27-S: reflexiones y comentarios antes del parto

25 / 09 / 2015 José Oneto
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Las encuestas de última hora predicen una mayoría absoluta de los independentistas. Solo una participación superior al 72%, que no parece que se vaya a dar, puede cambiar ese pronóstico

Cuando este número de Tiempo esté en sus manos, o tenga acceso a él a través de Internet, estaremos en plena jornada de reflexión, se estarán celebrando las decisivas elecciones autonómicas-soberanistas en Cataluña o se conocerán ya los resultados de esas elecciones con las que gran parte de los catalanes dicen que pueden conseguir la independencia, la progresiva desconexión de su autonomía de España, su escisión del país y la entrada, sin solución de continuidad, en la Unión Europea, en la Unión de los 28, que creen que puede convertirse, de un día para otro, en la Europa de los 29. Un parto imposible y que debería haber provocado todo tipo de reflexiones...

Escribo, por tanto, contra corriente, antes de que se haya cerrado la campaña electoral, basándome solo en sondeos, estudios y encuestas, y confiado solo en el sentido común y en los datos y sensaciones de una campaña en la que se ha debatido muy poco sobre programas, no se ha querido entrar salvo muy a última hora en la verdadera cuestión, que está en saber las consecuencias económicas de la aventura independentista, se ha insultado mucho, ha aumentado la confusión sobre cifras y agravios entre unos y otros, y se ha agrandado la brecha entre independentistas y unionistas.

Con la diferencia de que han sido los nacionalistas los que han llevado la iniciativa en una situación perfectamente descrita por el exministro socialista Josep Borrell y Joan Llorach en su excelente libro Las cuentas y los cuentos de la independencia (Cátedra, 2015) en el que, pieza a pieza, desmontan todo el argumentario nacionalista, desde el “España nos roba” a las manipuladas balanzas fiscales, pasando por todos los mensajes que han calado en cientos de miles de ciudadanos y que no se corresponden a la realidad. Entre ellos, el convencimiento, a pesar de todas las declaraciones oficiales y oficiosas, de que no saldrán de la UE si hay independencia, algo que, sorprendentemente, siguen negando casi la mitad de los catalanes consultados: un 44,7%.

Todos estos mensajes los han desmontado brillantemente Borrell y Llorach, hasta el punto de que debería haber formado parte importante de una campaña electoral sin contenidos, cansina, sin programas, y solo encauzada, a última hora, cuando la totalidad de los grandes bancos que tienen su central en Cataluña (Banco de Sabadell y Caixa Bank) han anunciado que si hay independencia hay riesgo de corralito y de ruptura de amarras con el Banco Central Europeo (BCE), con las graves consecuencias económicas y financieras que eso supone para Cataluña, para España y para la propia Europa. Eso mismo, incluido el riesgo de corralito, repetido por el gobernador del Banco de España, Luis María Linde es lo que ha situado el problema en su justa dimensión.

Según la tesis de Borrell “no hay duda de que una parte importante de la sociedad catalana está hoy a favor de la independencia. Además está muy movilizada: tiene un relato, una épica, unos agravios pasados y presentes, una bandera, un himno que cantar y otro al que silbar, un sentimiento de pertenencia, un entusiasmo y una ilusión colectiva por la construcción de un ‘país no’ libre de las herencias del pasado y de los condicionantes del presente. Y una colección de mitos históricos fundadores”.

En cambio, los integracionistas a escala europea, o los unionistas, en los países con tendencias separatistas como España, el Reino Unido o Bélgica, no tienen un relato movilizador. Ni hay relato movilizador, ni hay en el partido gobernante una política coherente e imaginativa, ni, por supuesto, hay una mínima unidad entre las principales fuerzas unionistas respecto a qué política desarrollar. El PP está enfrentado con el PSOE, al que acusa de pactar con los radicales que quieren destruir, dicen, el sistema democrático. El PSOE ataca al PP porque dice que representa, en estos momentos de crisis, a la extrema derecha. El PP, salvo la insistencia en que es el único partido que puede garantizar el cumplimiento de la ley (algo que está por ver), no vislumbra ninguna otra salida. El PSOE no se sabe muy bien qué defiende cuando insiste en que Cataluña es una nación y que hay que ir a una reforma federal del Estado. Un unionismo dividido y crítico frente a un independentismo acrítico y arrasador, que ha montado toda su campaña prometiendo una Dinamarca en el Mediterráneo, negando la posibilidad de una salida de la UE y del euro y anunciando la llegada a una Arcadia feliz en la que ni siquiera... habrá corrupción.

Hasta cierto punto, esa campaña de los independentistas, según las encuestas de última hora, habría dado resultado, ya que la plataforma Juntos por el Sí estaría al borde de la cifra mágica de 68 diputados (la mayoría absoluta) que, con la Candidatura de Unidad Popular (CUP) superaría con creces los 70 parlamentarios, aunque no subiría del 50% de los votos. Algo que, según Mas, no sería inconveniente para iniciar la “desconexión” con España y declarar unilateralmente la independencia, seguida, año y medio después, de la escisión de España.

Solo una participación superior al 72% puede cambiar el pronóstico aunque por los datos que se tienen hasta el fin de semana previo a la consulta, no parece que se haya producido esa movilización ya que se ha fundado el mensaje en lo negativo, y no en lo positivo y esperanzador.

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