La estrategia asiática de ida y vuelta de Rajoy

05 / 06 / 2017 Jesús Rivasés
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Puigdemont reconoció a Rajoy en privado que sabe que el Gobierno no puede autorizar el referéndum y que nunca lo hará, pero que a pesar de todo él seguirá adelante. 

Mariano Rajoy, “el que resiste gana”, como escribió Cela, ha vuelto a conseguirlo. El Congreso de los Diputados ha aprobado los Presupuestos Generales del Estado, el presidente ha logrado uno de sus grandes objetivos inmediatos y, ahora, podría incluso estirar la legislatura hasta 2019, salvo que el resto de partidos del arco parlamentario se pongan de acuerdo para evitarlo. La moción de censura de Podemos pendiente, incomoda, pero no inquieta, más allá de los exabruptos que pueda preparar Pablo Iglesias.

 Rajoy, al menos por un tiempo, ha dejado a un lado la que Josep Pla, en sus crónicas parlamentarias, llamaba “táctica un poco asiática del Gobierno”, que “consideraba que lo que pasa es lo mejor que puede pasar; es decir, que es inevitable”. El líder del PP, al que partidarios y adversarios han acusado en alguna ocasión de utilizar esa táctica, ha tenido que intervenir directamente para lograr el imprescindible voto 176, el del canario Pedro Quevedo –diputado estrella por unos días–, para obtener la mayoría para la aprobación de los Presupuestos, incluido el toque dramático de que la también canaria Ana Oramas tuvo que esperar a la votación para acudir al duelo y despedida de su padre recién fallecido. Unas semanas antes, Rajoy ya tuvo que fajarse en primera persona con Iñigo Urkullu y Aitor Esteban que han dado todo un curso acelerado de cómo negociar, que ha sido seguido con tanto detenimiento como envidia, desde Cataluña, en donde lamentan que ni el PDeCAT ni ERC hayan tenido el mínimo protagonismo en la negociación presupuestaria. En el partido de Artur Mas y Puigdemont, no obstante, han tomado nota, algo que también beneficia a Rajoy que ve otro portillo de apoyos en ciertos momentos para estirar la legislatura.

Pla fue el mejor cronista parlamentario de la República y quizá de todo el siglo XX, con el añadido de la óptica catalana. En su crónica del 8 de marzo de 1932 se podía leer que “la política catalana tiene desde hace años un aspecto caótico e interesante. Fuera del ámbito catalán esta política difícilmente se comprende. Su complejidad se debe más que  nada a la acumulación de problemas”. Si no se advierte sobre la fecha, algún despistado podría pensar que describe la situación actual, con Puigdemont, Junqueras, Mas, Colau e incluso Anna Gabriel de actores principales.  

Algunos partidarios y otros tantos detractores del presidente creen que Rajoy aplica en exceso la táctica asiática al asunto catalán, hasta que alumbró la llamada “operación diálogo”, con Soraya Sáenz de Santamaría de protagonista, que ha logrado ciertas complicidades con Junqueras que enervan a Puigdemont, Mas y compañía de ex-convergentes. Ahora, después de las advertencias de Juan José Bruguera, presidente del Círculo de Economía  y de varios empresarios, lanzadas en las jornadas anuales de Sitges, parecen abrirse vías nuevas y posibilidades, aunque como también escribió Pla, “en política es absurdo hacer profecías”.

El enredo catalán, sin embargo, no deja de ser mayúsculo. Puigdemont, que mantiene una relación personal cordial con Rajoy, le ha reconocido en privado al inquilino de La Moncloa que sabe y entiende que el Gobierno no puede autorizar el referéndum y que nunca lo hará. Al mismo tiempo, el presidente de la Generalitat le ha explicado al presidente del Gobierno que su línea roja es el referéndum y que no puede dar marcha atrás. Algo así como un callejón sin salida, que tentaría a Rajoy en refugiarse en la “táctica asiática”, si no fuera por el hecho de que Pedro Sánchez, radiante nuevo secretario general del PSOE, se haya apresurado a cerrar filas con el Gobierno contra el referéndum. El nuevo líder del PSOE, triunfante gracias a la militancia más radicalizada, necesita lanzar guiños a su clientela potencial más moderada y el asunto catalán es el ideal, lo que no le impide hablar de la plurinacionalidad. El que las relaciones con Rajoy se presuman nefastas –no hay ninguna sintonía entre ambos, sino todo lo contrario– no impide nada. Hacer frente común ante un referéndum imposible e ilegal les conviene a los dos. Todavía no hay solución y tardará. El choque de trenes tampoco está descartado, pero ahora hay más luz en el horizonte.

Rajoy estaba bastante convencido de que, al final, tendría que ir en persona a declarar como testigo ante los magistrados Ángel Hurtado, Julio de Diego y José Ricardo de Prada, como decidieron por dos votos a favor y uno en contra.  El presidente no está ni ha estado nunca preocupado por su declaración –dirá que no sabía nada–, sino por el espectáculo, el paseíllo y la pena de televisión. La oposición e incluso en Ciudadanos, el partido de Rivera que apoyó la investidura, celebran que Rajoy acuda ante la Justicia. La ley es la ley e igual para todos, pero un presidente del Gobierno en los tribunales y en los telediarios de media Europa, aunque sea de testigo, algo que puede quedar difuminado, no es la mejor imagen para un país como España. Y con el precedente encima de la mesa, cualquier juez de instrucción podría llamar al presidente como testigo en cualquier caso si lo considera pertinente. Y eso sí le preocupa a Rajoy, con táctica asiática y sin táctica asiática, como diría Pla.

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