Adiós a los extraterrestres

25 / 07 / 2017 Luis Algorri
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Con los extraterrestres acabará un artilugio que, en nuestras vidas, ha sustituido al alma: el teléfono móvil.

El Canal Historia, hace no muchos años, era una animosa cronopiada en la que se esforzaban en contarte lo que dice el título: la historia del mundo. A veces con muy pocos medios, pero se les notaba la buena intención. Para contarte la conquista de la Galia, salían ocho romanos corriendo de un seto a otro con mucha presteza; luego aparecían otros ocho galos corriendo en sentido contrario. Estaba claro que los actores eran los mismos, pero la idea se entendía.

Ahora ese canal se dedica, muy mayoritariamente, a convertir en presunto espectáculo la compraventa de chatarra (El precio de la Historia) y a hablar una y otra vez de los extraterrestres que están entre nosotros. Salen unos supuestos expertos y aseguran que sí, que los hombrecillos verdes y de ojos saltones andan por todas partes, asustan a los pilotos de los aviones, los captan los radares y... cualquier día aparecerán, mohínos y cabizbajos, en la cola del paro, porque a esa manía de tomar a la gente por imbécil le queda, por fuerza, muy poco tiempo. Acabará con ella un artilugio que ha sustituido en nuestras vidas a lo que desde hace cientos de años hemos llamado alma: el teléfono móvil.

Estos programas, como tantos, viven de la credulidad de las buenas gentes y de las ganas que tienen muchas personas –las razones son muy variadas– de creer en brujas, trasgos, cuentos y apariciones. Es decir, de creer en lo que se sale de lo normal, de lo cotidiano, de lo demostrable y... aburrido.

Por esa razón, en los programas de extraterrestres se recurre siempre a la misma estratagema: se ofrecen imágenes borrosas, de ínfima calidad, tomadas por presuntos aficionados que casualmente pasaban por allí y acertaron a sacar la cámara. ¿Y dónde la sacaron? Pues donde se suelen dejar ver los extraterrestres, que es siempre en la quinta puñeta: bosques, descampados, playas desiertas en días nublados, lugares lejanísimos y apenas poblados. Es curioso que lo mismo haga siempre la Santísima Virgen, que, cuando ha tenido a bien bajar a la tierra para decir esto o lo otro, solo se aparecía a pastorcillos, niños más o menos avispados o señoras de pueblo que ponían los ojos en blanco con muchísimo salero (recuerden la película Los jueves, milagro, de Berlanga); jamás se ha corporeizado Nuestra Señora ni ha danzado el sol en la Cibeles, en la playa de Benidorm una tarde de agosto, en el Bernabéu durante un clásico ni en la plenaria de la Conferencia Episcopal, con el éxito de crítica y público que eso habría tenido.

Pues con los extraterrestres ocurre igual. Se aparecen nada más que donde hay tres paisanines con una cámara de mierda que jamás enfoca como es debido ni se está quieta, con lo cual nunca sabes si lo que sale en la pantalla es una nave de Krypton o la famosa tetera de Bertrand Russell.

Eso tiene los días contados. Ahora, cualquiera de ustedes lleva en el bolsillo un móvil con una cámara de 12 megapíxeles, una abertura de f/1.7, estabilizador óptico y autoenfoque láser híbrido. Prácticamente todo lo que pasa en el mundo (incluidos los descampados) es impecablemente grabado por un chaval con el sánsun o el aifone. Dentro de nada, ya no va a haber quien se crea las imágenes de platitos de café pegados a un hilo y desenfocadas a propósito. Y la Madre del Salvador se lo pensará dos veces antes de arriesgarse a que la inocente pastorzuela le pida que se haga un selfi con él para colgarlo en Facebook. Así que el Canal Historia tendrá que volver a sacar a los ocho romanos reversibles. Y dejaremos de sentir que nos toman por idiotas. Estupendo.

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