“Mariano, ¡qué buen día para dejar la política!”

02 / 12 / 2016 José Oneto
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La súbita muerte de Barberá ha supuesto un auténtico shock para el presidente Rajoy, que le debe parte de su carrera política, y para todo el PP, que la abandonó e intenta ahora lavar su mala conciencia.

Cuentan en La Moncloa que el miércoles 23 de noviembre fue uno de los días más tristes del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y eso que ha vivido a lo largo de estos cinco años todo tipo de situaciones, problemas y conflictos. Esa mañana, al enterarse, muy a primera hora, de que Rita Barberá había muerto de un infarto de miocardio en una habitación del hotel Villa Real, enfrente mismo del Congreso de los Diputados, fue para él como una descarga eléctrica que le produjo un shock del que tardaría varios días en salir.

Hacía solo 48 horas que había hablado con ella, poco antes de que entrase en la sala del Tribunal Supremo donde iba a prestar declaración ante el juez Cándido Conde Pumpido por uno de los flecos del caso Taula, un escándalo relacionado con la financiación ilegal del PP por el que estaba siendo investigada por la Guardia Civil y la Fiscalía Anticorrupción por blanqueo de capitales: ella, y toda la corporación valenciana, habría donado mil euros al partido y le habrían devuelto dos billetes de quinientos. Entre todos los casos de corrupción de una comunidad autónoma que ostenta el triste récord de abusos, fechorías y corrupción, el suyo no era el más grave, pero se producía en plenas conversaciones para la investidura presidencial y Ciudadanos pedía a Rajoy transparencia y, sobre todo, regeneración política para darle su voto.

Para él, que debía parte de su carrera a Barberá, ya que fue ella la que más luchó en el congreso de Valencia de 2008 para que no le moviesen la silla del liderazgo del partido y de la candidatura a la Presidencia del Gobierno, y la que le consiguió varias mayorías absolutas en Valencia, suponía un calvario pedirle que dejara el escaño en el Senado. No se atrevió y fueron los vicesecretarios del partido quienes dejaron abonado el terreno a la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, que tampoco quería asumir esa responsabilidad, para convencerla de que, en ese momento, era la única salida, ya que estaba en juego la elección del presidente del Gobierno y el desbloqueo de la situación política. Se negó hasta el final, y abandonó voluntariamente el partido, antes de que la expulsasen, para pasarse al Grupo Mixto del Senado, donde su presencia se convirtió, en ocasiones, en todo un espectáculo mediático.

Ese miércoles, la noticia de su muerte había dejado confuso y afectado al presidente. No sabía si habían actuado bien o mal. Pero algo grave ocurría cuando le había llamado su propia hermana y le había dicho: “Mariano, ¡qué buen día para dejar la política!”. La política, en efecto, era dura, cada vez más ingrata, y la muerte de Barberá (Valencia, 1948), senadora por la Comunidad Valenciana, alcaldesa de Valencia durante 24 años, con cinco mayorías absolutas y dedicada casi toda su vida al partido, era un mazazo al PP que, probablemente, no le había mostrado el afecto que necesitaba en esos momentos.

Era soltera, vivía sola, su familia, además de su hermana y de su sobrina, era el partido. Rajoy había tenido que convencerla para que aceptase ir de candidata en las últimas elecciones municipales. Ella se había dado cuenta de que estaban cambiando las cosas, de que en los mercados, los mismos que la aclamaban ahora le volvían la espalda y le gritaban lo que ella creía que eran consignas contra la corrupción. Pero no eran consignas, era la reacción espontánea de la ciudadanía a los numerosísimos casos de corrupción que estaban terminando con el partido.

En esas municipales de 2015 fue de nuevo la más votada, pero no logró la mayoría absoluta que necesitaba para conservar la alcaldía y sus adversarios de Compromís la desplazaron del poder después de casi un cuarto de siglo. Perdió la alcaldía y además vinieron los problemas: las investigaciones de la Guardia Civil y de la Fiscalía Anticorrupción, que llegó a calificar al PP valenciano de “banda criminal organizada”. Se vio salpicada por los gastos desordenados de sus años de alcaldesa, los problemas de empresas públicas como Imelsa y, sobre todo, la financiación ilegal del partido mientras salían a relucir todo tipo de irregularidades en el manejo público de la alcaldía. Ella se resistió, proclamó su inocencia, acreditó que no tenía bienes ni se había enriquecido, insinuando indirectamente que si se habían producido irregularidades había sido en beneficio del partido. Su casa se convirtió en una feria en la que muchos participaban para insultarla. Dejó de salir a la calle, sus compañeros de militancia empezaron a negarle hasta el saludo, y cayó en una profunda depresión de la que intentó salir con un fuerte tratamiento psiquiátrico.

Pero aún siendo profunda la depresión y duro el tratamiento, el problema de Barberá era la soledad en la que le habían dejado sus compañeros de partido que, tras su muerte, para lavar sus conciencias abrían ese debate sobre la pena de telediario cuando la verdadera pena era contemplar los telediarios rebosantes de casos de corrupción. Esa mala conciencia llegó al extremo de Rafael Hernando, portavoz del PP, de justificar la salida de Barberá del partido, simplemente para protegerla de las “hienas mediáticas”. Todo un despropósito para no reconocer que él y los vicesecretarios, ante la actitud de Rajoy de pasar a un segundo plano, tuvieron que forzar su salida del partido y su renuncia al escaño para pasar al Grupo Mixto, y facilitar así la investidura de Rajoy. En ese contexto es en el que hay que entender la frase de la hermana de Mariano Rajoy: “¡Qué buen día para dejar la política!”.

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