La tragedia catalana, como la historia, se repite…

06 / 10 / 2017 José Oneto
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Rajoy ha actuado con una lentitud pasmosa, sin valorar la situación y pensando que el suflé nunca llegaría a donde ha llegado. Cuando decida, será tarde.

Decía Karl Marx que “la historia se repite, primero como tragedia, después como farsa”. Y no solo es verdad, sino que puede demostrarse en la aventura política en la que nos han metido los independentistas catalanes para repetir un episodio dramático de la historia, como fue la declaración del presidente de la Generalitat Lluís Companys en octubre de 1934, uno de los episodios más dramáticos  y tristes de la convulsa historia de la España que desembocó en una Guerra Civil, seguido de una dictadura de cuarenta años con  la que desaparecieron las libertades.

Hubo ya un primer intento de secesión en 1931 con la proclamación de la República, algo que aprovechó Companys no solo para aclamarla, sino que dio un paso más al proclamar la “República catalana”, primer problema con el que tuvo que enfrentarse el Gobierno de Madrid. Aquello se recondujo con un Estatuto de autonomía en 1932 , que encontró numerosas dificultades porque sobrepasaba las competencias de la Constitución de la República pero, que al fin, fue aprobado por gran mayoría. Se celebraron elecciones regionales, ganó ERC y accedió a la presidencia de la Generalitat Lluís Companys, uno de cuyos planes era la aprobación de una reforma agraria que intentó plasmar en una ley de cultivo que el Gobierno central recurrió ante el Constitucional.

Ochenta y tres años más tarde en una noche lluviosa del 1 de octubre de 2017, otro presidente de la Generalitat no elegido en las urnas, Carles Puigdemont, que había convocado un referéndum suspendido por el Tribunal Constitucional comparecía, junto con todo su Gobierno en el Palau de la Generalitat, para anunciar que al día siguiente convocaría el Pleno del Parlament para después de 48 horas, tras conocerse los resultados de la consulta, proclamar la independencia de Cataluña.

Lo que él llamaba referéndum era un simulacro de consulta, igual que la que se hizo el 9 de noviembre de 2014 que no reunía las mínimas condiciones democráticas, pero que sentimentalmente fue potenciada por la actuación de la Policía y la Guardia Civil, que cumpliendo la orden judicial de retirar las urnas y ocasionaron cerca de 800 heridos.

Mientras Puigdemont aseguraba que la “violencia policial del Estado español” justificaba, por sí sola,  la declaración unilateral de independencia, añadía  que la Unión Europea debía intervenir tras las cargas policiales que han impedido votar a “ciudadanos pacíficos”. El president acababa con el único argumento de que  la “violencia policial” ante un pueblo indefenso era la respuesta a las  demandas legítimas de los catalanes .

“La respuesta del Estado ha sido la de siempre: violencia y represión y esto –repetía–, se ha acabado”. Horas más tarde el portavoz del Govern daba los datos del peculiar referéndum: se contabilizaban 2.262.424 votos, sobre un censo  de 5.343.358 personas (el 42%). La participación sería así inferior a la del 9-N en la que votaron 2,3 millones de personas. La abstención alcanzaría el 58% del total y sería mayoritaria, según las propias cifras de la Generalitat.

Siempre según estos resultados, el a la independencia tuvo el pasado domingo un triunfo apabullante entre la minoría que acudió a votar. El 90% de las papeletas avalan la secesión (2.020.144), pero representan solo el 37,8% del supuesto censo (un porcentaje inferior, el 36,6%, si se calcula con el último censo electoral legal validado en Cataluña y menos de un 27% de la población, pues los extranjeros y los menores no tenían derecho a voto).  El No logró 176.666 votos, un 7% del total, según el recuento del Govern. El 0,89% de los votos han sido nulos y en blanco, el 2% (45.686).

A partir de ahí confusión. Imposición por parte de la CUP, el partido antisistema que es el que realmente está liderando este proceso, de una huelga general (anunciada por la diputada Anna Gabriel antes de que se produjese ningún tipo de incidente),  sin el apoyo de los dos grandes centrales sindicales, UGT y Comisiones Obreras.

Todo ello seguido de  escraches contra la Policía y la Guardia Civil para obligarles a que abandonen sus hoteles, de acuerdo con los propietarios de los mismos; junto con el intento de encontrar una mediación internacional aprovechando la fuerza de las imágenes de las intervenciones policiales. En paralelo, los Mossos eran recibidos como en el Portugal de los claveles y las luchas internas anidan dentro de la Generalitat, para fijar cuando se producirá la convocatoria del Parlament para declarar la independencia que, como establece la ley del referéndum, tiene que hacerse cuarenta y ocho horas después de que hayan más Síes que Noes, aunque esa diferencia sea por un solo voto de diferencia.

Por último, un presidente del Gobierno desbordado que ha actuado como siempre, con una lentitud pasmosa, sin valorar la situación y pensando que el suflé nunca llegaría a donde ha llegado. No habrá referéndum porque no hay papeletas, le dijo a Donald Trump en la Casa Blanca. Ahora, Mariano Rajoy intenta articular un difícil consenso con el PSOE y Ciudadanos. Cuando decida, como siempre, la situación se habrá podrido definitivamente y, como siempre,  será demasiado tarde.

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