No llores por mí Cataluña, a pesar de todo

09 / 10 / 2017 Jesús Rivasés
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Puigdemont y  Junqueras han encendido la mecha de una semirevolución en las calles de Cataluña que ya no controlan y que puede llevárselos a ellos por delante. 

Carles Puigdemont está a punto de conseguir que haya una Declaración de Independencia (DUI) en Cataluña, aunque todo indica que ni tan siquiera tendrá los arrestos de Lluís Companys en 1934, su referente totémico, y procurará que lo haga el Parlamento de Cataluña. Oriol Junqueras, el líder de ERC y su compañero de viaje –a pesar de las nefastas relaciones entre ambos– tampoco ha demostrado ni antes ni en los últimos días demasiado arrojo, hasta el punto de que bastantes militantes abiertamente independentistas de su partido se preguntan qué hace el vicepresidente de la Generalitat, prácticamente desaparecido en los días posteriores al 1-O.   

Puigdemont, líder independentista de un partido conservador y burgués, y Junqueras, cabeza visible de una izquierda separatista radical y confusa, impulsaron conscientemente el estado semirevolucionario que se impuso en Cataluña a partir del 1-O que, sin embargo, para muchos pasará a formar parte, como otra derrota, de ese imaginario catalán que celebra, festivamente y con gran éxito de público, sus grandes fracasos, como el del 11 de septiembre de 1714, convertido en desastre por quiénes lo eligieron como acontecimiento conmemorativo.

Puigdemont y Junqueras son, como ha escrito Alfonso Guerra en estas mismas páginas, un par de golpistas, como tantos otros en la historia que, sin embargo, han hecho su propia aportación original a los golpes de Estado. El presidente y el vicepresidente de la Generalitat, en virtud del Estatuto de autonomía que ellos mismos han dinamitado, están al frente del Estado en Cataluña. Y es desde dentro de ese mismo Estado desde donde se aplica su dinamitación. En definitiva se han puesto al frente de la revolución desde dentro de las instituciones pero, como en tantas otras revoluciones a lo largo de la historia, la dinámica de los acontecimientos puede llevárselos a ellos por delante. Junqueras parecía caminar con paso firme hacia la presidencia de la Generalitat. Ahora, no parece tan evidente, sobre todo si la agitación callejera, como todo indica ya no está bajo su control, ni tampoco bajo el de Puigdemont.

El Gobierno de Rajoy ha cometido errores –y algunos importantes– antes y durante el 1-O, pero eso no justifica ni la causa ni la actuación de los independentistas, ni mucho menos la agitación callejera, que ya ha afectado a los mercados y, sobre todo, a bancos y empresas catalanas. La prima de riesgo del Reino de España ha sufrido, pero las consecuencias peores –y las primeras que se notarán– serán para Cataluña. Hacen falta muchos años para alcanzar el bienestar –sí, bienestar– económico del que disfruta Cataluña y también el resto de España, y ahí están los datos, sintetizados en un folio por el Círculo de Empresarios, que preside Javier Vega de Seoane. En los últimos 40 años, la renta per cápita española –y catalana– pasó de 17.261 dólares (14.675 euros) a 31.449 (26.737 euros), los gastos sanitario y de educación per cápita se han multiplicado por diez. Todo eso, sin embargo, se puede volatilizar en pocos meses.

El proceso semirevolucionario, impulsado por los antisistema de la CUP, acogido con entusiasmo en privado por otros radicales, persigue la independencia de Cataluña, pero también la liquidación del régimen de 1978, justo el que ha protagonizado ese espectacular salto adelante económico y social. Es el régimen que representa el rey don Felipe VI, quién con decisión y valentía, ha reclamado la restauración del orden constitucional en Cataluña y no ha temblado en calificar de “deslealtad inadmisible” la actuación del Gobierno de Puigdemont y Junqueras. Cataluña, para muchos, es el 23-F de Felipe VI y, como su padre entonces, ha salido en defensa de la Constitución y, en definitiva, de los ciudadanos. En el 23-F, los golpistas llevaban uniformes y tanques; los de 2017, más sofisticados, violentan y transgreden la ley desde las instituciones y desde sus despachos. Hay más diferencias, en 1981, todos los partidos políticos cerraron filas con el rey don Juan Carlos. Ahora, además de independentistas y antisistemas, hay, más líderes y partidos –Pablo Iglesias y Ada Colau son los más significativos– que se han puesto de perfil porque uno de sus objetivos es acabar con la monarquía parlamentaria en España y la semirevolución catalana les viene como anillo al dedo. Puigdemont y Junqueras deben controlar con urgencia la calle y esa situación semirevolucionaria, sino quieren ser devorados por la criatura que ellos mismos han alimentado. Pueden declarar la independencia y lo harán, pero eso no significa que Cataluña vaya a ser independiente, ni tan siquiera en diferido, como proponen algunos, en el mejor estilo Bárcenas. Mientras se dan cuenta pueden conducir a Cataluña al caos y a la pérdida del bienestar, con el triste consuelo de que, efectivamente, España también sufrirá –y mucho– por la crisis catalana. Por eso, a pesar de todo, “no llores por mí Cataluña”, porque como dijo Felipe VI a todos los españoles –catalanes incluidos–, son “momentos difíciles, pero los superaremos porque creemos en nuestro país y nos sentimos orgullosos de lo que somos”. Ya lo dijo el canciller Bismark, “estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a si misma y todavía no lo ha conseguido”.

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