Los empresarios que votarán a Iceta y la eternidad hasta el 21-D

04 / 12 / 2017 Jesús Rivasés
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“Puigdemont nos va a dar grandes tardes de toros”, dice con retranca un empresario tan catalanista y nacionalista como de derechas, histórico votante de CiU, que ahora votará a Iceta.

Carles Puigdemont nos va a dar grandes tardes de toros”, constata un notable empresario catalán, histórico votante de CiU, por la parte de la Unió de Josep Antoni Duran i Lleida, que ahora elegirá la papeleta del PSC de Miquel Iceta, convertido en la última esperanza del catalanismo –sí, de derechas– y que no es independentista y huye de Ciudadanos y más aún del PP. Es la Cataluña más compleja, la que “políticamente no tiene solución”, según el mismo hombre de negocios. “Si esto se arregla –apostilla–, dentro de cincuenta años estaremos igual”. Las crónicas de la República de Josep Pla, parecen darle la razón. Muchas podrían publicarse hoy sin cambiar más que la fecha y sustituir los nombres de los políticos de entonces por los actuales. Eso sí, ninguno llegó a bordar algo tan español como lo esperpéntico como Puigdemont. Su amenaza de convocar un referéndum para dejar la Unión Europea y posterior rectificación tras el desmarque del PDECat ya está en la historia del ridículo político. Y quienes mejor lo conocen afirman que no será el último disparate. Eso es lo que el empresario que votará a Iceta define como “grandes tardes de toros”, protagonizadas por el diestro Puigdemont –solo falta que lo apoden Chiquito de Bruselas–, que ahora vive en su propio aspecto, que era una categoría del griego antiguo que hace referencia a la cualidad de la acción, sin situarla en el pasado, en el presente o en el futuro. En la eternidad que queda hasta las elecciones del 21-D. 

Carles Puigdemont, en su disparatada carrera para batir todas las marcas de los despropósitos políticos, avanza hacia la destrucción de su propio partido, el PDECat, a su vez heredero de la histórica Convergència Democràtica de Jordi Pujol. Hay, por lo menos, tres PDECat diferentes, cada uno por su lado y concentrado en destruir al adversario interno, lo que confirma una vez más aquella observación de Winston Churchill a un diputado novato en la Cámara de los Comunes que pensaba que sus rivales estaban en la bancada de enfrente: “Hay enemigos, adversarios y compañeros de partido”, y estos últimos son los más temibles. Por una parte, en primer lugar aparece Junts per Catalunya, la candidatura de Puigdemont, en la que la presencia de los responsables del PDECat es casi simbólica y cuya campaña va a dirigir Elsa Artadi, que se dio de baja en el partido hace pocos meses y ahora figura en la candidatura en puestos de escaño casi asegurado.

Artur Mas, que siempre se llevó mal con Puigdemont y al que nunca respetó, aparece como la cabeza visible de otra parte del PDECat, tan poderosa como reducida a su círculo de fieles. Mas ha cedido ante Puigdemont y su candidatura de Junts per Catalunya porque está convencido de que se estrellará en las urnas y ese será el final de la carrera política del expresidente ahora huido en tierras belgas. Mas persigue también otro objetivo, que no es otro que responsabilizar y hacer pagar –políticamente claro– a Puigdemont por todos los errores cometidos en los últimos meses y, en definitiva, por el fiasco de la deriva independentista y la aplicación del artículo 155.

Marta Pascal y David Bonvehí son los coordinadores generales del PDECat, de lo que queda de la formación original de Pujol, que de alguna manera tuvo que apostatar de su nombre, contaminado por los numerosos escándalos económicos y fiscales del ex-honorable, su mujer, Marta Ferrusola, y sus hijos. Los dos líderes decidieron no estar en las listas de Junts per Catalunya elaboradas por Puigdemont y, al no concurrir a las elecciones, no estarán en el Parlamento catalán. Su objetivo es reflotar el partido, quizá desde la oposición y con sus líderes fuera de las instituciones, una tarea realmente hercúlea. Sus posibilidades de éxito, al frente de un independentismo, más o menos templado, es decir de centro derecha, frente al radical de izquierdas de ERC, Oriol Junqueras y Marta Rovira, pasan por el fracaso de Puigdemont, pero un fracaso que, al mismo tiempo, retenga votos suficientes. Algo así como la cuadratura del círculo político, una estrategia quizá demasiado frecuente en los últimos tiempos en Cataluña y de la que tampoco nadie ha salido airoso, al menos hasta ahora, ni tan siquiera la ambigua Ada Colau, que también se aparta algo de su candidato Xavier Domènech, para no verse salpicada por si las urnas no fueran amables con su candidatura.

Miquel Iceta, en medio del enredo, emerge como la solución menos mala y más viable para los no independentistas. Sus posibilidades de ser president parten de la hipótesis de que Ciudadanos, PSC y PP tengan mayoría en escaños, pero no mayoría absoluta, y que En Comú-Podem pudiera aportar los diputados necesarios para conseguirla. Es una solución, sí, que podría poner fin al procés por un tiempo, pero que generaría otras complicaciones, sobre todo por las exigencias en el terreno económico que reclamarían Domènech, Colau y Pablo Iglesias y que difícilmente podrían contar con el apoyo de Ciudadanos y del PP. Permitiría un presidente de la Generalitat no independentista con el mandato parlamentario de enterrar el procés, que no es poco, pero que puede no ser suficiente. Ahora, hasta el 21-D, queda una larga y tensa campaña electoral. “Una eternidad” como dice ese empresario, tan catalanista-nacionalista como de derechas, que votará a Iceta.

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