El PSOE, entre delfines y tiburones, madinistas, sanchistas y susanistas

05 / 02 / 2016 José Oneto
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 Hace unos días, este cronista presentaba en Madrid el libro Delfines y tiburones. La lucha por el poder en el PSOE (Almazara), cuyo autor, Manuel Pérez Alcázar, un veterano periodista curtido en numerosos medios (RNE, El Correo de Andalucía, TVE, Telecinco) y ahora en Canal Sur Radio, conoce a la perfección el PSOE nacional y la política socialista, especialmente la política de Andalucía, esa comunidad en la que casi todo se desarrolla en torno al PSOE, el partido dominante desde los años ochenta, prácticamente desde el nacimiento de la autonomía, con ese personaje tan fascinante que se llama Rafael Escuredo, presidente de la Junta de 1979 a 1984, cuyo último y merecido homenaje ha sido crear una cátedra en Sevilla que lleva su nombre.

La tesis de Pérez Alcázar es que en la sucesión política, el sucesor siempre mata al padre. Se trata de un mecanismo de autodefensa y también de liberación de la influencia paterna. Es lo que se produce en el caso de José Rodríguez de la Borbolla con Escuredo, de Manuel Chaves con Borbolla, de José Antonio Griñán con Chaves, y, por último, es lo que ha pasado con Susana Díaz, actual presidenta de Andalucía y baronesa del Sur, con su protector Griñán y con Chaves (su referencia durante años), los dos imputados en el escándalo de los ERE. La conclusión del autor es que, al final, todos los delfines se convierten inevitablemente en tiburones, en lo que es la lucha constante por el poder y por su control.

Acierta plenamente Pérez Alcázar cuando dice que a partir del reinado de José Luis Rodríguez Zapatero, uno de los desencadenantes de la actual crisis socialista, el declive se ha resuelto con la irrupción de una nueva generación de socialistas que ha jubilado definitivamente a aquellos que protagonizaron la Transición y los primeros años de democracia, la etapa más gloriosa del PSOE que capitaneó Felipe González. El relevo no ha sido pacífico, incluso ha costado la “muerte política” a algunos de los referentes de la etapa anterior, que han cargado con la responsabilidad por los graves casos de corrupción en los que se han visto implicados cargos públicos del partido cuya referencia para muchos sigue siendo Felipe González. Porque es verdad que para que nazca un nuevo líder debe morir otro, hay que matar al padre para continuar el legado de los posibles sucesores, que han pugnado entre ellos para convertirse en el delfín, pero el juego de alianzas, lealtades y traiciones hace que los delfines acaben convertidos en tiburones.

En esas estábamos cuando apareció hace 18 meses el nuevo secretario general del PSOE, Pedro Sánchez Pérez-Castejón (Madrid, 1972), el primero elegido por las bases del partido en toda su historia, al que aún no le ha dado tiempo de traicionar a su antecesor, Alfredo Pérez Rubalcaba, con el que mantiene excelentes relaciones (entre otras cosas, porque Rubalcaba se ha retirado a sus aulas de universidad). Ni a su antecesor, ni al antecesor de su antecesor, el expresidente Rodríguez Zapatero al que incluso, y hay que reconocer que es difícil, defiende en público, aunque sabe que el trato no es recíproco. Sin embargo, ese nuevo secretario general que en su momento fue apoyado por Zapatero y por Susana Díaz (“que lo arreglen ellos”, confesaba un escéptico dirigente socialista a este cronista), se ha visto metido en una vorágine en la que, o le matan o, por el contrario, para que no le maten, va a intentar formar Gobierno con Podemos, el partido cuya estrategia a medio plazo, y no lo oculta, es terminar con el PSOE, igual que en Grecia, Syriza ha terminado con el Pasok, el histórico partido del viejo Andreas Papandreu.

Con gran parte de los barones territoriales en contra y sabiendo que hay una batalla desde hace meses para que no repita como candidato a unas elecciones generales que se pueden celebrar a mediados de junio, (si el Rey no encuentra un presidente a quien proponerle la investidura), la verdadera batalla entre delfines y tiburones, la verdadera lucha por el poder en el PSOE, en un momento clave en la historia del país en el que se ha quebrado el bipartidismo y ha surgido un sistema cuatripartito, se ha producido a la hora de intentar buscar una salida a esa nueva situación política, con la investidura de un nuevo presidente del Gobierno, después de la segunda ronda de consultas por parte del jefe del Estado, que acaba de terminar esta semana.

Pero el sábado en el que intentaron matar a Pedro Sánchez, “entre delfines y tiburones”, “entre barones y aparatchiks”, entre sanchistas, madinistas y susanistas, el partido, en uno de los momentos más preocupantes del país, vivía, también, uno de sus momentos más dramáticos, hasta el punto de que estuvo a punto de dividirse en dos facciones irreconciliables. Al final, gracias a la intervención del catalán Miquel Iceta y del manchego Emiliano García-Page, la sangre no llegó al río, pero a punto estuvo. Dicen los conocedores del partido que en muy pocas ocasiones se ha llegado a tal extremo y que la solución, sea la que sea, dejará al partido tocado. Tocado cuando desde el PP se están estimulando las contradicciones internas que han surgido estos últimos meses, y desde Podemos pretenden, ese es el proyecto estratégico, hacerlo desaparecer y que un Pablo Iglesias termine con el proyecto que comenzó a construir otro Pablo Iglesias. Y en eso, lo crea o no Sánchez, estamos. 

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