todavía puedan disfrutar del mar y sus playas, pasen un feliz verano.

Llevo unos días disfrutando de una playa con bandera azul y, sin embargo, cada vez que me baño en el mar tropiezo con algún plástico. Imagino que si esto sucede en un lugar vigilado y supuestamente limpio, cómo estará el resto del Mediterráneo. Aunque no hace falta imaginar, porque se sabe a ciencia cierta que la salud del mar se encuentra en estado crítico. Hasta los más incrédulos saben que los desechos de plástico inundan los océanos (es probable que en 2050 haya en ellos más plástico que peces) pero meten la cabeza debajo del ala cuando les informan de sus letales consecuencias, por ejemplo, que unos cien mil mamíferos marinos han muerto al tragarlos. El agua cubre tres cuartas partes de la Tierra, aporta casi la mitad del oxígeno que respiramos y absorbe un cuarto del dióxido de carbono (CO2) que producimos. Ensuciar el océano supone una amenaza global.Puede que los escépticos o los negacionistas militantes, como el tozudo e ignorante Donald Trump, no se sientan amenazados por la extinción de ciertas especies, el deterioro de los arrecifes de coral en las Maldivas o la subida del nivel del mar, aunque empiece a tragarse algunas islas del Pacífico. No saben que en el agua hay, además, pesticidas, herbicidas, fertilizantes, detergentes, petróleo y residuos orgánicos que pueden entrar en la cadena alimentaria humana. Tampoco entienden que el agua esté relacionada, no solo con la contaminación, sino con las guerras, las migraciones y la pobreza. Quizá les afecte cuando se intoxiquen al comer peces contaminados por el abuso de fertilizantes, restos de fósforo y nitrógeno o comprueben en sus propias ciudades costeras cómo aumenta el nivel del mar. En las próximas décadas un 40% de la población padecerá escasez de agua. Si consultan la web de Greenpeace verán que, lamentablemente, todos estos desastres ya están sucediendo. En la primera Conferencia de los Océanos, organizada por Naciones Unidas el pasado junio, se han recogido numerosas iniciativas medioambientales, tales como reducir el uso del plástico, no arrojar las redes de pesca abandonadas o acabar con la contaminación acústica que desorienta a determinadas especies. En dicho encuentro se ha propuesto también firmar acuerdos internacionales con el objetivo de proteger la biosfera que afecta a todos. Hay que tomar conciencia de que el mar supone el 71% de la superficie del planeta y que es una aberración utilizarlo como si fuera un inmenso cubo de basura. Solo tres ejemplos del mal uso cotidiano: el plástico tarda 500 años en desintegrarse; una pila alcalina mal desechada puede contaminar hasta 175.000 litros de agua; y un litro de aceite usado, cuando se arroja por el desagüe, contamina cien mil litros de agua y forma una película viscosa que asfixia a los peces. Sé que se necesitan cambios a nivel global para resolver los problemas más graves, sin embargo, si cada uno de nosotros respetáramos las normas más elementales, podríamos evitar daños irreversibles. Soy de las que sigue creyendo que gota a gota se hace un mar. Para quienes todavía puedan disfrutar del mar y sus playas, pasen un feliz verano. —

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