Terremoto Arrimadas y tsunami independentista...

26 / 12 / 2017 José Oneto
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El único programa que ha presentado Puigdemont ha sido insistir en que tiene que volver a ser presidente de la Generalitat, mientras jugaba al ratón y al gato.

Inés Arrimadas, la candidata de Ciudadanos, ha sido la ganadora de las elecciones del pasado jueves convocadas por el presidente del Gobierno español tras la intervención de la autonomía catalana, después de la celebración de un referéndum ilegal y de la declaración unilateral de independencia. El triunfo espectacular de Arrimadas, que le ha sacado tres escaños y más de 160.000 votos a la lista del expresidente Puigdemont, ha sido un triunfo agridulce, porque el independentismo ha vuelto a conseguir mayoría absoluta y será investido presidente de la Generalitat quien se fue hace unas semanas a Bélgica como presidente de la República catalana en el exilio.

Ese presidente, Carles Puigdemont, que en su primera intervención tras los resultados oficiales insistió en que había vencido a la monarquía del artículo 155, ha venido haciendo una campaña a través de un plasma de televisión y ha conseguido imponerse a Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), con lo que lo más probable es que sea reelegido con el apoyo de los antisistema de la CUP. Así, es posible que se presente en Barcelona a la toma de posesión, según ha venido prometiendo durante la campaña.

El Partido Popular de Cataluña se ha visto relegado como última fuerza política, con solo tres diputados. Un auténtico desastre no solo para Xavier García Albiol, sino para el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que habría sido el gran derrotado de esta historia que parece interminable.

Las elecciones de este jueves han sido, sin duda, unas elecciones históricas en las que, por primera vez, los constitucionalistas han hecho todo lo posible por terminar con el llamado procés iniciado en 2015. En esta ocasión la mayoría de independentistas han tenido que elegir, esta vez por separado, a diferencia de las anteriores elecciones, entre dos partidos que, prácticamente, defienden lo mismo. Sin embargo, en esta ocasión, el más radical, ERC, es el que públicamente ha renunciado a la unilateralidad y ha apostado por un diálogo con el Estado; mientras el más moderado, el que tiene como candidato al expresidente Puigdemont, es el que defiende el desarrollo de la República catalana declarada el 27 de octubre. Sorprendentemente, y en contra de todas las encuestas, ha sido el verdadero ganador, ya que probablemente será el que, con el apoyo de la CUP, vuelva a ser elegido presidente de una Generalitat que, en estos momentos, no se sabe si la dirigirá desde el exilio de Bruselas o si, por el contrario, volverá a Cataluña (como ha prometido) a tomar posesión y será detenido, ya que existe orden contra él.

Las diferencias entre los antiguos aliados de Junts pel Sí se han producido, entre otras cosas, por una progresiva radicalización de Puigdemont, que siempre ha mantenido unas malas relaciones con su vicepresidente, Oriol Junqueras. A lo largo de la campaña, los dos han explotado sus situaciones personales. Uno, su exilio dorado en Bruselas. El otro, su encarcelamiento en la prisión de Estremera, desde donde se ha dirigido a sus partidarios recordando que unos están en la calle en Bruselas y él está en la cárcel. Al final ha sido el que está en la calle el que ha ganado a quien sigue en prisión.

Es verdad que, por primera vez en unas autonómicas, el Parlament partía de una mayoría absoluta del independentismo (72 escaños, cuatro más de esa mayoría) aunque las candidaturas independentistas no consiguieron la mayoría de votos (47,78%) y, por lo tanto, no ganaron el plebiscito en el que querían convertir esas elecciones. Sin embargo, pudieron continuar su hoja de ruta hacia la independencia, si bien el resultado electoral no les dio en 2015 legitimidad suficiente para encarrilar este proceso ante la comunidad internacional. Todo ello aparte de problemas jurídicos y otros que han surgido a raíz de una declaración unilateral de independencia (DUI), desde un Parlamento autonómico en el que ha sido marginada la oposición con toda clase de argucias legales, algunas de ellas invalidadas por el Tribunal Constitucional.

Ni siquiera el más imaginativo de nuestros novelistas de ficción hubiera imaginado que se podría declarar la República catalana, que el que se autodenomina presidente de esa república en el exilio se escapase de Cataluña escondido en los maleteros de varios vehículos que se turnaban, ayudado por los Mossos d’Esquadra, y apareciese en Bélgica para denunciar la represión del régimen y la toma de las calles por la extrema derecha. Como un dato más de esa ficción, que hubiera rechazado cualquier editor, el causante de la increíble  trama volvía a ser reelegido.

Mucho menos podía nadie imaginarse que el eternamente indeciso presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, especialista en dejar que los problemas se pudran o se solucionen solos, se iba a atrever a intervenir la autonomía, disolver el Parlament y destituir al presidente de la Generalitat y a su Govern, mientras la autoridad judicial les mandaba a prisión. Una parte de este Govern y los presidentes de la Asamblea Nacional de Cataluña (ANC) y de Òmnium Cultural han tenido que hacer la campaña desde la cárcel.

Una situación insólita, donde el único programa de Puigdemont ha sido insistir en que tiene que volver a ser presidente de la Generalitat, mientras jugaba al ratón y al gato, presumiendo de que se presentaría a votar en su colegio electoral de Gerona a cerrar la campaña o el mismo día de la votación. Al final pudo más el miedo a ser encarcelado que la dignidad de considerarse presidente de la República catalana en el exilio, algo que ha venido repitiendo como un mantra, creyéndose que pasará a la historia como un héroe y no como un traidor, como en algún momento del complicado procés, en el que frenó la convocatoria de elecciones que hubiera evitado la intervención de la autonomía. Pero no, perdió la autonomía y la independencia. Ahora recuperara la autonomía y la presidencia de la Generalitat, de la que es posible que tome posesión, y regrese a Barcelona, como ha venido repitiendo, a pesar de que está en vigor una orden de detención por parte de la Sala Segunda del Supremo.

No deja de sorprender que, todavía, los tres partidos independentistas (Esquerra, Junts per Catalunya y la CUP) sigan (más o menos disimuladamente y condicionados solo por las investigaciones judiciales) con el procés, que ha estado a punto de llevar a Cataluña a la ruina y que seguirá teniendo unos efectos económicos desastrosos sobre su economía.

Un procés sin corregir lo más mínimo y aumentado, en el que quien ya ha designado candidata por ERC a la presidencia, Marta Rovira, ha exigido la vuelta a su puesto del exjefe de los Mossos, Josep Lluís Trapero, imputado por delitos de rebelión, sedición y desobediencia; la libertad de los llamados “presos políticos”, la apertura de todas las embajadas cerradas por el Gobierno central y la potenciación de una Agencia Tributaria propia. Es decir, más de lo mismo, pedido además por una candidata que ha tenido que ser retirada de algunos debates electorales por su escaso nivel y por su falta de talla política. Sin embargo, todo ha cambiado con el inesperado triunfo de Puigdemont, aunque la gran triunfadora de la jornada en votos y en escaños hayan sido Inés Arrimadas y su partido, Ciudadanos.

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