“Revolución” catalana busca líder y/o mártir

17 / 07 / 2017 Jesús Rivasés
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Toda revolución necesita un líder y a veces un mártir y la que algunos llaman ahora “revolución catalana” tiene dirigentes sobre todo preocupados por proteger su propio patrimonio.

Mariano Rajoy, tras la aprobación del techo de gasto, ha despejado la legislatura, al menos hasta bien entrado 2019 o quizá más allá. Los datos económicos son muy favorables. El PIB podría rozar el 4% de crecimiento al final de 2017. Increíble hace solo unos meses. Lo que no está tan claro, y los ministros lo comentan entre ellos, es que esos espectaculares datos garanticen una nueva victoria electoral. Rajoy no dejará de lado la economía, pero ahora dedicará casi todas sus energías al asunto catalán, en el que algunos temen pulsiones “revolucionarias”, con un PDeCAT dividido, una burguesía que empieza a estar atemorizada, mientras lee que Enric Juliana, el periodista que inventó aquello del “catalá emprenyat” –catalán cabreado–, escribe que “en Barcelona se teje una revolución”.

El Gobierno de Rajoy trabaja para tener previsto todo, incluso lo imprevisible. No lo explicará, pero el equipo que coordina la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, está convencido de que si llega el momento, “está estudiado todo lo que hay que hacer”. Todas las semanas, ese equipo, celebra reuniones para seguir el minuto a minuto de la situación, adaptar lo planes a los acontecimientos y prepararse para actuar. El Gobierno tiene mucha información de lo que sucede en Cataluña y es consciente de que los líderes más y menos independentistas catalanes tienen muchos problemas. La división evidente entre algunos de los líderes y los sectores del independentismo catalán es también una baza para el Gobierno de Rajoy. Otra, no menos importante, es el bolsillo, es decir, las responsabilidades patrimoniales en las que pueden incurrir algunos de los impulsores del “referéndum del 1-O”, y esa responsabilidad echa para atrás a muchos, como ya ocurrió con el exconseller Jordi Baiget, que ahora se ve a sí mismo “liberado” de mucha presión.

Oriol Junqueras, vicepresidente de la Generalitat y líder de ERC, tampoco quiere incurrir en responsabilidades legales que pudieran conducir a que fuera inhabilitado. Ve muy cercana la presidencia de la Generalitat y evitará caer en las trampas que intentan colocarle Carles Puigdemont y Artur Mas.  Junqueras, además, puede encontrar el visto bueno pasivo de una parte de la burguesía catalana –el tradicional caladero de votos de la antigua Convergència de Pujol y Mas–, que ahora sugieren que prefieren un Gobierno de izquierdas a la independencia.

Carles Puigdemont y Artur Mas son las caras visibles del sector “revolucionario” de un PDeCAT cada día más dividido y con una expectativas electorales ínfimas, hasta el extremo de que hay encuestas que les dan menos diputados que al ¡PP! Puigdemont ha logrado la hazaña de romper los puentes con esa burguesía claramente nacionalista que apoyó durante tantos años a Pujol. Ahora, simplemente, detestan al hombre que ocupa la presidencia de la Generalitat y ya ni tan siquiera tienen el mínimo reparo en proclamarlo a los cuatro vientos, en Cataluña y fuera de Cataluña. Carles Puigdemont, que intenta imponer su voluntad “revolucionaria” y la de Mas, a una gran parte de su propio partido, que no quiere ni oír hablar de esa vía, también pretende evitar involucrarse de tal manera que el Estado pudiera actuar, con la ley en la mano, contra él. El “honorable” no es de los que teme por su patrimonio –aunque quizá también–, pero sobre todo no quiere dejarle el camino más que expedito a su gran rival Oriol Junqueras hacia la poltrona presidencial. El líder de ERC, que ha logrado conducir a sus rivales políticos del PDeCAT hacía el caos, tiene su propio calendario y una cierta prisa, pero ahora solo tiene que esperar.

Oriol Junqueras mantiene unas relaciones más que cordiales con la vicepresidenta Sáenz de Santamaría y entre los escenarios que contempla el Gobierno de Rajoy figura –y no como el peor ni mucho menos– el de que ERC y Junqueras ganen las próximas elecciones catalanas y “las ganen bien”. También por eso, el líder de ERC no se dejará inhabilitar, lo que significa que tampoco puede encabezar ninguna “revolución” y ahora no le queda más remedio que estar preparado para cuando se celebren las próximas elecciones catalanas.

El gran peligro, que también contempla el Gobierno y, sin duda, el propio Junqueras, y que quizá esperen Puigdemont y Mas –y por supuesto las CUP antisistema de Anna Gabriel– es que ocurra lo que algunos llaman “un accidente”. Hay muchos medios destinados a evitarlo, CNI incluido, pero “un accidente” en forma de incidentes “descontrolados” en una movilización independentista, un altercado callejero o pequeño brote de violencia, complicarían todo y abrirían vías imprevisibles que los más radicales intentarían aprovechar.

El llamado procés catalán, el que defienden los independentistas extremos, que se acerca a su auténtico momento de la verdad, necesita como toda revolución un verdadero líder, que incluso esté dispuesto a ser el mártir de la causa y eso es lo que no parece existir en una Cataluña con dirigentes preocupados sobre todo por su propio patrimonio y por eludir inhabilitaciones y sanciones. Es su gran debilidad y muchos catalanes empiezan a darse cuenta de que quizá no tengan a quien seguir.  La “revolución” catalana busca líder y/o mártir.

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