Las investiduras y el juego de las cartas marcadas

09 / 09 / 2016 José Oneto
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Unos quieren ganar tiempo, otros repartir responsabilidades... pero ninguno de los protagonistas de los debates y las votaciones de investidura juega a lo que dice que juega.

La semana pasada, tras el fracaso de la investidura del actual presidente en funciones, Mariano Rajoy, en primera y segunda vuelta, comenzaba a correr el reloj de lo que, de momento, parece inevitable: la celebración de nuevas elecciones generales, las terceras, para intentar salir del bloqueo político en el que se encuentra el país desde que, en octubre del año pasado, Rajoy disolvió el Parlamento. Así, después de 320 días con un Gobierno en funciones, que no está respetando lo que deben ser las reglas de la interinidad, nos encontramos con que cada uno va a lo suyo, que juegan todos con las cartas marcadas.

Confiando en lograr en septiembre el apoyo parlamentario para una investidura que en su momento rechazó o declinó, (ver la Crónica: “Cuando llegue septiembre” en el número 1.670 de TIEMPO), Rajoy pasaba la semana pasada el debate con todos los grupos políticos sin conseguir ni la mayoría absoluta, ni la relativa. Sus 170 votos (137 de su partido, 32 de Ciudadanos y el de Coalición Canaria) eran insuficientes para pasar el corte de la investidura en la primera votación, porque el PSOE se pronunciaba por un No a pesar de todas las presiones.

En esta ocasión, su secretario general, Pedro Sánchez, se enrocaba más y más y volvía a repetir por enésima vez el No, sin admitir ninguna otra salida, ignorando a quienes, dentro de su partido, le vienen pidiendo que debata, que reflexione, que busque una salida en la que el PSOE no aparezca ante los ciudadanos como el único culpable de provocar las elecciones de Navidad. Pero no, todo parece inalterable desde que en el debate televisivo del pasado diciembre, Sánchez le echó en cara a Rajoy que el presidente del Gobierno de España tenía que ser una persona “decente” y añadió: “Y usted no lo es”.

Desde entonces nadie le ha podido convencer para que recapacite y debata la posibilidad de cambiar de opinión y permita la formación de un Gobierno estable como viene pidiendo Bruselas. Ni Felipe González, exsecretario general del PSOE y que fue presidente del Gobierno durante 14 años; ni su antecesor en la secretaría general del partido y ocho años al frente del Ejecutivo, José Luis Rodríguez Zapatero; ni socialistas históricos como Alfonso Guerra, José Bono, Julián García Vargas, Nicolás Redondo Terreros o José Luis Corcuera, que, de una forma u otra, han pedido la abstención en una segunda votación para evitar nuevas elecciones.

Ni siquiera hizo el menor efecto el Manifiesto a los diputados electos, entre cuyos firmantes se encontraban seis exministros socialistas (Javier Solana, Joaquín Almunia, Mercedes Cabrera, José María Maravall, Tomás de la Quadra-Salcedo y César Antonio Molina) e intelectuales de prestigio que piensan que “no es razonable convocar de nuevo a los españoles a las urnas”. O la postura de dirigentes cercanos al propio Sánchez, como Josep Borrell, Jordi Sevilla, o los barones Guillermo Fernández Vara, Emiliano García Page o Ximo Puig. Nadie ha conseguido de Sánchez que aparque ese No.

Ahora, tras el fracaso de Rajoy, y ante la posibilidad de un nuevo intento de investidura del presidente en funciones, tras las elecciones vascas y gallegas, hay posibilidad de que vuelva a reunirse el Comité Federal del partido. Para los críticos de Sánchez, el Comité Federal tendría que anular esa línea roja en contra de Rajoy y de cualquier otro candidato del PP. Sobre todo, después de que Felipe González, el mismo día de la frustrada investidura, propusiese que el PP buscase otro candidato ya que Rajoy es el más votado pero, también, el más vetado. Sorprendentemente, era la misma propuesta que presentaba el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, poco antes de la votación final y tras anunciar que su pacto con el PP no tenía vigencia para otra posible investidura que intentase Rajoy, y que provocó una intervención del portavoz popular, Rafael Hernando (el mismo que calificaba el pacto de su partido con Ciudadanos como “el inicio de un gran amor”) tan dura contra Rivera que le cambió la cara a Rajoy, hasta el punto de que envió a la vicepresidenta a la bancada de Ciudadanos, temiendo, incluso, un No por parte de la formación naranja que le hubiera dejado compuesto, sin novio y con 137 escasos votos. Todo un espectáculo para tejer y destejer, para volver empezar, a la espera de unas terceras elecciones.

Ahora, el espectáculo ha cambiado de protagonistas, que a partir de esta semana serán Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera, para lo que parece que es la formación de un Gobierno imposible: PSOE-Podemos (156 votos, 14 menos que los del frustrado intento de Rajoy), con la abstención de Ciudadanos. Podemos y Ciudadanos son incompatibles, Podemos sigue con su operación Sorpasso y defendiendo posiciones soberanistas, que son líneas rojas para el Comité Federal del PSOE, y Sánchez intenta, por todos los medios, no aparecer ante la ciudadanía como el único responsable de unas nuevas elecciones.

Estamos ante el juego de las cartas marcadas, en el que ninguno de los jugadores está realmente jugando a lo que dice que juega: o a ganar tiempo, o a repartir responsabilidades si hay que celebrar nuevas elecciones o a buscar una solución que todos saben que es imposible y que ya se intentó.  

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