Lorca en Nueva York

18 / 05 / 2017 Juan Bolea
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La ciudad iba captando el espíritu del poeta, y Federico, el alma de Nueva York.

Foto: Biblioteca virtual Miguel de Cervantes

La nueva edición de Poeta en Nueva York de Federico García Lorca que acaba de lanzar la editorial Reino de Cordelia, ofrece al lector, al menos, dos adicionales atractivos a sus geniales poemas: las ilustraciones de Fernando Vicente y la reproducción de las cartas que Lorca escribió a sus padres desde su habitación en la Universidad de Columbia, donde residió nueve meses.

Era la primera vez que Federico salía de España. El 28 de junio de 1929, tras ver la estatua de La Libertad, su carta a Granada reflejaba emoción: “Aquí me tenéis en New York... Yo estoy contentísimo, saboreando alegría... La llegada a esta ciudad anonada pero no asusta... París y Londres son dos pueblecitos si se les compara con esta Babilonia trepidante y enloquecedora”.

Meses después, en septiembre, ya aclimatado, epistolarmente reportaba: “Queridísimos padres: he hecho mi veraneo. Después de dejar a Cummings, me fui con Ángel del Río y allí estuve unos días deliciosos. Por las mañanas estudiaba inglés y por las tardes trabajaba... Con estos buenos amigos lo he pasado muy bien. Ellos son mi familia aquí. La mujer de Ángel me cose, me arregla las corbatas, todo...”.

La ciudad iba captando el espíritu del poeta, y Federico, el alma de Nueva York. Inspirado, versificaría: “Los primeros que salen comprenden con sus huesos / que no habrá paraíso ni amores deshojados; / saben que van al cieno de números y leyes, / a los juegos sin arte, a sudores sin fruto”. Versos de “La aurora” que no son ya los de El Romancero gitano. Atrás quedaron Góngora y la copla,  los nardos y los gitanos, las enlutadas mujeres del Sur.  Las vanguardias u otro Federico habían borrado todo resto de tradición, de la misma manera que Nueva York seguía creciendo no como una flor nueva, sino como una flecha de acero.

Hay algo frío y metálico, oscuro y druídico en Poeta en Nueva York. Los símbolos sustituyen a las navajas, el humo al perfume, el dolor al fuego, y en vez de guardias civiles presentimos espíritus rondando la lucidez de un poeta ensimismado, aunque buscara la música, la fiesta. 14 de julio: “Visité el barrio negro, donde vi cosas sorprendentes... Los negros cantaron y danzaron, ¡qué maravilla de cantos! Solo se puede comparar con ellos el cante jondo... Yo me senté en el piano y también canté...”. De aquella experiencia en Harlem surgió “Norma y paraíso de los negros”: “Aman el azul desierto, / las vacilantes expresiones bovinas, / la mentirosa luz de los polos, / la danza curva del agua en la orilla”. Otro día, Federico oyó que el mundo se venía abajo y corrió a Wall Street, al crack. “Estuve más de siete horas entre la muchedumbre en los momentos del gran pánico financiero. No me podía retirar de allí. Los hombres gritaban y discutían como fieras y las mujeres lloraban”.

Lorca en la cima del mundo. Genio y catarsis.

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