Verdades y mentiras para después de unas elecciones

27 / 12 / 2017 Jesús Rivasés
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Los éxitos de Arrimadas y Puigdemont tienen sordina, porque ninguno alcanzará sus verdaderos objetivos y la incertidumbre se enquista en Cataluña.

Gabriel García Márquez, el gran genio del realismo mágico, vivió en Barcelona entre 1976 y 1975, cuando la Ciudad Condal era la punta de lanza de la modernidad en España, el puente hacia Europa. El escritor vivió en el barrio de Sarriá, distrito en el que en las elecciones del 21-D ganó Ciudadanos, con un 29,78% de los votos, solo con unas décimas de ventaja sobre Junts per Catalunya, que obtuvo un 29,41%, con ERC en tercer lugar, que logró el 12,82%. García Márquez no escribió de Cataluña, pero en sus legendarios Cien años de soledad sí hay un personaje catalán. Quizá por eso, el autor colombiano consideraba antes de vivir allí que “Barcelona era un recuerdo mítico”.

Francesc Cambó, hace 110 años, afirmaba en un discurso en el Congreso de los Diputados, el 8 de noviembre de 1907, que “el separatismo de los pueblos es como el suicidio en los individuos: es un acto de desesperación, casi de irresponsabilidad”. Años después, en su libro Per la concòrdia advertía de que el “separatismo es una empresa imposible de lograr e imposible de mantener aunque se lograse”.

Jaume Vicens Vives (1910-1960), el gran historiador catalán, en su ahora más citada que leída Noticia de Cataluña (1954) también alertaba de las tendencias suicidas de los catalanes. Los resultados de las elecciones del 21-D, analizados con más sosiego y distancia que en la noche electoral abonan para muchos la tesis del autosuicidio político, no tanto por la pujanza del independentismo como por la división de una sociedad en bloques ahora irreconciliables, en un escenario político casi ingobernable o, como otras veces, con alianzas contranatura política.

Inés Arrimadas (Ciudadanos) y Carles Puigdemont (Junts per Catalunya) celebraron, con motivos y votos, sus respectivos éxitos en las urnas del 21-D. Todos los demás candidatos y partidos perdieron, desde Oriol Junqueras (ERC) hasta Xavier García Albiol, protagonista de un histórico batacazo electoral, mientras los demás, Miquel Iceta (PSC), Domènech-Colau-Iglesias (Catalunya en Comù-Podem) y Carles Riera (CUP), intentan poner buena cara al mal tiempo, aunque la procesión va por dentro y lo hará durante mucho tiempo.

Los éxitos de Arrimadas y Puigdemont, que son espectaculares desde sus respectivas ópticas, tienen sordina o su parte de victoria amarga. La líder de Ciudadanos ha logrado algo histórico. Por primera vez un partido no nacionalista, sino abiertamente unionista y que presume de jacobinismo sin complejos, ha ganado las elecciones en Cataluña en votos y en escaños. Es, sin embargo, un triunfo estéril, que insufla ánimos y alimenta esperanzas de futuro en toda España, nada más ni nada menos. Arrimadas es la historia del nacimiento y consolidación de una líder política, que incluso tendría recorrido más allá de Cataluña si no estuviera allí Albert Rivera, el hombre que alumbró inicialmente el milagro. Ciudadanos sí, ha hecho historia y ganó, pero ahí se queda con su victoria.

Puigdemont celebró su segundo puesto como una victoria personal y lo es. Su alegría oculta que su trayectoria ha sido la que ha permitido el sorpasso de Ciudadanos, todo un baldón para el nacionalismo-independentismo más pata negra. Por otra parte, su condición de prófugo de la Justicia ensombrece su éxito, porque no podrá gobernar. Quiere pactar con el Estado español que le libre de los cargos judiciales, pero desde Bruselas, el corazón de Europa, olvida la sacrosanta regla democrática de la separación de poderes. Justo en vísperas del 21-D, la Unión Europea inició el procedimiento para retirar el voto a Polonia precisamente por no respetar esa separación de poderes.

Oriol Junqueras, mientras tanto, en la cárcel de Estremera, como el personaje de García Márquez, se acordó de aquel 26 de octubre, cuando impidió que Puigdemont convocara unas elecciones que, entonces sí, ERC tenía ganadas. Su tren para presidir la Generalitat, con independencia o sin independencia, pasó de largo para él definitivamente, como también para Marta Rovira, defensora de una victoria de la República el 21-D, que no deja de ser una declaración en caliente. ERC fracasó el 21-D y Gabriel Rufián quizá también se arrepienta de aquel tuit en el que tildó de Judas a Puigdemont y que tanto influyó en el ex President.

Iceta aspiraba a casi todo y se quedó en casi nada. La alianza con los ex de Josep Antoni Duran i Lleida, con Espadaler a la cabeza, ha vuelto a demostrar que Unió, como tantas veces decía Jordi Pujol, carece de cualquier fuelle electoral y todavía más si, como ahora, los democristianos se alinean junto al socialismo, por muy catalanista que sea. Los comunes encabezados por Domènech, que ya se ve presidente del Parlament a pesar de su importante traspiés, pueden sustituir a la CUP –que quedaría en comparsa– a la hora de facilitar un Gobierno independentista que sea menos independentista, otro sudoku imposible que podrá volver a pasar factura a Ada Colau y Pablo Iglesias, lo acepten o no.

Verdades y mentiras para después de unas elecciones tras las que vuelven a resonar otras palabras de Cambó casi centenarias: “Cataluña, contra lo que muchos creen, es un pueblo morbosamente sentimental”, quizá atrapado en un realismo mágico que le condena a repetir una y mil veces su historia.

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